El árbol urbano más abundante en las calles de Melilla es el laurel de Indias (Ficus microcarpa), más conocido en la ciudad por el nombre del género al que pertenece, Ficus, que aunque más corto y menos solemne que su nombre vulgar nos recuerda que este árbol del sudeste asiático es primo hermano de nuestra higuera mediterránea (Ficus carica).
Efectivamente, Ficus es higo en latín, y los frutos de este árbol no son más que pequeños higos que cuando maduran son un manjar para las aves urbanas de Melilla, como mirlos (Turdus merula) y bulbules (Pycnonotus barbatus).
El apelativo microcarpa hace referencia precisamente al pequeño tamaño de sus frutos, que además de hacer las delicias de las aves de la ciudad, también son un motivo de queja para los dueños de los automóviles que aparcan debajo de estos árboles, pues sus frutos maduros cuando caen revientan y dejan unas manchas oscuras que cuando se secan son algo resistentes al lavado.
Hace algunas décadas estos frutos caían de los ficus sin madurar, por lo que no podían ser aprovechados por las aves. Las razones de que a partir de un determinado momento, hace algo así como tres décadas, estos pequeños higos empezaran a alcanzar la madurez pueden ser varias.
El proceso de fecundación del fruto de las diferentes especies de higueras que viven alrededor del mundo es, ciertamente, uno de los más complejos del reino vegetal, y en él intervienen varios factores imprescindibles para que se lleve a cabo con éxito; uno de estos factores es la polinización del higo cuando aún es una flor, labor que realiza una familia de avispas especializadas en esta tarea, y por ello llamadas avispas de los higos, los Agaónidos.
Un agaónido concreto, Eupristina verticillata, es la avispa especializada en la fecundación de los pequeños higos del Ficus microcarpa. Sería interesante saber si esta avispa llegó en su día a nuestra ciudad, como ha ocurrido en otros lugares del mundo donde se han plantado laureles de Indias, o es otro tipo de agaónido local el que ha aprendido a interactuar con esta especie.
También puede haber intervenido un factor climático; de muchos lugares de las zonas templadas del mundo nos llegan noticias de especies de origen tropical que se introdujeron como ornamentales y que ahora florecen y llegan a tener frutos. Todo parece indicar que el aumento de temperatura a escala global está propiciando que muchas plantas tropicales introducidas en los jardines de los países templados encuentren ahora en estos países las condiciones ideales para florecer.
¿Puede una pequeña subida de temperatura haber logrado que el laurel de Indias madure en nuestras tierras después de más de medio siglo sin conseguirlo? Es otra opción a estudiar.
El hecho es que ahora, al haber semillas fértiles, se puede observar cómo germinan pequeños laureles de Indias aquí y allá por la ciudad, normalmente sobre paredes de edificios viejos y otras construcciones, pues los ficus tienen una fuerte vocación rupícola.
Algunos de estos ficus nacidos en cualquier pequeña grieta o desagüe de las paredes han alcanzado tal porte que han sido “adoptados” y reciben los mismos cuidados que si hubieran sido plantados adrede, como ocurre con el ficus de la pared exterior de la mezquita de Cañada Hidum o el del Real Club Marítimo, en la pared que mira hacia la pequeña playa. Otra peculiaridad de nuestra ciudad, donde los ficus parecen estar tan ligados a ella que brotan de sus mismas paredes.
Desde hace algún tiempo parece haberse declarado la guerra a esta especie en nuestra ciudad por parte de las autoridades. Afirman que levanta la solería y el asfalto con sus raíces aéreas y que crean un innecesario gasto económico. Los primeros laureles de Indias se plantaron hace casi un siglo en nuestra ciudad, y se han adaptado tan bien a nuestro clima que forman ya parte de nuestra historia, y uno de los elementos urbanos que nos distinguen de otras ciudades.
Nunca hasta ahora se les había constreñido tanto con esa tendencia actual a enlosar y asfaltar hasta el último rincón. Si tomamos como ejemplo el tratamiento que otorgan las autoridades de la vecina ciudad de Málaga a sus laureles de Indias, coetáneos de los nuestros, podemos comprender por qué lucen ese gran porte los árboles de la conocida Alameda Principal, que dan sombra de uno a otro lado de la calle.
En nuestra ciudad, tan necesitada de sombra en verano como cualquiera del sur de España, se podan y repodan los ficus cada poco tiempo, infringiendo un innecesario daño a los árboles, que sufren un envejecimiento prematuro.
Tampoco se tiene ningún tipo de miramiento cuando se realiza alguna obra en la ciudad y se considera que uno de estos árboles “estorba”. La ciudadanía de Melilla sí parece, en cambio, haber entendido el auténtico valor patrimonial y natural de estos grandes árboles; alineamientos de ficus tan impresionantes como los del bulevar de Aizpuru o duquesa de la Victoria son ya reconocidos por sus vecinos, que no dudan en salir a la calle a defenderlos cuando algún proyecto ha amenazado su integridad.
Casi un siglo dándonos sombra y oxigenando nuestras calles deberían merecer un reconocimiento especial de las autoridades de Melilla. Solo queda esperar que alguna vez se apruebe un reglamento de arbolado urbano y un catálogo de árboles y arboledas singulares que reconozca el valor patrimonial de nuestros viejos ficus y les otorgue el tratamiento que se merecen.
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