No era para menos, porque, en las circunstancias más inmediatas, era una censura previa en la prensa nacional. La conmoción ocasionada en el momento de filtrarse la dimensión del ‘Desastre de Annual’, dejaría en estado de shock a la nación. Y, por si fuera poco, todavía continuaba en el sentir popular la pérdida contundente de Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Guam, así como los estragos del ‘Barranco del Lobo’ (27/VII/1909), cuando sin apenas recuperarnos de la calamidad en tierras africanas, contemplamos como se descomponía el capital histórico de un Imperio colosal, acarreando en la memoria aquel coloso inexpugnable, para pasar del mito a la cruda realidad de lo que a diestro y siniestro quedaría fundamentado, hasta desenmascararse en el ‘Expediente Picasso’ los indicios de responsabilidad penal.
Con estos mimbres y prosiguiendo la estela del texto que antecede a esta disertación, aquella fama que nos hizo intocables, se convirtió en vestigios difuminados por lo retrospectivo de la Historia, pero que volvía a resurgir con la marca de la corrupción endémica, la carencia de un ejército profesional acomodado con herramientas avanzadas para este arte hiriente y tan inevitable, como la guerra, con la falta de fe obligada para recuperarse de los golpes recibidos o de la resiliencia ante las adversidades y extraer conclusiones, y en muchas ocasiones, por la ineptitud del ego de algunos que creían estar jugueteando con soldaditos de plomo.
Aun así y pese al corporativismo, los testimonios de los militares reflejaron la crítica en el ‘Expediente’, a su vez, que casi es exculpatorio con relación a las acciones individuales, lo que irremediablemente lleva a poner en tela de juicio su objetividad.
Pero, ante todo, el General de División Juan Picasso González (1857-1935), no queda al margen de tener presente que dialoga con personas cuya premisa no es tanto la de ayudar a la depuración de responsabilidades o desenmarañar la verdad de los sucesos, sino en sortear lo posible que les manche de lleno la investigación. Por ello, tiene muy claro, que, aunque habitualmente existe el recelo de falsear por el peligro a caer en contradicciones con otras afirmaciones, utiliza expresiones como “reorganizarse” o “recoger” que entiende como eufemismos.
No queda duda, que los testigos son la principal fuente para destapar lo recóndito en el tiempo, pero Picasso examina con escrupulosidad la documentación previa de las operaciones, tanto de las jornadas de la hecatombe, hasta depurarse que no eran pocos lo que hacían hincapié en el escaso afianzamiento del avance, cuestión que intimidará a los mandos en la medida en que le es factible.
Picasso, es tan cabal en sus averiguaciones, que diseña con determinación los planos de cada posición, para más tarde indicar con escrupulosidad los puntos donde podría confirmarse que se desencadenaron las víctimas, o los daños a los edificios o cualquier otro antecedente que sirva para iluminar lo acaecido.
En su celo personal pretende cubrir todas y cada una de las posiciones con evidencias de los sobrevivientes, aunque se constata que en algunas no se salvó nadie, o al menos que se conociera, y lo que se le ocurre es remitirse a las referencias de terceros y corrientemente vagas.
Desde el ‘Combate de Abarrán’ (30-V/1-VII/1921), donde se inicia todo, explora los 155 reductos que se desintegraron en apenas tres semanas, algunos sin ser sitiados. El repliegue desconcertado o la conducta amilanada de algunos mandos, se convierten en deslices capitales y fuertemente desacreditados por Picasso, como los años de desatención que predispusieron carices como el aciago despliegue ejecutado, los traspiés de la política con las cabilas o el descuido en la instrucción de los soldados.
El mismo General lo extracta literalmente con estas confirmaciones concluyentes en la página número 52 del ‘Expediente Picasso’: “Hemos sido, como de costumbre, víctimas de nuestra falta de preparación, de nuestro afán de improvisarlo todo y no prever nada y de nuestro exceso de confianza; y todo ello constituye, a juicio del declarante, una grave responsabilidad, que el país tiene el derecho de exigir a todos; porque si es cierto que autoridades e incluso ex Ministros han visitado el territorio y encontrado todo perfectamente, y que el Mando ha felicitado por los resultados alcanzados, que después se desplomaron como un castillo de naipes, no lo es menos, por desgracia, que la oficialidad, en su misión de preparar el instrumento que ha de usarse para combatir, ha olvidado que cuando por medios que podrán tener excusa, pero que eran graves, obtuvo ventajas materiales, prometió solemnemente dedicar todos sus esfuerzos, en primer término, a mejorar la condición del soldado y la capacidad del Ejército, y ha dejado incumplida esta promesa, en perjuicio de la Patria, que necesita, no un Ejército que se sacrifique, sino un Ejército que triunfe, preparándose en los períodos de paz, porque en la guerra no se aprende nada”.
