Esther y Alejandro, dos jóvenes de Santander, ayudan a Cáritas en sus colonias urbanas en Melilla
“Me enamoré de los niños el primer día que participé en las colonias. De eso hace ya cuatro años. Por eso he repetido la experiencia cada verano”. De esta forma justifica su viaje de 1.000 kilómetros y los cerca de 300 euros que se gasta cada mes de julio para venir a Melilla desde Santander. Esther Fernández es una monitora voluntaria en de las colonias urbanas de Cáritas. Llegó hace cuatro años a la ciudad para participar en este campamento y desde entonces regresa cada verano. La sonrisa de un niño compensa tantos kilómetros y el dinero que invierte para estar en esta actividad solidaria.
Esther tiene 23 años y estudia Educación Infantil. En 2010, el primer año que estuvo en Melilla, pensó que sería una buena experiencia participar como voluntaria en este proyecto de las hermanas de María Inmaculada. Ella había estudiado en un colegio de esta congregación y quería conocer más de cerca la labor de las religiosas. Explica que está en contacto con ‘sus niños’ durante todo el año a través del móvil o las redes sociales. Para ella son sus “hermanos pequeños” y ellos demandan no sólo su cariño en cada mensaje, sino también sus consejos. Les cuida en la distancia y quiere seguir viniendo a la ciudad para atenderles ‘en directo’ durante las dos semanas de campamentos.
Esta joven no es la única voluntaria procedente de la otra punta de España que elige compartir su tiempo y su dinero con los niños en riesgo de exclusión social de Melilla en lugar de irse de conciertos o a la playa con sus amigos. Alejandro Ruiz también es de Santander y éste es el segundo año que participa en las colonias urbanas de Cáritas.
¿Por qué?, le preguntamos. Y responde: “¿Por qué no?”. Le encanta entretener a sus sobrinas y siempre ha sentido mucha empatía con los niños. Estudia en un colegio de María Inmaculada y allí oyó hablar de estos campamentos y de que necesitaban voluntarios, así que no se lo pensó dos veces y se embarcó en “esta aventura”.
El año pasado llegó con la idea de ver si servía como monitor y si realmente podría aportar algo a los pequeños que participan en las colonias. Este verano ha vuelto para comprobar si el trabajo educativo que hizo en 2013 sirvió para algo. Y está feliz. Los niños que cuidó el año pasado le conocen y siguen poniendo en práctica sus enseñanzas. Le encanta que le llamen maestro y asegura que no va a dejar de participar como monitor en las colonias. “Me tendrán que echar a patadas”, asevera.
Otra joven que ha destinado unos 300 euros a viajar desde Castilla-León hasta Melilla es Paula Sango, de 20 años. Es la primera vez que pisa una colonia urbana de Cáritas y está muy sorprendida. Estudia Enfermería y nunca había pensado en ser voluntaria, pero en su residencia de estudiantes, que pertenece a congregación de María Inmaculada, le hablaron de este proyecto y pensó que se sentiría más útil echando una mano a las religiosas que quedándose en el sofá este verano. Es monitora de niños entre los 7 y los 10 años y está encantada con ellos. Afirma que desde el primer momento se encariñaron con ella.
De ‘usuario’ a monitor
También colabora con las religiosas y con Cáritas Mohamed Ouchani. Tiene 19 años y él fue hace unos años uno de los niños que participó en estos campamentos. Quería devolver el amor y el cariño que recibió de sus monitores convirtiéndose en uno. Sus padres están muy orgullosos de él. Resalta que son tantos los buenos momentos que pasa en las colonias, que no podrá desvincularse nunca de este proyecto.
En total, las religiosas de María Inmaculada cuentan con 38 voluntarios, 17 de ellos de Melilla, para atender a los niños que participan en las colonias de Cáritas y en los talleres que durante todo el día se imparten en su sede.
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