Guelaya-Ecologistas en Acción y la UGR organizan, a través del proyecto ‘Recupera el patrimonio natural de Melilla. Pon tu semilla para un futuro sostenible’, una reforestación en la zona norte del barranco del Nano con el objetivo de proteger una jara amenazada. Hoy se realizará la primera actividad y el resto de reforestaciones serán el 22 y 29 de este mes.
La ONG explica que entre la flora melillense se encuentran algunas especies incluidas en el Catálogo Español de Especies Amenazadas. Una de ellas, con el status de especie vulnerable, es el helianthemum caput-fesis, denominada jarilla de cabeza de gato. Se considera vulnerable porque corre el riesgo de pasar a la categoría de ‘en peligro de extinción’ en un futuro inmediato si los factores adversos que actúan sobre ella no son corregidos.
En Melilla se encuentra en el barranco del Quemadero y Aguadú, y en el barranco del Nano, justamente los espacios protegidos de la ciudad.
Una planta de flores amarillas
La jarilla de cabeza de gato, como su nombre indica, es una jara (familia cistáceas), que se presenta como un arbusto pequeño de hasta 40 centímetros de altura. Se puede encontrar en lugares dispersos del Mediterráneo occidental, pero en España sólo está presente en algunas localidades del levante y en las Baleares, además de en Melilla, añade la ONG.
La jarilla cabeza de gato florece desde febrero hasta mayo. Ahora está en flor en Melilla, por lo que es un buen momento para reconocerla, por sus numerosas flores amarillas que tienen pequeñas manchas naranjas dentro de la flor, explica Guelaya. “Los tallos son erectos, de color grisáceo, cubiertos de pelos. Las hojas son grisáceas y cubiertas de pelos estrellados, tanto en el haz como en el envés”, describe.
Uno de los problemas de conservación con los que se enfrenta en Melilla es que aparece bastante dispersa, y los núcleos poblacionales pequeños pueden verse comprometidos en su viabilidad por razones genéticas. En la provincia de Alicante en los escasos lugares en donde todavía está presente se han creado microreservas, alguna de menos de una hectárea, para proteger a la especie de la expansión urbanística, explica Guelaya.