Categorías: Sociedad

Los gitanos de Melilla son diferentes

No pierdan el tiempo en pantochadas como marginación o segregación del pueblo gitano, al menos en Melilla. Déjense de cipotadas porque los gitanos melillenses son ejemplo fundamental de integración desde hace décadas y lo único que piden es lo que piden todas las asociaciones de gitanos o payos, colaboración institucional para sacar adelante una serie de proyectos de los que va a disfrutar toda la sociedad melillense, proyectos que, además, refuerzan el patrimonio cultural de la propia comunidad gitana y a los que tienen acceso cualquiera porque las puertas de la casa de un gitano siempre están abiertas... así como sus corazones.
Aquí, en Melilla, habida cuenta de la perfecta simbiosis social, no hay gitanos o payos. Bueno, sí que los hay, pero se hablan con los ojos y se entiende sin pactos, o sea, se llevan a las mil maravillas y –a Dios o lo que sea, gracias– prolifera el mestizaje, un mestizaje basado en el amor y en mutuo interés de conocer culturas, en principio, lejanas y, en la realidad, comunes. Juanma y Reme son ejemplo de esta tendencia y particular idiosincrasia que puede constatarse en pocos sitios más que en la norteafricana y sugerente ciudad de Melilla.
Paco Carmona, amigo e integrante de la Directiva de la Comunidad Gitana de Melilla es, por supuesto, gitano pero también ciudadano pedáneo –como todos los melillenses– que gusta de disfrutar de cuatro cervezas, cinco bromas e infinitos momentos de amistad: “Gitanos o no, en este caso sí, nos encanta convivir en paz, ser felices con nuestros paisanos, compartir costumbres y sentirnos, como todos los melillenses, orgullosos de esta fabulosa comunidad de seres humanos...y, si nos podemos cantar una bulería, a Dios gracias”.
Manolo Carmona regenta una tienda de modas en la Avenida del Rey. Es un joven que vive la vida día a día, sin perder de vista su negocio que maneja a las mil maravillas su mujer de confianza, Cristina Guerrero. Viaja mucho, sobre todo para ver corridas de toros. Con su amigo Agustín, deleita la miel de la vida a poquitos, disfrutando pero sin hartazgos; es cabal, flamenco y cercano. “Esto es lo principal, ser cercano, ser accesible seas quien seas, rico o pobre, payo o gitano”. Es cierto, el gitano melillense, el gitano de la Barraca de San Francisco, donde a diario caen un par de botellas de escocés y un aluvión de bulerías, es ser humano entrañable, que pide ser querido y se deja querer.
Es una comunidad olvidada por los fundadores del estatus autonómico melillense que se calló en su momento –antes éramos cristianos, musulmanes, hebreos e hindúes– y no se les llevó a filas en el reconocimiento de la cultura gitana como integrante y protagonista de la entre cultura local pero, como la rueda que les emblemaniza, no dejaron de rodar los gitanos de Melilla y, con perseverancia, como esos rucios que hace siglos arrastraban sus carretas de tránsitos inacabables, de Rumanía hasta el último rincón del Algarve protugués, con esa paciencia, ya tienen signos de identidad en la sociedad melillense.
De una noche involvidable en ‘La Barraca’ de Batería Jota recuerdo los ojos de una preciosa gitana que brillaban como dos diamantes y herían como dos lanzas guerreras de los ejércitos del mismísimo Alejandro Magno pero, sobre todo, evoco el tono de hermandad, la calidad del arte gitano y ‘La Barraca’, una especie de Albaizín en un continente enfrentado por las aguas a las cuevas de la ciudad de La Alhambra. Aquellos ‘sacais’ de mi gitana siguen fundidos a fuego a los míos.

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