A finales de noviembre de 2015, Melilla recibió en el Parlamento Europeo el galardón de Ciudad Europea del Deporte 2016. No fue un título en exclusiva sino compartido con otras 18 ciudades del continente, entre ellas, las españolas Las Rozas (Madrid) y Gijón (Asturias).
En aquel momento se dijo que se concedía el galardón por la apuesta decidida de la Ciudad por el deporte base. ¿Tenemos más infancia o juventud haciendo deporte? No. Y si miras a otros lados, el panorama no mejora. Dos años después está a punto de desaparecer el motocross local.
El club Enducross ha hecho público el malestar de los pilotos melillenses por el peligro que corre su modalidad en la ciudad.
Acusan de ello a “la falta de negociación” de la Consejería de Deportes con el dueño del circuito V Pino, que les deja sin sitio donde entrenar o competir.
Según explican, se han sentido desamparados en la última carrera por falta de ayudas del Gobierno local, pese a las reuniones en las que les prometieron todo y mucho más. Finalmente, no les dieron ni un duro y los dejaron, cómo no, decepcionados.
Me comentaba un crítico de la gestión deportiva local que el nombramiento de Melilla como Ciudad Europea del Deporte 2016 no ha dejado nada por aquí, más allá de los eslóganes publicitarios.
Y en efecto es así. El pabellón deportivo Javier Imbroda sigue sin cumplir con los requisitos que exige la ACB y tenemos la piscina municipal cerrada desde verano. La olímpica de 50 metros, que iba a costar 9 millones de euros, se aparcó por la crisis y no hemos vuelto a saber de ella. En su lugar se dijo en 2015 que se haría otra de 25 metros, que también está en búsqueda y captura. Nos dijeron que tendría ocho calles y dos vasos y que se usaría para natación y fines terapéuticos. Ni siquiera han cumplido los plazos en la reforma de la existente, lo que ha atestado la ya sobreexplotada de La Salle.
¿Alguien sabe algo de la piscina? Con suerte nos volverán a vender la moto en campaña electoral y la volveremos a comprar como hemos comprado durante años otros proyectos que no han pasado de los titulares de la prensa local.
Así, por ejemplo, en 2017 nos prometieron que iban a cambiar el césped sintético del campo de fútbol del Tesorillo y hoy por hoy hay papeles de lija que hacen menos rozaduras que la hierba artificial del Fernando Pernías. Al campo le arreglaron los vestuarios y las promesas se las llevó el viento. La ciudad del fútbol está destartalada.
El nombramiento de “Ciudad Europea del Deporte 2016” sólo sirvió para quitarnos el sambenito de ser una ciudad-valla escenario de violaciones de derechos humanos. La designación no ha cambiado el espíritu de los melillenses, como en su momento lo hizo la Expo de Sevilla y puede que sea pretencioso tener las expectativas tan altas. En esto siempre recuerdo el sabio consejo de un cartagenero con un cerebro privilegiado, Paquito Martín, fallecido este verano, que defendía que la clave de la felicidad estaba en las expectativas. “Bájalas y te ahorras el disgusto”. “Esto no es el Congo”, dijo el consejero Antonio Mirando en un pleno municipal.
No sé cómo ha ido en otras ciudades europeas del Deporte, pero aquí seguimos como estábamos. No tenemos lo que no teníamos y, lo peor de todo, no aspiramos a tenerlo. Tenemos las expectativas tan bajas que ya ni las vemos.
Estamos cerca de las municipales y probablemente nos volverán a incluir estas promesas incumplidas en programas electorales. Que las compre quien no las conozca.
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