Si bien, como si el Ejército no hubiese quedado lo bastantemente abochornado, hubo otro matiz que perturbó profundamente a Picasso. Me refiero a la multitud de condecoraciones y ascensos por méritos de guerra tras la fatal derrota.
En su ‘Informe’ correspondiente a la página número 74, Picasso, se adentró en las proezas de ciertas posiciones cuya protección quedó señaladamente definida, pero subrayaba algunas cautelas precisas para que “[…] los militares de cualquier clase no aleguen por servicio distinguido el regular desempeño de su obligación”, “[…] pues si tantos creen haberse comportado tan esforzadamente, no se comprende entonces la consumación de la catástrofe en las condiciones que los hechos relatan”. Por lo tanto, sus indagaciones sirvieron para que las recompensas concedidas fuesen más justas de lo reincidente, aunque no sorteó el clientelismo o la pillería, tan común en este tipo de privilegios.
Y, como tal, el ‘Expediente Picasso’ ha quedado para la posteridad como la salvaguarda principal de la memoria viva del caos que sucedió en 1921.
Un contraste irrefutable de ello, es que cualquier trabajo simultáneo sobre el sumario, relata los acontecimientos de manera análoga a como lo hace Picasso, y esto es algo que muestra el mérito de la información que se desgrana en la investigación.
“Aquella fama que nos hizo intocables, se convirtió en vestigios difuminados por lo retrospectivo de la Historia, con la marca de la corrupción endémica, la carencia de un ejército profesional para este arte hiriente y tan inevitable, como la guerra, con la falta de fe obligada para recuperarse de los golpes recibidos o de la resiliencia ante las adversidades”
Sin embargo, como ocurre con cualquier búsqueda contemporánea de nuestros días, las especificaciones de las fuentes hacen improbable que razonemos como absoluta realidad lo que en sus páginas se revela.
Es sabido, que Picasso no lo guarda en ninguna coyuntura, y su desconfianza da todavía más valía a su tesis. Como se ha indicado, una de las mayores eventualidades a los que se contrapuso, recayó en los testimonios interesados, provenientes del menester de los declarantes para cubrirse como llanamente se diría las espaldas, ante depuraciones fortuitas.
A fin de cuentas, lo que realmente persiste son las vicisitudes de los que realmente allí estuvieron, o advirtieron los episodios de primerísima mano. O, tal vez, lo sufrieron en sus propias carnes, porque en el instante que lo divulgan se transforma en una parte reconstruida. A saber, innegable, tergiversada o manipulada, lo que no impide que en términos desemboque en un acto histórico.
Ni que decir tiene, que algunos tomen como cierto algo que jamás sobrevino, no lo hace más verídico, pero podría quedar impregnado para la memoria, y no en su sentido individual, sino en el colectivo. Un ejemplo de ello con respecto al ‘Expediente Picasso’ y como heroicidad inventada, puede entreverse en la supuesta defensa del pozo de ‘Tistutin’, que desempeñaron los cabos Rafael Lillo y Jesús Arenzana con otros cuatro soldados. ‘Tistutin’, era el término del recorrido del ferrocarril de Melilla y depósito de acumulación de Intendencia; su ubicación poseía una cerca de piedra de menores proporciones que la de ‘Batel’, entre la carretera y las vías del tren.
Como era de vislumbrarse, Arenzana, refirió una épica hazaña en la defensa del pozo, algo así como una alianza de paz con los bereberes, que duró en tanto había agua y una habilidosa retirada hacia la zona francesa, en la que ineludiblemente fueron sorprendidos por dos rifeños a los que dieron muerte. Sus mismos compañeros confirmaron el argumento.
Picasso, enfatizó esta proeza como una de las más meritorias muestras de valor de aquellos días aciagos y formuló para todos los involucrados un ascenso. El sentir general los encumbró como auténticos héroes; además, se movieron los hilos para que Arenzana consiguiese la laureada. Paulatinamente, los periódicos se agotaron de entonar la gesta y en noviembre de 1922, se podía observar en las páginas del periódico ‘ABC’ el lance calificado de “epopeya” y los soldados tratados como “titanes”.
