Categorías: Opinión

Las cumplidas expectativas de la audiencia real

La audiencia real cumplió con las expectativas. Sirvió para que el Rey enviara un “efusivo abrazo a los melillenses”, para que quedara constancia de que tiene presente a Melilla, que recuerda muy gratamente su visita de noviembre de 2007 a nuestra ciudad y que está, según Imbroda, “perfectamente informado” de nuestra realidad. La reunión entre nuestra primera autoridad local y el Rey tiene un valor inmediato más simbólico que práctico, no obstante innegable al suponer de entrada para Melilla un trato similar al que se ha brindado desde la Zarzuela a otras comunidades autónomas.  El presidente Imbroda hacía muy bien en agradecérselo al monarca públicamente, pues si bien Melilla está necesitada sobre todo de políticas concretas y palpables, igualmente requiere de políticas de gestos por parte de las altas instancias del Estado que, como el Rey, representan la unidad y la integridad indisoluble de nuestra Nación.
No quiero decir que el espaldarazo real suponga un contrapeso a ninguna situación de crisis renovada con Marruecos o de contestación de nuestra soberanía por parte del irredentista anexionismo marroquí; pero sí que Melilla, por su lejanía, precisa de una política de apoyos en todos los órdenes, que en el institucional y simbólico es igualmente plausible y necesaria.
Si bien, el discurso ayer de Imbroda se centró en otros derroteros, aprovechando la presencia de medios nacionales, interesados por lo ocurrido en la tercera audiencia privada que mantiene con el Rey en estos diez años largos de continuada Presidencia de Melilla por el hoy líder local del PP.
Como señalamos en nuestras páginas de información, la primera autoridad local hizo de la ocasión un altavoz de su reivindicación permanente, archiconocida a favor de una política preferente de atención a Melilla, que palie o compense nuestros principales problemas, fruto  de nuestra situación fronteriza, nuestra lejanía geográfica, nuestra gran densidad de población y nuestro altísimo índice de paro, con enorme incidencia en nuestra juventud.
Imbroda no fue catastrofista a mi juicio. Dejó claro que Melilla tiene unas finanzas saneadas, que nuestra carga financiera es de las más bajas del país si no la más baja y que, por tanto, aún hay capacidad de reacción para restar gastos sin necesidad de suprimir servicios básicos para los ciudadanos. Pero también incidió en que nuestra Administración y nuestros recursos están preparados para una población de unos 65.000 habitantes y no de más de 80.000,como la que tenemos actualmente, por causa en gran medida del retorno de muchos melillenses que se han quedado sin trabajo allí donde acabaron por afincarse laboralmente.
La crisis ha llegado más tarde a nuestra ciudad pero ya está muy presente. Se nota en todos los sectores y amenaza como una Espada de Damocles con los once mil desempleados que esperan empleo y que no tienen hoy por hoy más esperanza que los Planes públicos de contratación eventual de la Delegación del  Gobierno y de la Ciudad Autónoma. Un recurso necesario que, sin embargo, en su incidencia sobre unos 1.200 tan sólo, resulta a todas luces insuficiente para frenar las extremas consecuencia que para una sociedad tiene contar con el 26% de su población activa totalmente desocupada.
Si a todo lo anterior añadimos nuestras peculiaridades sociales, los desequilibrios económicos que dividen y fraccionan la sociedad melillense más que cualquier cuestión de origen cultural, religioso o étnico, hay poco más que añadir para que se entienda por qué Imbroda clama más que nunca a favor de una voluntad política de apoyo decidido a Melilla desde el Gobierno central y la Unión Europea.
En ese contexto, que la proclama llegue a todas partes, desde el Rey hasta la última instancia del Estado, no es sólo bueno, es más que acertado. Por tanto, muy bien la visita que, salvo por la decepción periodística personal de no haber podido acceder prácticamente al Palacio de la Zarzuela, cubrió ayer con creces las expectativas que había creado.

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