Opinión

Los frutos que requiere la tierra de sus moradores

Las pausas del camino son tan necesarias como el pan de cada día que nos llevamos a la boca. Necesitamos hacer silencio para rehacernos y corregirnos, para saborear los instantes vivenciales y compartirlos con el horizonte de los sueños. Sin duda, tenemos que aprender a querernos mucho más. El fruto de la verdad sólo germina de la bondad, del servicio que nos prestemos unos a otros, de la entrega desinteresada que nos ofrezcamos entre sí. Por eso, hemos de ser compasivos siempre, jamás interesados por lo material, si queremos estar en armonía con nosotros mismos. Para desgracia de todos, no se siembran más que palabras de odio y venganza, mientras la gente más débil e inocente muere en la brutalidad de los combates. Navegamos en la mentira endémica, en lugar de ser sinceros, fecundos en amistad y en proyectos de bien. Abandonemos la retórica guerrera, los ataques a los trabajadores humanitarios. Ejercitemos el respeto desde la diversidad, con la intención de enriquecernos mutuamente, para no ver al otro como una amenaza, sino como un apoyo para el crecimiento del linaje y sustento de la especie. Desde luego, cada encuentro como cada decisión tomada, sea vital o cotidiana, está en función de esa comprensión solidaria.

Indudablemente, la cosecha de las producciones tiene que mejorar con el amor, que es lo que nos tranquiliza en medio de las adversidades perversas, perseverando el corazón con serenidad y permaneciendo con los vínculos, fortaleciendo de este modo el árbol de la vida. La invención de la mente humana no puede continuar recolectando la destrucción de sí mismo, tiene que pasar página e inventar el espíritu fraterno, a través de su potencial creativo. Cada época demanda de nosotros una transformación, un compromiso de actuación de forma ética y una actitud responsable en todo momento. Precisamente, ahora con el uso de la inteligencia artificial, para ayudar a la toma de decisiones militares en conflictos que pueden contribuir a crímenes internacionales, tenemos que reconsiderar los lenguajes de hecho. Todo no sirve y la justicia se defiende con la razón, jamás con el abecedario armamentístico. Nos urge, pues, despertar. Los promotores de lo armónico, es a los que tenemos que escucharles. Lo que resulta bochornoso y mezquino, es que la humanidad aún no sepa vivir desviviéndose por vivir en paz, proliferando la conflictividad en lugar de la conformidad, o la competitividad en vez de la convivencia.

La confianza ha de darnos el mejor concierto sistémico, no bastan las meras palabras, hay que ponerlas en coherencia con la acción de cada jornada, en un orbe que hemos globalizado y que necesitamos hermanarlo con sus gentes heterogéneas. Esto no es nada fácil de conseguir, ninguna riqueza de aquí abajo puede ayudar a que germine la hermandad, precisamos de una autocrítica cada cual consigo mismo y de una sensible voluntad perdurable. El futuro depende en buena parte de la familia, que también ha entrado en una fuerte crisis, cuestión que afecta a la sociedad; y, aún peor, cuando la debilidad humana es utilizada por la ideología, que todo lo desfigura y confunde. De ahí la necesidad de repensar situaciones, de no dejarnos engañar, de volver a ser nosotros mismos. Es ciertamente la contemplación de la vida conyugal, la que nos hace descubrir, donde anida la luz del amor verdadero y donde se esconden los intereses mundanos destructores. Nosotros no nos bastamos, somos una mera raíz, que no puede estar desprendida existencialmente. En consecuencia, ver un emparentado que se rompe, es un drama que tampoco puede dejarnos indiferentes. El camino del acercamiento y del perdón, –mal que nos pese-, es la única salida.

Estoy convencido de que nuestro tránsito tiene que ser conciliador, un camino de acercamiento y de renovación constante de pulsos que se interrogan entre sí vivencialmente, de apertura franca con inauguración mística, sin los ídolos del poder o el interés por el dinero; y, todo esto en donación permanente, es lo que nos lleva a la reconciliación continua y al disfrute del aire de la tolerancia íntima. Nuestro actual tiempo, vacío de alianzas auténticas, pide comenzar a regenerar los hogares para poder desenredarnos de los nudos insanos de la soledad. No hay mejor sanación que cultivar la mansedumbre en comunidad. Lo importante es desterrar de nosotros las cadenas que nos esclavizan, generando trances que todo lo vician, mercantilizando a las personas, sirviéndose de la injusticia económica y de la manipulación del pensamiento. Invitamos, por consiguiente, a estar atentos para no caer en ese orbe tentador de malignidades y en cultivar el abrazo alentador de hacer ciudadanía, para poder interrumpir el ciclo de violencia que nos acorrala y prevenir las absurdas crueldades en el futuro. Al fin y al cabo, un nuevo planeta nace cuando sus habitantes se abrazan, porque se aman y se quieren.

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