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Los podridos mensajes de la Falange

Descansé el martes, tras nueve días consecutivos de trabajo, y aunque la servidumbre de mi cargo como directora de este medio me animaban a acudir a la Plaza de las Culturas, más que nada por tener información in situ y de primera mano del acto de la Falange en nuestra ciudad, opté por quedarme en casita, disfrutando de un desayuno tranquilo y de una mañana sin prisas. El periodista, en realidad, nunca descansa, en cualquier ocasión encuentra motivo para seguir trabajando, conociendo detalles de la ciudad en la que desarrolla su profesión o los pormenores de asuntos que muchas veces sólo se revelan en circunstancias alejadas del ritual tradicional del trabajo.
Aún así, somos humanos y finalmente pudo más mis ganas de asueto y relax que mi gusanillo por saber qué podía pasar en el acto de la Falange. Mis compañeros, tantas veces mis ojos y mis oídos en actos públicos, porque la omnipresencia es algo que no se puede conseguir por mucha vocación profesional que se tenga, ya se encargarían de informarme y contarme como a la postre ha sucedido.
Según me dicen, los oradores de la Falange cuidaron algo más las formas en sus discursos que sus seguidores una vez terminó el acto, dado el relato que testigos varios han realizado de cómo se comportaron y de cuál era el sentido de muchos de sus comentarios, abiertamente xenófobos y racistas sin la más mínima discreción y prácticamente a viva voz.
Es conveniente subrayar lo anterior porque en el ánimo de no otorgar mayor cobertura que la precisa a grupos residuales como el citado, es posible que la trasmisión de su mensaje parezca admisible e incluso digno de ser compartido por muchos. Y digo esto porque la Falange, en sus discursos, se centra en subrayar aspectos tan indiscutibles de nuestra realidad actual como país, tal cual es la crisis de la identidad del Estado en beneficio de unos nacionalismos desbocados que buscan en sus réditos políticos situaciones extremas e incomprensibles como la innegable persecución al idioma castellano en la comunidad catalana.
Juegan también los falangistas con el desasosiego de los parados para enfrentarlos al inmigrante, al que acusan en primer término de la falta de trabajo cuando la realidad es que los emigrantes no solo nada tienen que ver con las altas tasas de desempleo sino que representan una importante fuente de riqueza para nuestro país y una mano de obra que a duras penas compite con las opciones de trabajo a las que aspira el desempleado con DNI español.
Su discurso de exaltación de la patria enmascara su ideario intransigente y fascista y logra arrastrar a los menos versados a base de confusión con llamadas a la unidad o críticas sensatas en apariencia, como las que vinieron a realizar al Gobierno de Zapatero por su política frente a Marruecos.
Sin embargo, no podemos quedarnos en la superficie a la hora de enjuiciar a estos grupos fascistas que tienen cabida en nuestra democracia pero que no tienen ningún parentesco con ella. En esencia son antidemócratas por convicción y son además un serio peligro que incita al odio al diferente y que hace del temor a lo desconocido una causa contra el extranjero, asimilándolo en sí mismo a un peligro contra nuestra identidad española.
Esos mensajes, en una ciudad como Melilla, que sólo es posible en su presente y futuro desde el eclecticismo y el auténtico respeto a las distintas culturas que conforman nuestra tierra, resultan especialmente dañinos e intolerables. Comprendo que sean una ofensa para muchos entre los que me incluyo, y entiendo que resulte abominable tener que aguantar alegatos y referencias xenófobas contra gran parte de nuestros paisanos y familiares melillenses de origen amazigh y confesión islámica.
Una vez más, confundir el Islam con terrorismo, intransigencia y violencia es un error mayúsculo que, como tal, se evidencia en mayor medida en esta tierra nuestra, donde la participación democrática de los musulmanes es una realidad en progreso y una prueba de que Islam y Democracia no están reñidos, como el Catolicismo y la democracia tampoco lo están.
Me solidarizo desde aquí con nuestro colaborador Enrique Delgado, que fue víctima de la intransigencia falangista y como él me pregunto si no hubiera sido posible ponerles las cosas más difíciles a esta ultraderecha carpetobetónica que quizás pensó encontrar en Melilla un mayor eco, por aquello de que nuestra lejanía del resto del país nos hace sentirnos aún más orgullosos de nuestra condición de españoles.
Efectivamente, estamos en Democracia, tenemos que respetar todo aquello que no transgreda la ley por mucho que nos repatee el discurso o la esencia del mensaje. No obstante, habría que preguntarse cómo han logrado tan fácilmente organizar un acto en la Plaza de las Culturas. Por un lado, la Delegación del Gobierno no ha podido prohibirlo porque se ajusta a la legislación vigente, pero, por otro, la Ciudad Autónoma ha tenido que autorizarlo para que puedan hacer uso de la vía pública, colocar atriles y pancartas en una plaza propiedad de nuestro municipio.
Lo deseable es que no lo hubieran tenido tan fácil y que se hubieran visto relegados a algún espacio cerrado previo pago de su alquiler. Sencillamente, creo que el Gobierno local con su autorización ha errado de plano y se ha convertido en cómplice por omisión del discurso racista y vergonzoso de estos fascistas que se benefician para vergüenza ajena de la misma democracia de la que abominan abiertamente.

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