Opinión

La soledad en política

VA sola, siempre suele caminar en tinieblas por eso que es la luz la que se quiere compartir y las sombras de las que se ansia huir. Sugiere esta actitud de formaciones políticas forjadas contra el poder y que, una vez alcanzado, corren el peligro de olvidar que compartir, tanto lo malo como lo bueno; errores y aciertos, fue realmente lo que le llevó a la cima.

La inexperiencia no es excusa, la estrategia no es argumento. Si se sabe estar a las buenas, se debe saber de sobra estar a las malas y muy especialmente cuando se tienen responsabilidades de gobierno. Lo demás puede ser egoísmo, egocentrismo u “ombliguismo”. Pero, además, es un error y de consecuencias posteriores, más allá del ruido presente.

No se trata arropar a una razón por el simple hecho de tenerla, sino que al dejarla en desamparo corporativo la abocan a su debilidad por mucho que la firmeza de quien la porta y la aporta se batan en combate. Incluso cuando esa razón tiene sus debilidades, debe ser protegida por quienes se equivocan al olvidar que hace más daño el silencio del de al lado que el grito del que está en frente.

La política de “compartimentos estancos” puede dar la supervivencia a un órgano de poder, sobre todo cuando está compuesto de distintas sensibilidades que compiten entre si, pero eso no le garantiza, ni mucho menos, la longevidad, ni en conjunto ni por separado en las estancias del gobierno. De todo lo que sucede en el ámbito político local y nacional, la experiencia desarrollada de gobiernos “mestizos” acaparará el mayor interés en sus consecuencias a estudiar y reflexionar.

Se proclama, por la distintas formaciones políticas, que la determinante aritmética post electoral condiciona a la estabilidad de los gobiernos resultantes y “siempre” para dar estabilidad a la hora de atender a los problemas que los ciudadanos( el verdadero fin de todo) requiere. El problema es cuando esa estabilidad es realmente la del partido político y colisiona con el interés general, hecho de no rara frecuencia.

Para quienes, injustamente, deambulan solos o prácticamente en la defensa de su razón, cabe recordar la fábula de la luciérnaga y la serpiente. La segunda perseguía con ahínco a la primera y esta, exhausta, se paró a interpelar. Dos cuestiones le formuló: “¿Pertenezco a tu cadena alimenticia?, ¿Te hice algún mal?. A lo que ella contestó, no. Por lo que, finalmente, antes de ser devorada, le preguntó: ¿Porqué quieres acabar conmigo?. No soporto verte brillar, fue la respuesta.”

Es solo una fábula, pero en ocasiones, la injusta indiferencia de quien supuestamente comparte tu destino supone ser esa “serpiente”a la que no hay que buscar en campo ajeno. Es la soledad en política.

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