Seguimos sin pistas sobre dónde puede estar la salida del laberinto catalán. Ayer, el presidente Mariano Rajoy se plantó en la Ciudad Condal con varios miembros de su Gobierno, una representación de importantes dirigentes del PP y algunos de los barones del partido, entre los que se encontraba Juan José Imbroda.
Todos ellos, junto a los numerosos afiliados y simpatizantes, escucharon el discurso de Rajoy. Y confirmaron que la trinchera de los populares no se ha movido ni un centímetro. Continúa tan inalteradamente estática como la de los nacionalistas catalanes. Desde ahí, cada cual en su lado, unos y otros ven corretear de aquí para allá a los socialistas, unas veces llevando agua a los ‘constitucionalistas’ y otras yendo en sentido contrario para hacer de aguadores de los ‘independentistas’. Unas veces haciendo ondear la bandera española y otras envolviéndose en la señera.
Cada bando desde su trinchera insiste en esa lucha de desgaste en la que el ganador sólo puede vencer por aburrimiento. Ayer vimos un nuevo capítulo. Rajoy reforzó la trinchera ‘constitucionalista’, a lo que sin duda seguirá hoy o mañana la correspondiente demostración de fuerza de los ‘independentistas’.
Mientras que en la escena los actores principales se dan la espalda y sólo buscan el aplauso convencido de sus fieles, al resto de la ciudadanía de Cataluña y del conjunto de España nos gustaría pensar que hay otros personajes trabajando con discreción, fuera del decorado, buscando una salida al laberinto catalán. Hoy, con las posturas tan radicalizadas, con tanto en juego y cuando estamos a punto de estrenar un año con dos trascendentales citas electorales, resultaría poco menos que un milagro que Mariano Rajoy y Artur Mas se sentaran a negociar. La simple invitación a hablar de uno al otro podría ser entendida como un síntoma de debilidad que ninguno de los dos desea demostrar antes de que tengan lugar las citas electorales. De momento, lo máximo que podemos esperar es que durante 2015 los ánimos no se caldeen mucho más con las continuas demostraciones de fuerza de unos y otros. No parece probable que ningún bando esté dispuesto a abandonar su trinchera hasta que llegue el momento de la ‘batalla final’ en las urnas. Después, cuando todos, incluidos los aguadores, hayan medido sus fuerzas, llegará el momento de sentarse a negociar alejados del griterío que hoy les impide escucharse mutuamente. Ojalá entonces las víctimas colaterales no hagan imposible a los ‘hombres de consenso’ de ambos bandos dar un paso al frente para buscar una salida al laberinto catalán. Ya no tendrá sentido continuar con los reproches sobre por qué hemos acabado todos perdidos en la masía del minotauro.
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