Opinión

El lenguaje electoral

Repetitivo, recurrente y único a la hora de embaucar las decisiones de ese anhelado cuerpo de votantes y que dan o quitan expectativas de éxito tras la contienda electoral. Es un lenguaje que, como es lógico, no tiene el mismo léxico para todos los caladeros a los que va destinado, las mismas redes de cerco no valen para cualquier elector.

En esta cuenta regresiva hacia la cita con las urnas, convertida por los hitos del calendario en combate a dos asaltos este año, los distintos púgiles ya están sobre la lona y aunque la pelea tiene como nunca la particularidad de ser un “todos contra todos” (algo así como el espectáculo de la lucha libre) ni las calculadoras ni los puentes de negociación se descuidan del todo.

Incluso, quienes aún siguen siendo socios de cualquier coalición, compiten con el cuchillo entre los dientes sin pensar que exista un mañana (o quizás pensándolo de vez en cuando) en lo que posiblemente sea una vana ilusión de no depender de nadie tras el refrendo. Dejar la marca indeleble del partido como único salvador de todos los males habidos y, por ello, singular manantial de todas las bondades, eso sí, por llegar se ajusta prieta al discurso de sus portavoces litigantes.

Es el tiempo de promesa infinita; de un catálogo que de ser cierto en su consecución nada más que la mitad, firmaría cualquiera mediante el depósito de su decisión en ese paralelepípedo de metacrilato que tantas pasiones emana. Tiempo en el que se combate, también “sin cuartel” contra la memoria de los votantes con el afán que solo anoten en su cuaderno de bitácora en el rumbo de su elección todo lo positivo por realizar o realizado de la opción política concursante. Nunca lo negativo en la figura de los incumplimientos o, simplemente, olvidos. Hay quien incluso de cuño propio o por eficaz asesoramiento “se atreve” a pedir perdón por la consideración del error cometido. Es el caso del Presidente del Gobierno de España frente al desvarío de la Ley “solo sí es sí”. Algo de luz no es dañino, ojalá cree algo de tendencia.

Y como vehículo de todo esto está el lenguaje electoral y que por un lado es aséptico, ralo y sublime y destinado al ensalzamiento de la formación como única, sin alternativa alguna y mayestática, y destinado al voto incondicional, al que solo hay que empujar sin necesidad de razonar. Por otro, el que se afana en su léxico y lo destina a ese computo variable, pero nada desdeñable, de fluctuantes, indecisos o no tanto, que pausan su decisión escrutando candidaturas (singularmente las listas cerradas como las de 28M), programas y credibilidad y a los que no les basta, sin duda, con la llamada a rebato unidireccional y sin chistar.

En breve el descubrimiento final de las listas electorales traerá consabidos, decepciones, satisfacciones, enfado e incluso novedad o sorpresa. Es la liturgia del descarte y por la lucha para estar a bordo, pese a que el destino es incierto ante un resultado que, además de abierto, por sí mismo y presumiblemente casi no se cerrará a posibilidad alguna de composición de gobierno. Contrariamente al pasado, el estuario final del voto de cada cual no tiene claridad. Tiempos nuevos y, por ello, más allá de la escenificación, sin lenguaje rotundo.

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