Siempre he creído que las sociedades avanzadas y las personas inteligentes aprovechan las experiencias pasadas, por ellas o por otros, como plataforma sobre la que proyectarse hacia el futuro de la manera más ventajosa posible. En todos los casos para que el futuro sea mejor. Nunca me ha parecido razonable utilizar el pasado para hacer que el presente se apoye sobre la confrontación y sobre el mantenimiento de desencuentros nunca superados, para que, en definitiva, sea peor. En la Conferencia de Algeciras de 1906 España asumió la obligación junto a Francia de ejercer un Protectorado sobre el sultanato de Marruecos, que tras la firma del Tratado de Fez en 1912 encomendó definitivamente a España estas funciones en el territorio Norte, desde el Atlántico en Agadir hasta el río Muluya, casi en el límite con Argelia en el Mediterráneo. Desde la Comandancia General de Melilla el plan consistía en extender el control del ejército desde esta ciudad hasta la Bahía de Alhucemas, donde debían coincidir con las fuerzas españolas procedentes de la parte occidental del protectorado. Tras la ocupación de Annual a comienzos de 1921, el 1 de junio, el Comandante General de Melilla, el General de División don Manuel Fernández Silvestre, envió una columna a tomar y fortificar el Monte Abarrán, una operación desastrosa que se saldaría en el mismo día con la pérdida de la posición y el alzamiento de las cabilas rebeldes. Esta rápida derrota estimuló la acción de las harkas y el 21 de julio se produjo la caída de la posición de Igueriben, cuyo preludio había sido la toma e inmediata pérdida de Abarrán. La caída de la posición de Igueriben y la incertidumbre sobre el potencial verdadero de los rebeldes rifeños al mando de Abd-el-Krim, propiciaron lo que pretendía ser un movimiento de repliegue sobre Melilla que acabaría convirtiéndose en una enloquecida retirada en la que los soldados de la Comandancia General de Melilla fueron cayendo en manos de grupos de rifeños que les provocaron una cruel muerte hasta la llegada a Monte Arruit el 28 de julio, y la caída de toda la línea de defensa encomendada a la posición oriental. Unos 3500 fueron aproximadamente los efectivos de la Comandancia General que consiguieron acogerse a la fortificación de Monte Arruit en donde quedaron sitiados al mando del General Segundo Jefe de la Comandancia, el General de Brigada de Caballería don Felipe Navarro y Ceballos-Escalera. Entre el 24 de julio y el 25 de julio, llegaron procedentes de Ceuta y de la Península hasta seis Batallones como acción de socorro a Melilla ante lo que se consideraba el riesgo de ocupación inminente de la propia ciudad. Éstos se dedicaron a consolidar la línea exterior de Melilla garantizando la seguridad inmediata de la misma, que, como queda dicho, se había considerado en peligro. Hasta el 9 de agosto consiguieron resistir al asedio los sitiados en Monte Arruit sin recibir refuerzos ni apoyos desde Melilla. El 9 de agosto, el General Navarro fue autorizado a capitular, negociando la entrega de las armas a cambio de permitir a los asediados retirarse hacia Melilla. Tras rendir las armas, el enemigo no cumplió lo pactado y asesinó a la inmensa mayoría de la guarnición, en torno a los 3000 hombres, reteniendo a unos 500 de ellos como prisioneros de guerra y trasladándolos a Axdir, localidad natal de Abd-el Krim, cerca de la bahía de Alhucemas. Allí permanecerían durante 20 meses hasta ser liberados tras el pago de un rescate por un industrial español familiarizado con la zona y con los jefes locales. El denominado desastre de Annual, con casi 9.000 muertos en 20 días, fue un hito más, el más sangriento de ellos, en la denominada Guerra de África. Durante los hechos bélicos que se produjeron en los días que mediaron entre la caída de Igueriben y la de Monte Arruit, se produjeron actuaciones sin duda heroicas, como las reconocidas 90 años más tarde de las mismas mediante la concesión de la Laureada Colectiva al Regimiento de Caballería Alcántara nº10 (n° 14 durante los hechos) o la laureada individual a título póstumo al Teniente Coronel don Fernando Primo de Rivera y Orbaneja, fallecido el 6 de agosto de 1921 en la posición de Monte Arruit. Otros muchos hechos acaecidos, igualmente, en aquellos aciagos días, permanecen en el anonimato. Al producirse el centenario de aquel revés sin paliativos que supuso un shock para la población española del momento y truncó la vida de muchos jóvenes, parece oportuno, desde la distancia del tiempo, proceder a una consideración positiva de las conductas de todos aquellos hombres a quienes les correspondió encontrarse en ese lugar en aquellos momentos y afrontar con toda crudeza los rigores de una situación bélica en la que la inmensa mayoría de ellos murieron o padecieron severo cautiverio. Las grandes naciones de la historia de la humanidad no se distinguen por no padecer reveses de diversa naturaleza sino por sobreponerse a ellos obteniendo lecciones que les permitan mirar al futuro con renovada fe en sí mismas. España, nuestra nación, ha experimentado a lo largo de su historia momentos de esplendor y momentos de padecimiento severo. Todos ellos han servido para conformar nuestro ser nacional en el mundo y para ser identificados como la esplendorosa nación que somos en la actualidad. Aprovechemos la ocasión que nos brinda la conmemoración de este centenario para rendir homenaje a los españoles de toda época y de toda condición que con su esfuerzo personal y en muchas ocasiones con el sacrificio de sus propias vidas nos han transmitido de generación en generación la conciencia colectiva de pertenecer a esta Patria, interpretada como quehacer común de los españoles de ayer, hoy y mañana que se afirma en la voluntad manifiesta de todos, extrayendo para ello, de manera positiva, lo mejor de las múltiples lecciones de la historia.
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