Del 28 de julio al 2 de agosto, respectivamente, aguantaron de modo inverosímil y llegado hasta el último extremo, reuniéndose los defensores con su cabo, pudo revelarse la responsabilidad añadida, al anularse las armas y el motor del pozo y se recluyeron en la franja francesa, tras pasar por grandes riesgos y contrariedades.
Curiosamente, lo más apropiado de las piezas de este puzle, acabaría siendo lo de oponer resistencia de manera extraordinaria, pues en las postrimerías de 1922 se conocería la verdad que, obviamente, era muy distinta, demostrándose que entre el grupo concibieron una gran mentira: rindiendo la posición sin resistir y pagaron 100 pesetas para que los trasladasen a la parcela francesa.
Arenzana, influido por su conciencia y ante las incesantes adulaciones y muestras de aprecio acogidas, no le quedó otra que realizar una nueva declaración, con la cual, el Fiscal Togado del Consejo Supremo rehízo lo que había pasado: la propagación del artificio no era conveniente para ventilar una nueva humillación del Ejército, que podía llevar a pensar cuántas más de las iniciativas narradas eran ficticias como la de Arenzana y compañía.
En este fragmento sucinto queda mostrado uno de los grandes inconvenientes de esa complicada relación, pero imprescindible, entre la ‘memoria’ y la ‘historia’.
Ahí, precisamente, dónde no puede echarse mano de las fuentes documentales o estudios fehacientes de alguna tipología y los testimonios son pocos numerosos, que relativamente pueden haber llegado a un acuerdo, sin que nadie garantice la fiabilidad de los hechos probados, pero, que valga la redundancia, hacen un hueco en la ‘memoria’ de todos y abren paso a la ‘historia’.
Probablemente, de no ser por la modificación de Arenzana, quizás, hoy, estuviésemos hablando de él como un recompensado enaltecido en uno de los más atrevidos y temerarios capítulos de una guerra improductiva: la defensa del pozo de ‘Tistutin’, que en la actualidad ha quedado como una bellaquería española.
Llegado a esta parte de la recapitulación, si hasta ahora me he referido a la recepción del ‘Informe’ de Picasso inmediatamente a que se hiciese público, al menos, entre los integrantes del Congreso, seguidamente me ceñiré a la exposición de una reseña sobre su trayectoria y subsiguiente transmisión.
Un diseño continuo a lo largo de las épocas es el monopolio del mérito por el ‘Informe’ que tuvo su Juez Instructor, y que queda de manifiesto en la denominación de este: ‘Expediente Picasso’. Pero, lógicamente, no lo materializó sólo. Aquí, entra en escena el General Francisco Aguilera y Egea (1857-1931), Presidente del Consejo Supremo de Guerra y Marina, adquiriendo un protagonismo destacado, así como los subordinados de Picasso que codo con codo perseveraron y batallaron con él.
Sin soslayarse de este escenario, el dictamen de Miguel Primo de Rivera y Orbaneja (1870-1930), en buena medida contra la segunda ‘Comisión de Responsabilidades’, no siendo de esperar que Picasso desapareciese avivadamente del debate político, y lo que podía ser aún más grave, que su identidad se esfumase para siempre.
Eso fue lo que se le pasó por la mente al diputado Bernardo Mateo Sagasta y Echevarría (1866-1937) que, al tutelar la ‘Comisión de los Veintiuno’, pudo prescindir del ‘Informe’ completo el 13/IX/1923 en que Primo de Rivera se encaramó, poniéndolo a salvo de la destrucción en la Escuela Especial de Ingenieros Agrónomos, que él mismo administraba.
Pero, Sagasta, ni mucho menos se había equivocado en su pronóstico: poco después de su recalada en la capital de España, el dictador, no tardó en reclamar el ‘Expediente’, llevándose la noticia de su desaparición, por la que requirió al Diputado, que, no dando el brazo a torcer, comentó no saber nada.
