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La rutina a la intemperie

Siete de los catorce marroquíes expulsados del CETI a comienzos de mes ya están fuera de Melilla  Los que aún quedan en la ciudad malviven bajo las inclemencias meteorológicas.

Mohamed recoge algunas mantas que han quedado totalmente empapadas en su refugio entre cañaverales. Las inclemencias meteorológicas del fin de semana en Melilla, especialmente el granizo que cayó el sábado, han dejado las pocas pertenencias de este joven marroquí, y las de sus compañeros que viven a la intemperie junto al CETI, en un estado prácticamente inútil.
“Algunos nos refugiamos en unos huecos bajo el puente, pero no nos sirvió de nada, porque nos acabamos mojando igual”, explica Mohamed. El agua de la lluvia se filtraba entre algunas fisuras, con lo que el único refugio contra el chaparrón resultaba tan inútil como permanecer a la intemperie.
Mohamed es uno de los catorce marroquíes que fueron expulsados del Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) el pasado 4 de febrero después de que las autoridades españolas les denegaran sus peticiones de asilo en nuestro país.

Casi un mes al raso
“Es muy duro vivir en la calle. Llevamos casi un mes así”, lamenta Mohamed mientras sigue recogiendo mantas para ponerlas a tender al sol que lucía en el mediodía de ayer. Sin embargo, no contaba con las fuertes rachas de viento que continuaban arreciando sin piedad.
Ahora, el grupo de marroquíes expulsados del CETI que permanece a la intemperie se ha reducido a la mitad. De los catorce que lo formaban, siete han sido expulsados de Melilla, según afirman los que aún permanecen aquí.  
Entre estos se encuentra Abdelatif, quien mata las horas intentando levantar una suerte de refugio que les permita estar más resguardados de las inclemencias del tiempo.
Pocos días antes, este grupo acampaba frente a las puertas del CETI, pero ahora se encuentran junto a un lateral del centro, el que mira a la carretera de Farhana.
“Vino la Guardia Civil y nos dijo que no podíamos estar ahí. Nos mandaron que nos pusiéramos aquí para que no se nos viera”, afirma este hombre.  
Su nuevo campamento incluye la tienda de campaña en la que se aloja Ouafae, la única mujer del grupo, y Mohamed, su novio sirio. Pero la necesidad facilita la maduración de ideas, y los demás jóvenes han conseguido ‘construir’ otra ‘tienda’.
Se compone de un palé sujetado por piedras sobre el cual se ha colocado un colchón a modo de techo. A ambos lados del mismo, unas mantas cierran este refugio improvisado en el que dormita uno de estos jóvenes.
“Yo tengo muchas cosas dentro del CETI”, relata Abdelatif. “Ropa, documentación...”. Asegura que cuando fueron expulsados del centro, no les permitieron recoger sus pertenencias.
El viento sigue arreciando y los marroquíes temen pasar una noche tan dura como la anterior. Abdelatif cree tener una solución pasajera que les permita resistir mejor las condiciones atmosféricas.
El lugar está repleto de piedras, algunas de gran tamaño. Abdelatif mira una hondonada no demasiado profunda junto a las tiendas de su campamento. “Ahí estaremos mejor, porque en ese sitio se corta el aire”.

Un refugio mejor
Varios de los compañeros empiezan a formar un muro de piedras. Su intención es formar un rectángulo y apuntalarlo con todo lo que puedan: mantas, colchones, tablas de madera, somieres y cualquier objeto útil.
Uno de los jóvenes arroja una piedra a la hondonada. Cae cerca de Abdelatif, que se lo toma con gracia: “No tenemos seguro, no podemos ir al médico”. El humor es quizá la última pertenencia que les queda.

 

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