Editorial

Los vecinos, los grandes perjudicados

La cooperativa que gestiona el transporte público en Melilla ha decidido suprimir el servicio entre las paradas de la zona centro de la ciudad (Plaza de Torres Quevedo) y la barriada de Cabrerizas. El motivo es el ataque que sufrió el autobús la tarde del pasado lunes, un apedreamiento que rompió uno de los cristales laterales, si bien afortunadamente no hubo que lamentar daños personales.

La suspensión de esa línea 5 se ha establecido como indefinida, al menos hasta que los directivos de la COA se reúnan con los vecinos y se reponga el cristal roto. Pueden pasar meses hasta que eso ocurra y entre tanto los vecinos de Cabrerizas no dispondrán de un medio de transporte público para sus desplazamientos hasta el centro de Melilla. No es la primera vez que ocurre algo así. La línea de la Cañada de Hidum estuvo suspendida durante seis meses por hechos similares.

Está claro que esto de los apedreamientos a los servicios públicos no es algo aislado. Policías locales, bomberos, ambulancias…, son objetivo de las piedras y los ataques de los incívicos que aprovechan la impunidad que los rodean para perjudicar a las personas de bien que residen en esas barriadas, normalmente situadas en la periferia de Melilla.

Y precisamente deben ser esos vecinos los que digan ¡basta!, que pongan los puntos sobre las íes y terminen con esa lacra, en su mayoría jóvenes irresponsables que carecen de la más mínima educación de la vida en sociedad. Es seguro que la gente de esos barrios sabe perfectamente quiénes son los apedreadores, dónde viven, a qué familia pertenecen; en esos barrios suele saberse todo de todos y ha llegado el momento de que la fuerza de quienes cumplen con las normas se imponga a los desarmados.

Si los padres de esos piezas tuvieran que pagar de su bolsillo los desperfectos que causan sus hijos, otro gallo cantaría en esos barrios. Si los vecinos los reprendieran o los denunciaran ante la policía, el problema desaparecería. Pero no, se sienten en la más pura impunidad, saben que no les pasará nada y hacen de su capa un sayo en cada momento de lo que más les apetezca, aunque eso suponga dejar a todo un barrio sin autobús.

Lino Ferrer, que es asesor de la cooperativa, lo decía claramente ayer: es una cuestión de educación. ¿Nadie les ha dicho a esos vándalos que no pueden atacar con piedras a los autobuses, a las ambulancias, a los bomberos? ¿Qué clase de educación reciben, qué modelo de comportamiento están viviendo en sus hogares? ¿Quiénes son los padres, qué ejemplo dan a sus hijos?

Es evidente que sigue haciendo mucha falta actuar en determinados entornos familiares, que la asistencia social no puede limitarse al IMI o la ayuda al alquiler por poner unos ejemplos, y que la educación en valores debe estar en lo alto de las necesidades más perentorias de unas familias que piden a gritos acciones encaminadas a su estructuración interna.

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