Acaso, el General no se tomó la revancha directa contra Sagasta, aunque es irrebatible que de ningún modo dejó en el tintero la desatención hacia su persona, porque en jornadas precedentes, cuando éste le solicitó para la Facultad de Agrónomo 700 hectáreas de terreno para sus actividades educativas, únicamente se le concedieron veintiuna, un número que, por ventura, concordaba con la cantidad de miembros que constituían la Comisión que dirigía.
En sus estrenos, la nula tolerancia hacia el pluralismo político, o para ser más preciso, la dictadura, parece como si tratase de postergar lo acontecido en ‘Annual’, porque corta de raíz la ‘Comisión de Responsabilidades’ y compite por la impunidad del Ejército, plasmado en impedir el enjuiciamiento penal de Felipe Navarro y Ceballos-Escalera, José Cavalcanti de Alburquerque y Padierna, Silverio Araújo Torres, Dámaso Berenguer Fusté, Ricardo de Lacanal y Villar y, por último, Carlos Tuero O’Donell.
Ahora, Marruecos, es la dificultad por encarar y una de las preferencias de Primo de Rivera, tratando de cercenar el ‘Desastre de Annual’ y centrarse en el talón de Aquiles del apogeo imperialista. Podría considerarse, que su ‘Golpe de Estado’ es una depuración por la ruina de 1921, pero en la que toda necedad subyace en los políticos, pagando su culpa y abriendo brecha al Ejército como cuerpo rector del estado.
Pero, lo más inusual de todo, es que el dictador se convierte en un abandonista para avalar la apariencia española en Marruecos, gracias al éxito de la ‘Campaña de Alhucemas’ (8/IX/1925).
Del mismo modo, auspicia el olvido de las calamidades norteafricanas para establecer la memoria, y en 1927 la Asamblea Nacional demanda en su artículo segundo, “enjuiciar la política general desde el 1/VII/1909”, pues es desde aquí, cuando comienza el “período de aptitudes”. A raíz de este empeño se implementa un enterramiento documental, perturbando a Marruecos que exhibe una notable inquietud por la sensatez histórica. Es en esta trama, cuando el ‘Expediente Picasso’ recupera su resonancia y aunque no está disponible su totalidad, Primo de Rivera pone en el Congreso lo que ha conseguido unir de él. Ya, el 22/XI/1927, se activa la que es la tercera ‘Comisión de Responsabilidades’ sobre el ‘Desastre de Annual’.
En sí, la inspección queda en un fracaso rotundo, porque la mayor parte de la documentación a la que se pretende acceder era reservada o había sido retirada, y la depuración que en la práctica debía hacerse, quedó en agua de borrajas; pero, a este tenor, se confirma un deseo de justicia histórica bastante atrayente. En este caso las supervisiones no trascienden a la opinión generalizada y las referencias al ‘Informe’ en la prensa son casi supuestas.
Con la irrupción de la ‘II República’ (14-IV-1931/1-IV-1939) se nota un notable ascenso en cuanto a la divulgación del ‘Expediente’, porque en 1931 se devuelve al Congreso mediante Sagasta y se imprime una edición de Javier Morata. Incluyendo el ‘Informe Final’ que, a modo de resumen, redacta Picasso correspondiendo a los folios 2.171 al 2.147. Asimismo, se fusiona el ‘Informe’ que el Fiscal Togado, Ángel Romanos, fechó el 28/VI/1922, así como medio centenar de extractos que se remitieron al Congreso el 3/XI/1922, la mayoría declaraciones de oficiales, tropa y civiles, como diversos telegramas del Ministerio de Guerra.
La citada impresión lleva el título de ‘El Expediente Picasso’, aunque se trata de un compendio acompañado de fragmentos. Pese a esto, el interés declinó rápidamente, porque el nuevo régimen que ahora imperaba, no estaba por la labor de retornar a las pesquisas sobre el ‘Desastre de Annual’ como algunos creían estar convencidos, y el emblema de Picasso prácticamente se omitió. Cuando el hacedor del ‘Expediente’ falleció el 5/IV/1935, lo más que se distinguió en los medios periodísticos, residió en alguna esquela con días de retraso y ninguna mención a la causa de su popularidad.
Alcanzada la etapa franquista, el ‘Expediente Picasso’ quedó totalmente soterrado por la indiferencia suscitada desde el sistema, porque una obra que insistía con endurecimiento en los excesos y la depravación del Ejército, no era satisfactoria para el entramado militar y en cuya línea oficial primaba la culpa política a la hora de rastrear a los posibles responsables.
