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“Lo peor de la depresión es que nadie que no la haya pasado sabe cómo te sientes”

Cada 13 de enero se conmemora el Día Mundial de la Lucha contra la Depresión, uno de los trastornos que incide de manera significativa en las tasas de mortalidad a nivel mundial e impacta a personas de todas las edades. Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), la depresión afecta a más de 300 millones de personas en el mundo. Con esta fecha se pretende sensibilizar, orientar y prevenir a la población sobre esta enfermedad. 

La OMS estima que, en todo el mundo, el 5% de los adultos padecen depresión y que es un 50% más frecuente en mujeres que hombres. Alrededor del 3,8% de la población experimenta depresión al menos una vez en su vida, incluido el 5% de los adultos y un 5,7% de los mayores de 60 años. 

Se trata de un trastorno mental común que implica un estado de ánimo deprimido, la pérdida del placer o el interés por actividades durante largos periodos de tiempo. 

La depresión puede afectar a todos los ámbitos de la vida y es muy distinta a los cambios de estado de ánimo y sentimientos que pueden producirse en el día a día de una persona. Las relaciones familiares, de amistad y las comunitarias pueden verse gravemente afectadas por esta enfermedad, que puede encontrar su origen en problemas laborales o escolares (en el caso de los más jóvenes). 

Ángela ha estado gravemente enferma con depresión dos veces en su vida, la primera en 2005 y la segunda en 2016. Son episodios oscuros que han quedado atrás, pero actualmente sigue tomando fármacos para ayudarla a no decaer en los episodios depresivos que constantemente sufría en otras épocas de su vida. 

“Lo peor de la depresión es que nadie que no la haya pasado sabe cómo te sientes y entiende cómo te sientes. Es una enfermedad silenciosa que nadie que no la haya pasado entiende”, señala esta melillense. El afán de los seres queridos porque una persona consiga superar esa enfermedad tan solo hace empeorar las cosas. “Es una situación en la que no puedes con tu alma; lo único de lo que tienes ganas es de estar solo, metido en casa, sin ver a nadie y eso no lo comprenden”. 

En muchos casos la postura que toma el círculo cercano de la persona es intentar ayudarla, aunque no sabe cómo, sufren y se frustran porque un ser querido se encuentre tan mal. “Te insisten y te insisten. Llega un momento en que dices ‘déjame en paz, olvídame’ y es algo que crea problemas en la familia. Te culpan porque no pones de tu parte para salir de ahí, como si tú eligieras estar así”, explica.

Ahora que ella ha conseguido superarla dos veces, recomienda a aquellas personas que tienen un ser querido con depresión que la acompañen simplemente. “Simplemente escuchar. Si no quiere hablar, pues solo acompañar. No hace falta otra cosa. Lo que no necesita una persona deprimida son broncas, que no se le entienda y que se le insista en que tiene que seguir adelante y cómo no pone de su parte”. 

Según la OMS, más de 700.000 personas se suicidan a causa de la depresión, llegando a ser la cuarta causa de muerte entre las personas de entre 15 y 29 años. Ángela advierte que, cuando alguien está sumido en una depresión, los pensamientos suicidas son recurrentes. “Es muy frecuente tener esa sensación de que quieres acabar con tu vida y con todo, quieres desaparecer y no quieres seguir”. 

Asimismo, considera que, al ser una “enfermedad silenciosa”, hay muchísima gente que padece depresión y no está diagnosticada, y que, por desgracia, no se da cuenta hasta que ve que ha entrado en una especie de embudo del que no puede salir por sí sola. 

Por eso cree que, primero, es muy importante abandonar el estigma que hay sobre esta enfermedad y reconocer que tenemos un problema. Después es primordial acudir a los profesionales para que te ofrezcan las herramientas necesarias para poder superar la depresión y evitar que se haga una “bola de nieve”. “Cuando vas al psiquiatra, la depresión ya está desbocada”, lamenta.  

Ella consiguió superarla con la ayuda de fármacos que le recetó su psiquiatra y con herramientas que le proporcionaba su psicólogo. “Me ponía metas muy fáciles de alcanzar, como hoy me voy a levantar de la cama –aunque parezca una chorrada– y, cuando la consigues, pasas a tomarte un café, luego intentar ir a la compra y así. Si te pones metas muy altas y no las alcanzas, te vienes abajo”.

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