Los altercados entre ciertos colectivos “organizados” aumentan la tensión entre internos y plantilla · Sin traslados a la península y las nuevas entradas provocan el hacinamiento en los módulos.
“Nadie se atreve a hacer su trabajo en el CETI”, asegura un delegado sindical que trabaja allí. Desde el fatal suceso el pasado mes de marzo cuando murieron tres inmigrantes en un incendio en las chabolas cercanas al Cerro de Palma Santa, y los altercados en abril entre internos y trabajadores, que requirió la intervención de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, el sentimineto generalizado entre la plantilla de empleados es de preocupación. La tensión en el interior del Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes no ha dejado de aumentar desde entonces, con el agravante de las nuevas entradas que han aumentado la población en las instalaciones hasta sobrepasar las 700 personas cuando el CETI tiene una capacidad de 480 plazas.
La sobrecarga de trabajo es casi lo de menos en la rutina del CETI. Los trabajadores sufren “casi a diario” las agresiones verbales e incluso amenazas por parte de algunos “grupos organizados”, generalmente divididos por nacionalidades, que “increpan, amenazan y extorsionan” a otros internos y a los propios empleados.
Según ha podido saber ‘El Faro’ a través de uno de los propios empleados, “a los inmigrantes no se les hace nada. Desde el cambio en la Dirección del CETI se ha querido tratar tan bien a los inmigrantes que tienen carta blanca para hacer lo que quieran”. No obstante, esta situación “tensa” se viene dando desde hace año y medio, “hasta entonces el trato entre los trabajadores y los internos siempre ha sido cordial y había unas normas internas que todos respetaban, pero ahora eso ha desaparecido”.
“Antes, ante cualquier altercado, por lo menos se les retiraba la tarjeta y se les impedía salir del CETI durante unos días como castigo, pero ahora ya ni eso. Insultar es gratis para los inmigrantes mientras que a los trabajadores se les tira de la oreja si ocurre cualquier conflicto”, relataba uno de los empleados.
En los últimos dos meses, sin traslados a la península y el aumento de los residentes en casi 200 inmigrantes la saturación del CETI ha obligado a prácticamente “hacinar” a los “nuevos” habilitando dormitorios en espacios no destinados a tal fin como, por ejemplo, las aulas de enseñanza o parte del comedor del centro. Una situación ésta “antihigiénica” pues la única separación entre la zona de comedor y la zona de literas “es algo parecido a un biombo”. “Ahora tenemos a más de 700 inmigrantes en el CETI y la plantilla sigue siendo la misma”, aseguró este empleado.
“A la Dirección se le ha ido de la mano la cosa, porque los inmigrantes tienen carta blanca con tal de tenerles contentos a costa de los trabajadores”, continuaba. De hecho, para mantener la seguridad en las instalaciones, el CETI cuenta con tan sólo ocho guardias jurados, sin duda, el colectivo “que se lleva la peor parte”, pero “todos callan porque tienen familias a las que mantener e hipotecas que pagar. Por eso, nadie se moja”.
Sin embargo, el silencio en torno al día a día en el CETI no solamente viene dada por las circunstancias personales de los empleados sino por el hermetismo y el voto de silencio impuesto desde la Dirección, según apuntó este trabajador, y ante cualquier altercado o agresión “lo único que te dicen es que denuncies en la comisaría”. En este sentido, al año se pueden producir entre 40 y 50 denuncias por agresiones verbales y físicas, pero “es papel mojado porque no se les hace nada a los inmigrantes”. “Los trabajadores a veces median en los conflictos para evitarlos pero en otros casos el agresor se va de rositas, la Dirección no toma medidas, y encima los empleados tienen que aguantar el rintintín y las burlas todos los días por parte de los agresores”, relataba este trabajador.
Ataques con piedras a la Guardia Civil y una mediadora social acusada de “asesina”
“Nadie quiere saber qué pasa en el CETI ni la Delegación ni la Ciudad Autónoma”. Esta es la sensación que tienen los trabajadores del centro tras dos graves sucesos que han puesto de manifiesto la tensión que se vive en su interior. El primero de ellos se dio en el mes de marzo con la muerte de tres inmigrantes en un incendio en el asentamiento de chabolas ubicadas en el Cerro de Palma Santa. Según afirma este trabajador, fue testigo de las agresiones verbales y la presión a la que fue sometida una de las mediadoras sociales que retiró la tarjeta a uno de los fallecidos por un altercado con su pareja, también residente en el CETI. “Le llegaron a decir que era una asesina y estuvo algunos días de baja hasta que se hizo fuerte y volvió al trabajo”, afirmó este empleado.
Por otro lado, el amotinamiento de un grupo de inmigrantes el pasado mes de abril también dejó en evidencia la “falta de seguridad” en el CETI con tan sólo ocho guardias jurados y que, a pesar de la ayuda de la Guardia Civil, los efectivos “no pudieron hacer nada porque les tiraban piedras y eso lo tienen grabado, pero no sale a la luz porque no dejan a los empleados hablar con los medios de comunicación”.
Este trabajador también reseñó la fuerte agresión que sufrió una mujer perteneciente a una ONG local que le provocó la pérdida de tres piezas dentales. Otro suceso que ha sido “tapado” a causa de ese “voto de silencio impuesto desde la Dirección”.
Una convivencia marcada por la nacionalidad
La convivencia en el interior del CETI viene marcada por el país de origen de los inmigrantes y “cuando un grupo se hace fuerte, por ser más numeroso, se organiza y van en busca del conflicto”, aseguraba este trabajador a ‘El Faro’. Así, la vida en el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes está condicionada por “unos grupos organizados” entre cameruneses, congoleños y nigerianos, principalmente, según comenta este trabajador.
En el caso de los inmigrantes procedentes de Camerún, este empleado afirma que “saben que van a ser deportados por el convenio que hay entre España y su país por lo que aplican el dicho: ‘Para lo que me queda en el convento...”. La tensión que genera este colectivo en concreto se puso de manifiesto incluso en la semana cultural que organiza el CETI y en el que cada día un colectivo se encarga de preparar comidas propias de su país. “El día que les tocó a los cameruneses increparon al personal de cocina mientras hacían la comida”, afirmó.
Pero también nigerianos y congoleños completan este panorama de tensión, ya que este trabajador asegura que entre los inmigrantes “son muy racistas entre ellos” y eso a pesar de que en la organización en los dormitorios “se les ubica de manera que se puedan integrar entre cameruneses, nigerianos, congoleños y argelinos”. Es un intento de convivencia pacífica que parece fracasar, ya que “casi a diario se producen roces en los que tienen que intervenir los guardias jurados y cada quince o veinte días se produce algún suceso de mayor envergadura”, explicó.
Y es que, el tiempo que los inmigrantes pasan en el CETI no es un condicionante para que se produzcan altercados, según apunta este empleado. “No tiene nada que ver el tiempo que llevan allí, puede ser tres años o tres días”, dijo.
La otra cara de la moneda la protagonizó el colectivo de bengalíes, recientemente trasladados a la península casi al completo. “Ha sido el grupo que más respeto y agradecimiento han mostrado tanto con los demás internos como con los trabajadores. Han sido los más ejemplares en su comportamiento y también han sido los peor tratados por la Administración”.
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