Las cuchillas

LA Europa de los derechos humanos subvenciona la alambrada de cuchillas que Marruecos está colocando en las inmediaciones de Ceuta, tal y como hizo con la que el país vecino levantó en paralelo a determinados tramos de la valla de Melilla en 2014.

Hace casi cinco años la medida fue polémica no sólo en nuestra ciudad, sino también en territorio marroquí, donde los políticos antiespañoles consideraron que hacer una valla paralela a la ciudad autónoma era reconocer de alguna manera su españolidad. Dejaba de tener sentido el latiguillo de “ciudad ocupada” porque ellos con su foso terminaban reconociéndonos como un territorio que no les pertenece.

La izquierda española se ha llevado las manos a la cabeza al enterarse de que el anuncio que el ministro del Interior socialista, Fernando Grande Marlaska, hizo en enero pasado sobre la retirada de las cuchillas de las vallas de Melilla y Ceuta guarda relación con la colocación de esas concertinas del lado marroquí de la frontera.

Cualquier melillense que haya salido a Marruecos ha visto el enorme foso blindado de cuchillas que el Gobierno marroquí construyó en 2014 por la zona de Farhana para frenar los saltos a la valla. Desde entonces es más difícil saltar a Melilla, pero no es imposible. Los saltos continuaron ese año y el siguiente y hasta hoy.

Hace poco le pregunté a un migrante alojado en el Centro de Estancia Temporal de Melilla quién lo tiene más fácil a la hora de saltar la valla, una persona de baja estatura o una esbelta y me contestó que para saltar la valla no hace falta ser ni gordo ni flaco, ni pequeño ni alto sino ágil. Lo que cuenta es moverse rápido y poder escalar el foso y las alambradas sin perder un brazo en el intento.

Las concertinas no disuaden a nadie. Ahora mismo no hay apenas migrantes ni campamentos en el monte Gurugú. Las devoluciones en caliente los han empujado a arriesgarse en el mar, saliendo en pateras hacia la península.

Hablando con un pescador argelino acogido en el CETI, me contaba que había entrado a Melilla en una barca y él, que es un hombre hecho a la mar, no podía contarme cómo vivió la travesía. No tenía palabras para describirlo y enmudeció.

Se le hizo un nudo en la garganta. La valla, decía, es para los valientes porque no sólo te juegas la vida, también la integridad física. Puedes intentar saltarla y salir sin un brazo o sin una pierna. Es igual de sangrienta que esas batallas medievales: es una carnicería.

Se supone que Marruecos tiene la aspiración de entrar algún día en la Unión Europea. Desde luego sus vallas y fosos en Melilla y ahora en Ceuta no son la mejor tarjeta de presentación. Pero si a España incluso se le pasó por la cabeza electrificar determinados tramos de la frontera, tampoco es tan descabellado que Rabat complazca a Europa con los métodos que conoce: sangre y más sangre.

El Gobierno de Pedro Sánchez prometió que quitaría las concertinas que pusieron Zapatero y Rajoy y así lo hará. Se atreverá incluso a sacar pecho por ello. Esa promesa podrá cumplirse porque Marruecos nos hace el trabajo sucio.

Ellos paran a los subsaharianos a las puertas de Europa como fi fueran ganado. No hay respeto por la vida. Está demostrado que las cuchillas no frenan las migraciones: sólo sirven para mutilar a gente joven. Si esa fuera la solución Donald Trump no estaría tan empeñado en levantar su muro en la frontera con México. Ya habría cavado un foso con concertinas.

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