l Una familia siria de ocho miembros ha invertido todos sus ahorros para salir de Homs, pasar al Líbano, continuar camino hacia Argelia, llegar a Marruecos y entrar en la ciudad l Ahora viven hacinados en tiendas de campaña del CETI.
Huir de la guerra en Siria y llegar a Melilla se ha llevado por delante los ahorros de la familia de Aljaber Moner. Él, su esposa y sus siete hijos viven ahora en el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI), pero recalar en la ciudad no ha sido ni fácil ni barato. “Llegar a Melilla nos ha costado unos 20.000 dólares”, asegura el cabeza de familia.
Aljaber Moner inició el viaje desde su ciudad natal, Homs, ahora destruida por las bombas. Él hizo el camino trillado por cientos de compatriotas suyos: Líbano-Argelia-Marruecos-Melilla.
En Nador aguantó cerca de tres meses hasta que consiguió ‘colar’ en la ciudad a sus siete hijos y a su mujer. Moner apenas lleva 15 días en la ciudad y desde que llegó vive en las tiendas de campaña que el Ejército montó en uno de los patios interiores del CETI tras el asalto a la valla de primeros de este mes de mayo.
Según comenta a El Faro, parece paradójico que haya tenido que pagar tanto dinero para vivir en una tienda de campaña. “Ya no nos quedan ahorros”, señala.
Quizás es ésta la razón por la que Aljaber Moner no se plantea seguir camino hacia otro país de Europa. Ni siquiera sabe si van a quedarse en España, aunque ésta es la posibilidad más probable.
Para matar los días interminables de frío y hacinamiento en el CETI, Aljaber Moner pasa las tardes sentado frente al centro con su familia. Para protegerse del sol ha colocado una manta con cuatro palos. Ahí, en un rincón pegado a la valla del campo de golf, sus hijos y su esposa encienden un fuego para preparar bocadillos, lejos de las colas del comedor del centro que los acoge.
Él no vivió el desmantelamiento del poblado que otro grupo de compatriotas suyos montó en el mismo sitio para huir del hacinamiento del CETI.
Mientras Moner y su familia se comen el bocadillo que han preparado, trabajadores del campo de golf les miran con curiosidad desmedida desde los carritos con los que arreglan el ‘green’.
La familia de Aljaber Moner ha hecho buenas migas con los cuatro miembros de la de Abdallah Abdulkader, también de la ciudad siria de Homs. Este último es un dentista que asegura que se ha dejado mucho dinero por el camino. Su idea es llegar a la península y abrir una clínica similar a la que abrió durante un año en el Líbano y que, tras huir de la guerra, le permitió reunir algo de dinero para llegar a Melilla.
Su ruta fue algo más complicada porque el camino Líbano-Argelia-Marruecos ya estaba un poco ‘quemado’. Fue por eso que él utilizó la vía Líbano-Guinea Conakry-Marruecos y de ahí, entrar en Melilla fue coser y cantar.
El dentista Abdulkader conoce nuestro país. En 2005 estuvo de visita de negocios en Valencia, por eso cree que España es un buen sitio donde esperar a que termine la guerra para regresar a una ciudad en la que se lo ha dejado “todo”.
El dentista se queda sorprendido cuando El Faro le dice que la carta que la Policía Nacional le ha entregado a uno de los hijos mayores de la familia con la que comparte almuerzo no es la orden de salida que tanto esperan sino un expediente de expulsión de España, que no ha recurrido por falta de información. Abdulkader sabe que necesita un permiso para trabajar en España: De eso depende el futuro de su familia.
“Me operaron del corazón y vivo en una tienda de campaña”
Aljaber Moner fue operado del corazón en 2005 en un hospital de Marsella (Francia). Después de la intervención, de la que guarda de recuerdo una enorme cicatriz en el pecho y cerca del hombro izquierdo, regresó a Siria. Pese a su estado, su corazón soportó el inicio de la guerra a mediados de marzo de 2011, luego el exilio hacia el Líbano, Argelia y Marruecos. Ahora vive en el CETI de Melilla y desde hace 15 días duerme en una tienda de campaña en las afueras del Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes.
Según comentó ayer a El Faro, nada más pisar el CETI se fue a ver a los médicos para comunicarles su estado de salud. “Miraron la cicatriz del pecho y me dijeron que estoy bien, sin hacerme ningún examen”, comenta a este periódico.
No es la primera vez que El Faro recoge el testimonio de un inmigrante sirio enfermo. Ya ocurrió el mes pasado con un niño de ocho años que había sufrido un cáncer, pero en este caso, los servicios médicos del CETI no estaban al tanto de la enfermedad del menor. Nada más tener noticias de la dolencia, el niño y su familia fueron trasladados a la península y durante los días que el menor pasó en la ciudad, fue sometido a un chequeo médico exhaustivo.
Moner cree que su caso debería tener prioridad a la hora de salir a la península, aunque admite que lo tiene difícil porque su familia es de las más grandes del centro: Siete hijos y esposa.
Este padre sirio no quiere volver a pasar por el mal trago de ver separados a los suyos. Tampoco quiere volver a sentir el temor de no volver a verlos todos juntos. En el CETI viven en pésimas condiciones, pero por lo menos se tienen los unos a los otros.
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