Aguarda, espera sin urgencias ni asperezas. Anhela en silencio ese momento en el que se recobre la liturgia, el diálogo mudo entre sus páginas y la mente que las devora. El libro siempre está despierto, no necesita preámbulo para ofrecerse, abrirse. No cambia, pero puede hacer cambiar, dudar, conocer, mover las emociones, reafirmar las convicciones o, por el contrario, hacerlas mutar.
El libro es una secuencia establecida por la mente, creatividad e imaginación de quien lo escribe, pero no surte el mismo efecto a la totalidad de quienes se adentren en él, abre nuevas ventanas a la interpretación y consideración. Hubo un tiempo, alguno reciente y también con algunos retazos vigentes, en el que los libros se quemaban, eran destruidos.
Consistían una amenaza para las ideas totalitarias impuestas y relacionadas con la política, la religión o la diversidad, frente a la libertad al fin y al cabo y cuya aspiración, por derecho y necesidad, encontraba en ellos fértil complicidad. Fueron convertidos, por razones de intransigencia y sometimiento, en tantos episodios, como un anatema a combatir por su letal antídoto contra la intolerancia y el abuso.
Hoy en día el enemigo de ellos es la indiferencia, el desuso, la fragilidad de la lectura cuyos índices suelen languidecer en favor de otras alternativas de ocio, entretenimiento o conocimiento. Quizás poco es lo que las administraciones u otros entes públicos o privados hacen para el fomento de la lectura, especialmente, en las edades tempranas y comenzando por su palpamiento y el hábito de su cercanía.
Es posible que la velocidad y tensión, el propio estilo de vida, de muchos los hogares hoy en día no sean el ámbito propicio tampoco. Lo que un libro acoge nunca podrá ser sustituido en su esencia: tacto, olor, economicidad o disponibilidad. Mucho por muy poco, sencillo de poseer y que sin sustituir a la vida, la amplifica.
Los libros deben ser manoseados por la mente, pero también por los sentidos, en eso jamás tendrán competencia. Mueven el cerebro, no solo por impacto, que también, sino incitando el esfuerzo. Son leales aliados para la potenciación en comprender y el enfrascamiento haciendo escuchar solo la voz interior con la melodía del texto y su contenido. Flexibiliza las ideas y acentúa la curiosidad. No necesitan ni batería ni enchufe, solo algo de luz que los desvele.
Alientan la curiosidad por vivir situaciones, lugares o personas que a través de las historias que relatan los libros alimentan esa necesidad de ampliar el mundo que nos rodea y en el cual condicionamos nuestra vida. Fomentan la creatividad, son un ingente depósito de recursos para el lenguaje, la dicción o la escritura, en nuestra propia evolución como seres racionales comprensibles y creadores.
Entretiene, enseña, descubre, emociona, acompaña o decepciona, pero no deja indiferente. Realidad o ficción, en un mundo que galopa hacia la sofisticación, el libro, su papel, mantendrá siempre vigente nuestra principal propiedad, lo humano. Se transforman editoriales, modos de impresión, temáticas o preferencias, pero hay algo que se mantiene desde la primera página que fue impresa y vio la luz: el vínculo creado a partir de ese momento que la lectura, solo la lectura, ofrece.