Las siete diferencias

Se llama Fara, tiene un año y medio y le han diagnosticado un cáncer de riñón. Estuvo desde el jueves hasta ayer con su madre en la sala de espera del Hospital Comarcal de Melilla, con la esperanza de que la ingresaran.

Si Fara hubiera nacido en España estaría en tratamiento, aunque no me atrevo a jurarlo. De todo hemos visto en esta ciudad. Pero la niña es marroquí y tuvo la mala suerte de nacer en un sistema de mierda, donde hay que pagar por la asistencia médica o te mueres.

Fara, además de tener cáncer, de ser niña, de ser marroquí, es pobre. Hasta para nacer hay que tener suerte. Y por eso, por ser una niña con cáncer de nacionalidad marroquí aquí se le negó el tratamiento que debería tener. Se le atendió en Urgencias y se descartaron “patologías urgentes”.

Alguien ha entendido que su vida no corre peligro porque considera el cáncer como una enfermedad crónica. Es evidente que el tumor no lo tiene quien así lo ha decidido, ni su hijo, ni nadie que conozca. Le da igual: que se muera. Una menos, pensará.

Si esto llega a ocurrir con Francisco Robles en el Ingesa, los socialistas le habrían dado tanto por culo que habría terminado ­cediendo. Pero resulta que el Ingesa lo controla ahora el PSOE y pasa exactamente lo mismo que cuando estaba el PP. No es que las busque, pero aunque me ponga, no voy a encontrar las siete diferencias.

Ayer Fara y su madre fueron expulsadas de Melilla. La Policía las recogió en el Comarcal y las llevó a la frontera. No hubo misericordia para la niña. Eso lo hizo un partido que ayer celebró sus cien años de historia en esta ciudad.

Con lo que han gastado los políticos de este país en trajes, para ellos, para sus familias, para los amigos, en putas, en vinos, en drogas, colocando a dedo hasta a los conocidos de los bisnietos, aprovechándose de información privilegiada para vender acciones o escaquearse de Hacienda; malgastando el dinero público viajando de Madrid a Valladolid en avión... que ahora nadie interceda por una niña con cáncer que busca ayuda en el hospital de Melilla porque es marroquí es una vergüenza.

Pero así estamos en la España de provincias: con la iglesias vacías porque ya nadie quiere escuchar sermones de amor al prójimo, si ese prójimo no tiene pasaporte español. La casa de Dios la pisamos, con suerte, para bodas, bautizos y comuniones: de fiesta y de pasada, no sea que el Señor se acostumbre a vernos tan cerca y nos pida más compromiso.

Me comentaba un amigo que ideológicamente está a la derecha de la derecha, pero se ofende si le digo que es de ultraderecha, que el problema de Fara, la niña con cáncer que no ha sido ingresada en el Comarcal, es quién paga la factura de un tratamiento tan caro.

Yo quiero hablar de una bebé con cáncer y él de dinero. Yo, de Navidad, solidaridad y justicia y él, de pagar facturas. Yo hablo con el corazón y él con la cabeza. Y que conste, los dos queremos a España. No es culpa suya ni mía: nuestro sistema se ha diseñado pensando en números, no en personas.

No podemos prestar asistencia médica a todo Marruecos. No nos corresponde ni tenemos infraestructuras ni posibles para ello, pero aquí no hablamos de barra libre ni de café para todos, sino de respeto y misericordia por una niña.

No soy capaz de ponerme en la piel de la madre de Fara. No puedo ni imaginarme que algo así pueda pasarme a mí, a los míos o a cualquier persona. Sé de sobra que España es un país generoso. El problema no es España. El problema es que aún quedan imbéciles buscando las siete diferencias.

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