Cuando el 17 de mayo reabrió la frontera, los melillenses llevábamos semanas con grandes expectativas con respecto a la posibilidad de una normalidad que aunara lo sentimental con lo económico. Todos sabíamos que las cosas no podrían ser como antes, que no habría “comercio atípico” y que se instaurarían medidas de seguridad pero aún así, esas semanas previas se vivían con ilusión y muchas ganas de ver cumplido lo que para miles de melillenses era un sueño.
Ha pasado un mes desde aquel momento cumbre de la apertura de Beni-Enzar y cunde la decepción: pasar a ver a los familiares y amigos supone disponer primero de pasaporte en vigor y después permanecer durante horas esperando en un larguísima cola, tanto de coches como de peatones.
Y en lo económico, la cosa no ha podido ser más decepcionante: Marruecos no deja pasar ni un Danone (sirva la celebrada frase que ejemplifica la postura de Rabat) con lo que no ha habido el esperado movimiento comercial. España, por su parte, sólo permite la entrada de personas con permiso de residencia en el espacio Schengen por lo que no recibimos las visitas de marroquíes que consuman en comercios, cafeterías y restaurantes.
En definitiva, es como si la frontera permaneciera cerrada salvo en esos contados casos de melillenses que vuelven de Marruecos con la cesta de la compra hecha; eso sí, sin traspasar los 10 kilos de productos que ha dictado la Delegación del Gobierno como límite para frutas, verduras y pescados.
Hay melillenses que opinan incluso que para lo que se está viendo, la frontera podía haber permanecido cerrada. Tal es el grado de desilusión entre unos ciudadanos que se quejan de que no solo resulta difícil sacarse el pasaporte sino que, además, las horas de espera se hacen eternas y, encima, van con las manos vacías a ver a sus familias.
Como decimos en el artículo de la página 2, la actitud frente a la frontera ha pasado de la euforia a la decepción en apenas un mes. Además, la indignación crece entre los melillenses por esa situación, que ni entienden ni comparten.
Todo eso al margen de que sigue pendiente la apertura de la Aduana Comercial, de la que no se sabe absolutamente nada. Ni siquiera se plantea un posible horizonte para que entre en funcionamiento, lo cual es preocupante porque no nos olvidamos de que Marruecos lleva años pretendiendo la asfixia económica de Melilla y que unilateralmente la cerró, sin más explicaciones, en el verano de 2018.
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