Me he resistido a entrar en el juego de definir ambientes de cultivo en los que se desarrolla preferentemente algún modo específico de entender la realidad desde que, por primera vez, el presidente del Gobierno hizo público el concepto de la “fachosfera”. Yo se lo había oído por primera vez no a él, sino al ministro de Transporte, Óscar Puente, que pareció ocupar, desde que asumiera la defensa de la posición del PSOE en el debate para la investidura de Alberto Núñez Feijóo y en sus primeras semanas como Ministro, el papel de “graciosete oficial” del Gobierno, dando rienda suelta a sus desproporcionadas ocurrencias. Parece que el promotor inicial del término, sin embargo, no fue él sino un redactor de El País, del que desconozco la identidad. Lo siento.
Tras el de “fachosfera” han ido apareciendo, tímidamente, en correspondencia con él, el de “sanchosfera”, “petrosfera”, “trolosfera” y otros.
Yo, por mi parte, creo que el ingrediente esencial de la actual escena política es el de la traición a los logros colectivos de nuestra nación, que tanto dolor y esfuerzo nos han costado a todos o, por lo menos, a la mayoría de nosotros, en las últimas décadas. Es por ello por lo que me he permitido identificar el caldo de cultivo de este ambiente de actos de traición como la “traiciosfera”.
Hay tres hitos clave de nuestra historia reciente, que han supuesto un notable esfuerzo colectivo, que nadie debería patrimonializar en beneficio propio y que se encuentran en estado de cuestionamiento, sobre los que me gustaría reflexionar y someter a la consideración del lector.
El primero de ellos es el de la transición, propiamente dicho, en el que todos tuvimos que dejar algo atrás, a veces muy doloroso. En un alarde de comprensión mutua y de asunción colectiva de culpas, fuimos capaces de reconocer nuestros errores o los de nuestros antecesores y emprender “todos juntos” el camino de la reconciliación y de la convivencia en paz, por nuestro propio bien y el de nuestros hijos. Hoy, desde las fuerzas de la izquierda se cuestiona ese legado y se “traiciona” al sacrificio compartido por toda aquella generación que supo anteponer el porvenir de todos nosotros a sus respectivas visiones del pasado y a sus deseos de revancha. En su lugar, se recurre con pasmosa desfachatez a imponer una visión maniquea de la historia en la que todas las maldades cayeron del lado de un bando, el de “los otros”, y todas las bondades del lado contrario, el de “los nuestros”. Poco importa que la inmensa mayoría de nuestros conciudadanos hayan superado esa confrontación y quieran mirar todos juntos al futuro. Ahí estarán siempre los traidores al legado de nuestros antecesores para promover su sesgada visión de la historia.
El siguiente hito que considero sometido a “traición” es el del Espíritu de Ermua. Tras muchos años mirando a otro lado y creyendo que, de alguna manera, lo de ETA “no iba, estrictamente, con nosotros”, asumimos la responsabilidad colectiva de poner freno a aquellas atrocidades, que, como sociedad, corroían y descomponían nuestra dignidad y salimos a las calles para poner fin a aquella barbarie sin sentido.
El desencadenante último de ello fue el cruel y vil secuestro y posterior asesinato de Miguel Ángel Blanco, joven concejal de Ermua. En aquellas fechas se acuñó el grito masivo de “vascos sí, ETA no”, que empezó a poner nervioso al mundo independentista, incluido el “moderado” PNV cuyo presidente de la época, Xavier Arzallus, aseguró públicamente que ese grito repetido por la muchedumbre había sido diseñado por el CNI. Daba a entender así que intentar separar a los vascos de lo que representaba ETA no podía proceder más que de los “perversos” aparatos oficiales del Estado español. Hoy día, asistimos estupefactos, cotidianamente, al espectáculo de tener que escuchar que fue un Gobierno de Rodríguez Zapatero el que acabó con ETA, menospreciando, con ello, el sufrimiento calladamente asumido por la inmensa mayoría de las víctimas de ETA y el esfuerzo de toda una sociedad puesta en pie, que, incapaz de aguantar tanta indignidad, gritaba en las calles “Basta ya” o “ETA aquí tienes mi nuca”. Nueva “traición” al espíritu colectivo de los españoles, que, cuando unen sus fuerzas para enfrentarse a la sinrazón, no hacen distingos de derechas ni izquierdas, ni quieren que se patrimonialice la defensa de su dignidad.
El tercer y último episodio que quiero someter a la consideración pública y el más reciente de ellos es el del esfuerzo, una vez más compartido por la inmensa mayoría de los españoles, de hacer frente al proceso independentista catalán. En aquellas aciagas fechas del otoño de 2017, los independentistas catalanes, que no los catalanes, desafiaron al conjunto de los españoles promoviendo un proceso de acceso unilateral a la independencia de una parte de España, Cataluña, usurpando, delictivamente, los designios de la voluntad popular y vulnerando las leyes de manera burda y agresiva. El grueso de las fuerzas políticas españolas, en representación del conjunto de la sociedad, se plantaron frente a esta intolerable deriva secesionista y respaldaron la aplicación del artículo 155 de nuestra Constitución, que prevé la adopción de “las medidas necesarias para obligar a una Comunidad Autónoma al cumplimiento forzoso de sus obligaciones”.
Hoy, seis años más tarde, por conveniencia del actual presidente del gobierno, para obtener el respaldo de los representantes de aquellos delincuentes en una sesión de investidura, el PSOE, que formó parte de aquel acuerdo mayoritario, da la espalda a los españoles, “traicionando” la responsabilidad compartida, asumida en esas fechas, frente a los que desafiaron y continúan desafiando a la unidad de nuestra nación. Parece, con ello que las víctimas son los culpables o como se suele decir que “los pájaros atacan a las escopetas”.
Frente al mantenimiento interesado y falaz de la existencia de una presunta “fachosfera”, que pretende aglutinar, en la criminalización colectiva, a todos aquellos que no comparten los puntos de vista del presidente del gobierno, yo me conformaría con que no existiese atisbo alguno de la “traiciosfera”.
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