Este mes de abril se celebra el Día Internacional del Libro y que mejor oportunidad que esta para conocer una de las librerías más antiguas de la Ciudad Autónoma: la librería Mateo. Por este motivo, el Faro ha acudido para conocer de primera mano su historia y como sigue sobreviviendo día a día en el centro de la ciudad.
“La Librería Mateo la fundó mi padre, Mateo Hernández García, junto a mi madre, María del Carmen Noguera García, en el año 1945”, cuenta Ino Hernández, la actual propietaria del establecimiento.
Desde su fundación, esta librería estaba ubicada en la calle Castelar. Sin embargo, no fue hasta el año 2003 cuando se hizo el traspaso a su actual localización en la avenida Juan Carlos Rey I.
Este antiguo comercio cuenta con centenares de libros. Algunos de ellos son muy especiales, que no se encuentran ni en la Península, como, por ejemplo, es el caso de algunas selecciones de cuentos populares del Rif.
“Tenemos cuentos a montones”, afirma Mina Mimu, una de las empleadas de la librería. “Cuando los niños son pequeños, los padres empiezan a contarles cuentos y tenemos muchos libros para facilitarles ese primer contacto con la lectura”.
Aún así, si no tienen algún libro, solo tienen que pedirlo a la distribuidora y en “tres días ya está aquí”, asegura la propietaria. “Antiguamente, cuando pedías un libro, tenías que solicitarlo en papel y mandarlo por correo. La carta por sí sola podía tardar en llegar una semana”. En la época que vivimos, esa franja de tiempo es impensable y los plazos se han acortado muchísimo, hasta conseguir un servicio tan eficaz que sus clientes siguen acudiendo fielmente después de tantos años.
Desde sus inicios, la Librería Mateo se ha dedicado a la venta, no solo de libros, sino también de todo tipo de productos de papelería, como hace en la actualidad. Cuadernos, mochilas, pinturas y plumas estilográficas reciben a sus clientes al entrar.
La venta de plumas estilográficas, por ejemplo, ha sido una actividad que siempre han llevado a cabo. “Antes la pluma era un artículo de lujo, era como cuando te compras un abrigo de piel”, asegura Ino, mientras recuerda la primera pluma que le regaló su padre con 12 años y que todavía conserva.
Ahora, sin embargo, es muy fácil encontrar plumas de “25 o 30 euros en adelante”, apunta la propietaria, aunque también las hay de 1.000 euros. Esto se debe a que los materiales son distintos a los de antes, sin afectar a su calidad, y las gamas de estos productos son muchos más amplias.
Al preguntarle a Ino por cómo le ha afectado a la librería la época de la pandemia, ella responde que como todo el mundo: mal. “No se ha librado nadie: ni el que vende frutas, ni el que vende joyas o, como nosotros, papel”.
Y es que el cierre de la frontera y la mala época que viene sufriendo la ciudad durante estos dos últimos años no ha dejado indiferente a ningún comerciante. “Hemos aguantado como hemos podido, al igual que todos”, comenta la propietaria.
Antes de la pandemia, por ejemplo, contaban con una variada cantidad de clientes del colegio Lope de Vega de Nador y que en la época de curso escolar compraban las cosas de mayor calidad en la librería. Ahora, sin embargo, eso no ocurre y se ha notado en la venta de libros escolares, carteras y cuadernos.
Aún así, Ino afirma que el cierre de la frontera “nos afecta a todos”, aunque sea indirectamente. “Si un comerciante no vende, tampoco tiene dinero para gastar”, asegura, y, por tanto, ese círculo económico se rompe.
Cualquier sitio tiene un olor específico. Al entrar en la Librería Mateo te inunda ese característico olor a libro. Mina, que lleva más de treinta años como empleada, afirma que es lo más bonito de trabajar allí. “Cada libro tiene un olor especial”, asegura, y el conjunto de todos ellos es lo que le proporciona al establecimiento un aroma inigualable.
Además de esto, se sigue conservando en perfectas condiciones parte del mobiliario original de la librería, como los mostradores y hasta un taburete de madera algo restaurado.
Este conjunto de detalles son los que le aportan al local un toque especial, difícil de imitar por las grandes superficies comerciales.
Mina además apunta que “cuando llevas trabajando tantos años aquí, ves a escritores que empezaron noveles. Luego te van llegando sus libros y vas viendo como se transforma su carrera”. Uno de los aspectos que más disfruta de su empleo.
Aunque también afirma que cuando empezó a trabajar en la librería, miraba los nombres de los autores y todos eran mucho más mayores que ella. “Ahora es a la inversa”, comenta entre risas.
Después de tantos años, como pasa con muchos comercios locales de la ciudad, los clientes de la librería ya no son clientes, son amigos e incluso familia. Ino asegura que “hay clientes a los que sus padres les han comprado los libros cuando eran pequeños y ahora ellos vienen a comprárselos a sus hijos”.
Esta relación de familiaridad es algo que enorgullece enormemente a la propietaria porque significa que “lo hemos hecho bien”.
Y así es porque tanto Ina como su equipo trabajan día a día por ofrecer los mejores servicios a los melillenses y porque la librería Mateo sigue adelante después de sus más de 70 años.
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