Isabel Navarrete es una de esas voces desgarradas por la emoción que se escuchan en las noches de procesiones cuando los pasos se paran y los versos se rezan por seguidillas.
Con el sonido del viento frío que corre por las calles y el murmullo del gentío que no cesa y que espera impaciente la llegada de la imagen de la Virgen o del Cristo que procesiona se mezcla una voz rota. Al principio a penas se escucha. Pero los portadores paran la procesión para que esa voz, que todos los años reza a las imágenes, pueda crear una de las estampas más bonitas de la Semana Santa melillense, el canto de una saeta. Conforme recita los versos por seguidillas o martinete la gente calla y escucha. Con la piel de gallina, los melilleses que se situan junto a la mujer que canta sienten que les embarga una gran emoción. Aunque no sean grandes entendidos del cante flamenco ni sacro, ningún ciudadano se queda indiferente cuando escucha estos versos cantados. Nadie podría describir mejor que una saeta la Pasión de Cristo y la soledad de la Virgen. Esa voz rota, emocionada, que no sale de la garganta, sino del corazón, es de Isabel Navarrete.
La primera vez que se arrancó a cantar una saeta fue con diez años y desde entonces, siempre asiste a las procesiones de Semana Santa de Melilla. Si un año ha decidido no salir de casa, acaba cogiendo el coche y plantándose en el centro porque “hay algo” que le lleva ha estar frente a los titulares de las cofradías.
“La saeta es una oración que se canta a la imagen con el corazón”, afirma. No siempre sale como en los ensayos, pues los nervios suelen hacer acto de presencia. Navarrete explica que no es que le entren mariposas en el estómago por la gente que se pone a su lado para escucharla, sino que cuando uno se va a arrancar a cantarle a la imagen la emoción se instala en su garganta y puede salir algún gallo que otro. Pero el corazón no entiende de notas cuando se recitan estos versos cantados, asegura.
Se define como una aficionada del flamenco y de las saetas, a pesar de que la gente que la conoce y que pertenece a este mundillo afirma que es una profesional. Ana Hernández o Kiko Acedo son los melillenses que ella destaca por el poderío de sus voces.
Canta saetas porque al mismo tiempo está orando a Dios. Destaca que son versos que deben sentirse, pues, en caso contrario, la saeta no llega al público por muy bien que esté entonada. Afirma que ponerse frente a una imagen no se hace con afán de protagonismo ni para que luego todo el mundo destaque lo bien que se ha cantado la saeta, sino porque se siente el impulso de hacer este rezo.
Las letras de las saetas son siempre desgarradoras y la voz hay que controlarla para que suave, al principio, y fuerte, al final, la personas que cante consiga terminar sin dificultades.
Asegura que es más fácil cantar saetas si ya se conoce algo de flamenco, pero que si no llega a ser por Antonio Catalá, no hubiera aprendido a hacerlas casi perfectas. Tiene un libro con decenas de letras que se repasa de vez en cuando, ya que guarda incluso las que cantó cuando la Semana Santa de Melilla se recuperó en los 80.
Canta todos los años. En las últimas Semana Santa se ha situado en la tribuna de la avenida Juan Carlos I, pero años anteriores probó suerte en otras zonas por las que pasaban los titulares de las cofradías. Por ejemplo, le cantaba al Rocío y al Cautivo en Calvo Soltelo, cuando pasaban por la antigua asociación de vecinos. Y los años que ha llovido, se ha acercado hasta la plaza de toros donde se han resguardado los cofrades y portadores para ofrecer allí su saeta.
No falta ningún día a las procesiones, pero afirma que no podría pasar sin ver al Rocío y a la Soledad, algunas tenían que ser sus favoritas. La acompañan su marido, sus hijos y sus nietos. Toda la familia vive esta tradición y se emocionan con ella. Hace unos años, era su madre la que agarraba fuerte su mano cuando veía venir a la Virgen o al Cristo, pues sabía que su hija les iba a cantar.
Afirma que una de sus nietas tiene voz para aprender a cantar una saeta, pero que, de momento, se centra más en la música moderna. Aunque espera que nunca se pierda esta bonita costumbre de cantarle a las imágenes de las cofradías cuando pasean por las calles de Melilla.
¿Un momento emotivo? Pues cuando la Soledad está en la avenida completamente a oscuras y con un silencio absoluto, tiene la oportunidad de entonar unos versos sentidos y desgarradores que componen la saeta.
Un grupo de flamencos con alma cofrade
Isabel Navarrete pertenece a ese grupo de cantaores flamencos que empezó a reunirse para aprender de la mano de José María Catalá las letras y la entonación de las saetas. Todos tenían la costumbre de reunirse a la entrada de la Soledad para cantarle uno tras otro, como Rafael, un señor que tenía un hostal justo enfrente de la iglesia del Sagrado Corazón.
Hace unos años se hacía la exaltación de la saeta, pero como el público no apoyaba mucho este acto, dejaron de organizarlo. Una pena, asegura, pues allí no había luchas de egos entre cantaores, sino cristianos rezando al cantar.
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