“Los ‘tartufos’ de nuestra sociedad no son tan fáciles de reconocer”

  • El Teatro Kursaal acoge mañana viernes y el sábado ‘Tartufo, el impostor’, una adaptación actual del clásico de Molière

Confiesa que al principio le dio miedo que sus compañeros de reparto le cogieran “manía”. Y es que Alejandro Albarracín (Jérez de la Frontera, Cádiz, 1982) interpreta a un personaje bastante oscuro: al narcisista y egocéntrico protagonista de ‘Tartufo, el impostor’, que mañana viernes y sábado estará en el Teatro Kursaal Fernando Arrabal de Melilla. Las funciones serán a las 21:00 y 20:30 horas, respectivamente. Habrá risas al tiempo que crítica social.

–La obra de Molière fue estrenada en 1664. ¿El clásico sigue vigente? ¿O más que nunca?

–Más vigente que nunca puesto que lo que hace es señalar a estas personas que, mediante el engaño, pretenden engatusar y conseguir lo que quieren. Tartufo entra en la casa de Orgón y los engaña hasta el punto de conseguir poco a poco quedarse con todas las propiedades. Hoy más que nunca se puede relacionar con casos que vemos en la actualidad.

–¿Cómo es ese Tartufo actual?

–Es una versión de Tartufo que, aunque se ha respetado bastante el texto original, se ha adaptado a la actualidad. Es una versión de Pedro Víllora un poco recortada y traída a nuestro tiempo para que sea más fácil de entender la historia que Molière quería contar en aquella época. En este caso, Tartufo no se presenta como el típico gordinflón, comilón y gracioso sino que aquí se entiende mejor que pueda llegar a engañar al resto de la familia. Es un ser atractivo y muy sibilino, muy oscuro. Queremos que el público llegue a entender que el resto de personajes se dejen engatusar por él. Hoy en día, estos ‘tartufos’ que hay en nuestra sociedad no son tan sencillos de ver.

–¿El lenguaje también se ha adaptado a la época actual?

–Utiliza un poco el lenguaje clásico porque nos tratamos de ‘vos’ pero tiene muchos guiños a la actualidad. Uno de los sellos personales de Venezia Teatro es que utiliza el teatro dentro del teatro. Hay guiños al público, que está siempre presente y se cuenta con él. Al acercarse tanto a los espectadores, se le da aún más comedia al texto original.

–Porque la obra es una comedia sobre todo.

–Sí, es básicamente una comedia. La gente se ríe muchísimo. Estamos contando algo oscuro, algo prohibido, que suele dar cierto placer. Pero hay risas desde el principio hasta el final de la obra. A veces a través de la risa es más sencillo digerir ciertos temas.

–Narcisista, hipócrita… Tartufo lo tiene todo. ¿Qué le ha enseñado este personaje?

–Lo disfruto bastante. Al principio, tenía miedo porque es un personaje oscuro y pensaba que me iba a robar energía porque al final son lugares por los que nos cuesta movernos. Porque hay una cosa inevitable y es que del personaje y de la energía que se mueve durante la obra, algo queda. Pero finalmente lo he disfrutado mucho. Recuerdo hacer trabajos muy duros psicológicamente que acababan con mi energía pero cuando aprendes que desde el humor se puede trabajar, todo es mucho más liviano. He aprendido eso, que el sentido del humor, a veces es nuestra salvación.

–¿Se puede extraer algo bueno del personaje? Porque realmente ni los malos son tan malos ni los buenos tan buenos...

–La obra critica no solo al que engaña sino a los que se quedan en la superficie y que no saben ver más allá. Yo creo que esto es algo positivo que puede transmitir la obra, que anima al espectador a que vaya más allá y no se quede en la apariencia. Él utiliza la religión, la falsa devoción para engañar. Pero al final se trata de ver de que no hay que fiarse de lo primero que nos cuentan y que cada uno tiene que tener su propio criterio para poder juzgar.

–¿Refleja la obra cómo son algunos políticos actuales?

–Hay políticos que se pueden relacionar con la obra. El populismo es Tartufo. A Trump lo hemos tenido en cuenta en los ensayos por ese perfil psicológico del narcisista, del manipulador que pone al resto de la gente a su dispoción. Ese es el perfil de Tartufo: yo soy lo único que existe en el mundo y el resto está para servirme a mí. Se considera un ser especial, único, como un enviado del Universo para guiar al resto de los humanos. Trump podría relacionarse con este personaje.

–¿Todos somos un poco ‘tartufos’?

–Todos hemos podido actuar alguna vez con este perfil del narcisista. Pero la diferencia es que la mayoría de las personas podemos arrepentirnos de nuestros actos. Pero en el ‘tartufo’ de esta obra no existe la mala conciencia ni el arrepentimiento. Lo es hasta las últimas consecuencias. Yo confío en que de esas personas haya poco.

–El final no es el del clásico.

–El final de la versión de Pedro Víllora se puede asemejar más a la primera versión que hizo Molière porque luego, por la censura y la importancia del rey en aquella época, cambió el final para mostrar que era él quien ponía justicia. En esta obra el final es diferente y creo que mucho más interesante. Aunque puede ser un poco desesperanzador. Pero hay que mostrar también la idea de Molière en su primera versión.

–¿Los malos siempre ganan?

–Yo quiero creer que no. De hecho, pienso todo lo contrario. El final es agresivo, desesperanzador. Pero no hay que quedarse con esa lectura sino tomarlo como un aprendizaje. El final de la obra no es el final de la vida de los personajes. ¿Quién sabe lo que puede pasar después? Aunque uno gane a nivel material, no quiere decir que haya ganado. Al final lo importante son otro tipo de ganancias: las personales, las familiares, con uno mismo. La ganancia material no es la definitiva.

–¿Cómo ha sido el trabajo con el resto de compañeros?

–Ha sido muy enriquecedor; cada uno tiene su personalidad muy marcada. Vicente León, que fue candidato a los Premios Max por la obra, fue mi profesor en la RESAD [Real Escuela Superior de Arte Dramático de Madrid]. Esther Isla, que hace el papel de Dorina, estuvo también nominada. La verdad es que ha sido muy divertido. El público va a notar que disfrutamos de cada momento y se lo va a pasar muy bien. Cuando terminamos la obra, muchos se nos acercan para agradecernos las risas. Mucha gente puede pensar: ‘Un clásico. Menudo rollo’. Y luego salen sorprendidos porque se ríen incluso más que con cualquier comedia actual.

–Ha trabajado en televisión y cine. ¿Qué aporta el teatro para ser el favorito de los actores?

–El teatro te da tiempo para trabajar más minuciosamente. En cine y televisión se va más rápido y a veces, gran parte del resultado, no depende de ti. Depende del montaje, de la iluminación, del director, del sonido. A veces, cuanto menos hagas, mejor... [Risas] En el teatro nadie te va a cortar en medio de la escena. Fluye de otra manera. Se trabaja más con el cuerpo; la expresividad es mayor. Pero sobre todo te permite compartir con los espectadores ese momento único e irrepetible que es una función. Cuando era más joven, me generaba más tensión. Ahora cada día lo disfruto más porque ese es mi lugar. La comunión con el público es impagable.

–¿En qué otros proyectos anda?

–Dentro de unos meses se estrenará en cines una obra que se llama ‘Mi querida cofradía’, en la que participo. Es la primera película de Marta Díaz de López. Es una comedia muy divertida. Tengo más proyectos pero no puedo hablar aún de ellos.

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