“En las anomalías es donde está siempre lo interesante”

  • El melillense anunció en un estudio, por primera vez, la existencia de planetas más allá de la Vía Láctea

  • “Cuando era niño solía subir con mi padre y un telescopio a los Pinos de Rostrogordo”

El astrofísico Eduardo Guerras, nacido en Melilla en 1972, anunció hace unas semanas un descubrimiento sin precedentes. Lo hizo en un estudio de la Universidad de Oklahoma (EEUU), en el que sostiene que se ha detectado la existencia de planetas que están situados a unos 3.800 años luz, más allá de la Vía Láctea. El científico asegura que una anomalía de otro estudio fue la pista que lo condujo hasta este hallazgo, con el que ahora se abre un nuevo campo de investigación en la astrofísica. El melillense, que se recuerda de niño subiendo con su padre y un telescopio a los Pinos de Rostrogordo, asegura que su descubrimiento no ha sentado nada bien a muchos compañeros de profesión. “Va a ser divertido”, dice, ver cómo intentan rebatir la existencia de planetas en el exterior de nuestra galaxia. “Es así como funciona esto”, apostilla el investigador.

–¿Qué le entra a una persona por el cuerpo en el momento en el que descubre, por primera vez, que existen planetas más allá de la Vía Láctea?

–En realidad, la presencia de estos objetos no era del todo inesperada porque ya se había encontrado un cierto número de planetas ‘huérfanos’ en nuestra galaxia. En los modelos dinámicos de formación de sistemas solares se suelen observar la eyección de los planetas más pequeños. Esto quiere decir que debe de haber muchos por ahí circulando, entre las estrellas. Lo que pasa es que nadie esperaba llegar a confirmar su existencia en una galaxia tan lejana como esta. Ahora, otros van a intentar rebatirlo... Eso va a ser divertido.

–¿Nos puede contar cómo llegó a este hallazgo?

–La clave de este estudio está, como ocurre a menudo en la ciencia, en una pieza que no terminaba de encajar en un puzle. Esto parte de que, hace algunos meses, se habían publicado unas observaciones que contenían una anomalía. Los autores constataban un corrimiento anómalo de una linea de emisión y no había explicación para ello. La explicación es la presencia de estos planetas. En las anomalías es donde está siempre lo interesante.

–Para que nos hagamos una idea, ¿qué puede suponer su descubrimiento en el ámbito de la ciencia y la investigación?

–De momento, supone que hay un montón de compañeros de profesión que están mosqueados con nuestro resultado y por eso tratan de echarlo por tierra. Es así como funciona esto. Por lo demás, el estudio no es más que un comienzo, hemos mostrado que podemos llegar hasta ahí con las herramientas que tenemos, pero ahora viene el estudiar estas poblaciones de objetos con más detalle y confirmar su presencia en otras galaxias. Digamos que hemos abierto la caja de un puzle nuevo. Ahora hay que montarlo.

–Con hallazgos como el suyo se ratifica la importancia de invertir en ciencia, una reivindicación que lleva muy años latente en España.

–España juega un papel privilegiado en el panorama de la astrofísica en Europa, gracias al Instituto de Astrofísica de Canarias, aunque también hay otras instituciones importantes, como el Instituto de Astrofísica de Andalucía, que ayudan a ello.

–Usted es melillense de nacimiento y desempeña su labor investigadora en la Universidad de Oklahoma. ¿Se recuerda de pequeño en nuestra ciudad, soñando con llegar hasta donde está?

–Solía subir con mi padre y un pesado telescopio a los Pinos de Rostrogordo para ver la nebulosa de Orión y los anillos de Saturno. Son recuerdos que conservo como un tesoro. Tengo muy buenos recuerdos de mi ciudad, que además se van renovando constantemente porque suelo ir a Melilla muy a menudo.

–No sé hasta qué punto tiene usted ganas de regresar a la ciudad para quedarse y en qué medida lo posibilitaría su labor científica e investigadora.

–Voy mucho con mi hija, a quien le encanta Melilla, sobre todo en verano, y paso allí temporadas fantásticas con mi madre. Pero para desempeñar esta profesión se requiere estar en unos lugares muy concretos, donde con el tiempo se han desarrollado grupos de investigación.

–Cuesta hacerse a la idea de lo que hay realmente en el universo. Da la impresión de que es algo tan inmenso que nunca dejarán de descubrirse nuevos hallazgos. ¿Qué puede decirnos al respecto?

–Entre 1930 y 1970 hemos vivido con un universo que parecía infinito, pero en las últimas décadas hemos vuelto a una concepción que se parece a la de la antigüedad, donde el mundo parece estar en el centro de una gran bola en cuya superficie los filósofos ponían puntos luminosos. Resulta que, en realidad, el universo para nosotros está limitado por una gran pared esférica, la Superficie de Último Esparcimiento, que es una especie de telón tras el cual nunca podremos ver nada, por limitaciones físicas fundamentales, por muy avanzada que sea nuestra tecnología. Más allá de las estrellas que vemos, están las galaxias. Más allá de todas las galaxias conocidas, aún detectamos cuásares. Detrás de los cuásares vemos un espacio oscuro, correspondiente al universo más joven, y finalmente llegamos a esa gran pared. Ahí termina todo. Así que hemos vuelto un poco a una imagen parecida a la de Aristóteles, el mundo dentro de una gran bola. Esa bola es diferente para observadores que estén en otra galaxia, pero eso ya son detalles. El concepto es parecido. Eso sí, esta bola es muchísimo más grande.

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