Los españoles arrastramos el secuestro de la gran civilización árabe musulmana que se desarrolló en la península durante ocho siglos. Esa famosa ‘Reconquista’ todavía pesa y nos corta el vuelo”, escribía ayer en Facebook mi admirado José Carlos García Fajardo, durante muchos años catedrático de Historia del Pensamiento Político y Social en la Universidad Complutense de Madrid y ponente en varias conferencias en Melilla, por su amistad con el que fuera presidente de esta ciudad y actual presidente del nuevo PPL, Ignacio Velázquez.
Precisamente, a través de Velázquez conocí a García Fajardo, al que la red social me ha vuelto a acercar para compartir pensamientos e intercambiar opiniones.
Su comentario me asaltó como una pequeña luz, llena de casualidad y coincidencias, después de una intensa mañana en la que participé, con mi modesta voz de periodista local, en una interesante mesa de diálogo encuadrada en la I Jornada de Religión, Ciudadanía y Espacio Público, organizada por el Instituto de las Culturas y la Asociación Musulmana de Melilla.
Salvo las dos horas largas en que participé de las ponencias y el debate, poco más he podido disfrutar del interesante elenco de expertos que en estos días anda analizado el supuesto choque entre Islam y Occidente, la islamofobia y la occidentalofobia que anida en ambas civilizaciones, las ideas prejuzgadas sobre el Islam que dieron título a la interesante conferencia del prestigioso experto Paul Balta; la necesaria revisión que el Islam debe hacer de su proyección pública si quiere abogar también por un mayor entendimiento con Occidente y escapar de la amenaza del radicalismo, la involución y la intolerancia totalitarista.
Hubo voces muy críticas hacia los radicalismos en el Islam y comprensivas también hacia las circunstancias que explican esos radicalismos exacerbados en nombre de la misma religión y que, a la vez, tanto se distancian de su credo y sus valores.
Buceé como pude antes de sumarse a las mismas Jornadas en las confluencias entre Europa y el Islam, que el final de Al-Andalus tanto contribuyó a enterrar, en detrimento de un mayor avance y riqueza cultural en los inicios modernos del nuevo reino de España que, por entonces, comenzaba a unificarse.
Las casualidades hicieron que también cayera en mis manos de forma coincidente un interesante artículo del arquitecto técnico melillense Toufik Diouri, sobre los retos de los musulmanes en el mundo actual, sobre su necesario renacimiento a partir de lo que se ha venido a llamar la Primavera Árabe (El artículo se editará próximamente en este medio y aprovecho desde aquí para recomendar su interesante lectura).
Por supuesto, me reencontré con las referencias a Averroes, su rescate del pensamiento de Aristóteles, la influencia de Avicena, la impronta decisiva en San Juan de la Cruz del pensamiento sufí de Ibn Arabi.
Como en las Jornadas, me centré en los puentes que nos vinculan y rechacé abiertamente la afirmación racista y llena de prejuicios de tanto tertuliano y supuesto experto según la cual “el ADN de los musulmanes es por naturaleza antidemocrático”.
Las Jornadas sobre Religión, Ciudadanía y Espacio Público, muy volcadas en las relación Islam/Europa, Islam/Occidente -como es lógico en una ciudad con dos comunidades mayoritarias más emparentadas de lo que a veces quieren reconocerse pero también cada vez más sujetas a las tensiones del llamado choque de civilizaciones-, están siendo, sin esperarlo, una fuente de luz en una Melilla que puede y debe ejercitar su carácter democrático para servir de contraposición de ideas, de laboratorio una vez más en las inevitables relaciones entre dos mundos que tantas veces se muestran enfrentados pero que, a su vez, están irremediablemente interconectados.
Las Jornadas parten de una afirmación del filósofo político iraní Ramin Jahanbegloo, en la que se subraya que “ha llegado el momento de que el Islam y Europa vuelvan la vista a su legado común y comiencen un nuevo diálogo”.
El deseo es un reto pendiente para el mundo en el que vivimos, pero también para esta ciudad compleja y tan rica culturalmente en la que hemos tenido la suerte de vivir. Es por ello el acierto de estas Jornadas, que con su altura intelectual y prestigio de ponentes –y no lo digo por mí, lógicamente- deben continuar en el tiempo, con el ánimo de convertirse sin complejos en referencia de lo que es un debate pendiente pero también un debate urgente.
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