Opinión

La reunión de España y Marruecos en Rabat

La Agencia marroquí MAP informó este jueves sobre el viaje a Rabat del director general de la Policía española, Francisco Pardo Piqueras, que mantuvo una reunión de alto nivel en Rabat con el director general de Seguridad Nacional y Vigilancia del Territorio Nacional, Abdellatif Hamouchi.

Según la versión marroquí, Pardo Piqueras, que estuvo en Melilla en la toma de posesión del comisario Togores en noviembre pasado, viajó a Rabat acompañado por los comisarios generales de Información, Eugenio Pereiro Blanco; Rafael Pérez Pérez, de la Policía Judicial, y Juan Enrique Taborda Álvarez, de Extranjería y Fronteras, entre otros.

En el encuentro, que no estaba anunciado en España, se habló de cooperación y seguridad en los puestos fronterizos; lucha antiterrorista, narcotráfico, inmigración y crimen organizado.

La visita, añade MAP, "encarna la firme voluntad" de ampliar la colaboración de los servicios de seguridad de España y Marruecos e incluso "elevarlas al nivel de una asociación avanzada, basada en sólidos fundamentos de confianza y credibilidad y al servicio de los intereses comunes".

Con toda la pomposidad que le caracteriza, Marruecos asegura que la reunión del jueves "corona un recorrido avanzado de asociación estratégica bilateral" y busca ampliar la cooperación "por el bien de los ciudadanos de ambos países".

En definitiva, la toma de contacto en Rabat se produce en un momento de tensión en Melilla a raíz del excesivo celo con que la Marina Real marroquí controla a las embarcaciones de recreo con amarres en la ciudad; al papeleo que las autoridades del país vecino exigen a los barcos melillenses para navegar por sus aguas y a la prohibición de pernoctar en sus calas.

A eso podemos sumarle la amenaza lanzada en redes sociales por activistas antiespañoles que aseguran que nadie que no utilice los puertos deportivos de Nador podrá beneficiarse de sus calas. De esta forma, presionan a los propietarios de embarcaciones españolas para que amarren sus barcos en el puerto marroquí a cambio de darles carta blanca para seguir disfrutando del litoral marroquí con la libertad con que lo hacían cuando convivíamos en buena vecindad.

También se da el caso de embarcaciones locales que han sufrido averías en aguas de Melilla y que han sido convidadas a pedir auxilio a Rabat. Es todo un despropósito, como las denuncias de lanchas marroquíes controlando barcos españoles en Aguadú.

De hecho, aplaudo la sinceridad de la Delegación del Gobierno al admitir que hay un barco de la Armada cerca de Aguadú, haciendo tareas rutinarias. No es ironía: es una verdad como un templo: defendernos de las agresiones constantes de Marruecos se ha convertido para nosotros en una rutina.

Normal que ahora en Nador haya más melillenses que marroquíes sacándose la necua. Del otro lado me dicen que no ponen ninguna pega a que conste la dirección de Melilla en ese carnet marroquí, pero eso es algo que personalmente no he confirmado, así que prefiero ponerlo en cuarentena porque de ser cierto, sería un ataque más a la españolidad de esta ciudad.

Podemos añadir además, los controles exhaustivos que se hacen en la frontera a los turistas melillenses, mientras que a los de la Operación Paso del Estrecho se les da prioridad y se les pone una alfombra roja para que accedan a su país a través de la ciudad autónoma.

Llama la atención que ni la Policía Nacional ni el Ministerio del Interior informaron sobre el encuentro de alto nivel en Rabat quizás porque esperaban que fuera algo discreto que Marruecos ha querido publicitar, probablemente con el ánimo de mostrar su predisposición a un diálogo que en la práctica no representa ningún tipo de beneficio para los melillenses.

En su día se dijo que era necesario reconstruir las relaciones entre España y Marruecos y empezar de cero; pero lo que vemos es que el país vecino entendió el iftar compartido entre el rey Mohamed VI y el presidente Pedro Sánchez como un punto y seguido a sus ataques híbridos a Melilla. En los melillenses está no ceder ni un centímetro. Los derechos perdidos no se recuperan fácilmente.

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