Interesa aclarar, que el ‘Expediente Picasso’, al menos en lo que atañe al epílogo publicado en 1931, se mantuvo vigente como un referente para los analistas y cronistas, como se comprueba en las pormenorizaciones bibliográficas de ilustres trabajos divulgados. Por lo que el desdén del ‘Informe’ no tuvo nada que ver con la censura, sino en la falta de interés porque se le concediese la debida difusión.
En este aspecto, en 1956, resultan significativas las palabras de Manuel Aznar y Zubigaray (1894-1975), cuando encabeza el ‘Diario de una Bandera’ correspondiente al año 1922 y en el prólogo de Francisco Franco Bahamonde (1892-1975), afirma fielmente: “Los altos y claros motivos de orgullo que encierra el famoso Expediente Picasso piden frecuentemente el laurel y el mármol; y se pretendió entre nosotros transformarlos en oscuras razones de vilipendio contra el Ejército nacional”.
Cómo se advierte, en ningún instante reprocha al autor ni a su ‘Informe’, e incluso se refiere al ‘Expediente’ como si se tratase de algún prototipo de apología a las Fuerzas Armadas, incriminando a los políticos de emplearlo con nefastos propósitos.
En concreto especifica que unas Cortes conservadoras “quisieron poner en la picota a nuestras Instituciones Armadas”.
Vislumbrando lo más mínimo el contenido de la investigación de Picasso, así como reincidió en la descomposición e ineficacia del Ejército, las palabras de Aznar, uno de los periodistas más prestigiosos y predilectos del régimen, resultan marcadamente tendenciosas.
Tras más de una treintena de años, una parte del ‘Expediente’ al fin se publica con una cierta amplitud, pero lo hace fuera de la Península, concretamente en Estados Unidos Mexicanos y con una tirada difundida en 1976 y expuesta por Sinesio Baudillo García Fernández, conocido bajo el seudónimo de Diego Abad de Santillán (1897-1983), un militante anarquista, escritor y editor español, figura prominente del movimiento anarcosindicalista en España y la República Argentina.
El impreso en sí, es una copia o reproducción casi idéntica de la de 1931, salvo en su introducción. Hay que tener en cuenta que el texto concurrió con la consumación de la dictadura, no existiendo complicaciones para que irrumpiese en España y en este momento, es la edición del ‘Expediente’ la que poseen las bibliotecas del país. Aquella tirada la compuso mil ejemplares, lo que no admitió una enorme repartición y ésta se encaminó principalmente en el entorno académico.
En su preámbulo a la edición, Abad, determina con énfasis la manipulación a la que el ‘Expediente’ había sido objeto. Al pie de la letra dice textualmente: “Páginas que los amanuenses oficiales de todas las épocas han pretendido disfrazar, desfigurar o interpretar de modo que causen a la posteridad menos horror, conmiseración y protesta de la que merecen”.
En España, desde el conjunto de ejemplares de 1931, no se volvió a imprimir el ‘Expediente’ hasta que en el año 2003 lo dispuso la editorial Almena, con el título de ‘El Expediente Picasso. Las sombras de Annual’.
Pese a que esta edición reúne un interesantísimo anexo con más de un centenar de imágenes fotográficas, no proporciona ningún otro documento adicional a la de 1931 y en su duplicado de 1976, se echan en falta algunos que sí los incluía, como el engarce de los procedimientos judiciales sobre el ‘Desastre’ instruidos hasta el 3/X/1922. Hoy por hoy, existiendo cierto consenso en situar el inicio de la Transición el 20/XI/1975 con el fallecimiento de Franco, en adelante, la memoria del ‘Expediente’ se ha ido redimiendo, y continúa figurando como un referente inapelable para los estudiosos del tema, hasta transformarse en un pasaje comparativamente conocido, al que con frecuencia se nombra al referirse al ‘Desastre de Annual’ (22-VII-1921/9-VIII-1921) y al final de la ‘Restauración’ (29-XII-1874/14-IV-1931). Si bien, no ha de quedar al margen de lo que aquí y en el texto que le antecede se ha analizado, la imputación en primer término al Mando que con “inconciencia, incapacidad, aturdimiento o temeridad ha provocado el derrumbamiento de la artificiosa constitución del territorio”, y, en segundo lugar, “a todos aquellos según su medida y grado, que no respondieron a sus deberes militares”.
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