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La renovada letanía marroquí

 

Pura estrategia, síntoma de descontento tras la cumbre Europa-Marruecos, cuña intencionada incluso para ayudar a Zapatero y desviar la atención de los españoles tras los recortes económicos impuestos por la UE. Ayer, en los medios, en la Red, en opiniones varias e infinitas podían leerse todo tipo de elucubraciones, cábalas y especulaciones sobre el por qué del renovado irredentismo marroquí, cuando parecía enterrado y apisonado en el cajón de las buenas relaciones hispano-marroquíes.

Para CiU no merecen mayor comentario, son como el Guadiana, aparecen y desaparecen de improviso o sin previsión posible, por lo que la mejor respuesta pasa por hacer oídos sordos. Sin embargo, sería desacertado e injusto si no reconociéramos que hemos obtenido del Gobierno de Zapatero la mejor contestación posible: una clara negativa a la reiterada pretensión marroquí que, en palabras de la vicepresidenta Teresa de la Vega, se ha transformado en un ‘no’ rotundo.

La reacción del Gobierno central ha sido justa, acercada y oportuna. Sin demoras. Marruecos debe entender que los anacronismos no parten de posiciones invariables y territoriales, sino de realidades incontestables, y nuestro eclecticismo social, con una población de origen magrebí que optó por la nacionalidad española, es el mejor garante de nuestra realidad en los tiempos que corren.

En un mundo como el actual, donde las fronteras tienden a disiparse, la voluntad de los pueblos debe prevalecer por encima de consideraciones de mucho peso como pueden ser las históricas. Y en Melilla esa voluntad quedó aún más clara cuando los melillenses de origen rifeño optaron también por la nacionalidad española y con ello por el status español de Melilla.

Marruecos, en su empecinamiento, prefiere cerrarse puertas y oportunidades en lugar de aprovechar nuestra posición privilegiada para servir de plataforma de la UE en esta orilla del Estrecho.  Desatiende sus problemas más básicos en la zona del Rif, y prefiere estrangular la política de vecindad europea que podría generar riquezas a ambos lados de nuestra frontera, con el inútil fin de mantener viva la vieja llama de una reclamación basada únicamente en la lógica de la continuidad territorial.

Parafraseando a los mismos marroquíes, que en su pretensión invocan una visión de futuro, parece más coherente que la visión moderna de nuestra realidad trasforme la vieja letanía del irredentismo alauita en pro de un sistema más fructífero para todas las partes.

Melilla engrandece al Marruecos cercano, mejora sus perspectivas de desarrollo turístico y económico, le aporta más conexiones con Europa. Objetivamente, ha sido y es más ventajosa en su histórico estatus de ciudad española que si quedara en manos del reino alauita.

El análisis es tan evidente que no puede pasar inadvertido a los mismos marroquíes. Luego es evidente que su trasnochada reclamación no es más que una nueva fórmula para activar el uso indebido que de nuestras dos ciudades norteafricanas suelen hacer nuestros vecinos para, a modo de moneda de cambio, obtener de España lo que pretenden, ya sea en forma de apoyo más abierto y decidido a sus pretensiones sobre el Sáhara o a sus nuevos objetivos como socio preferencial de la Unión Europea.

Lo peor de toda esta historia es la ofensiva silente del Marruecos oficial hacia Melilla, en forma de carteles provocados en la frontera de Beni-Enzar o mediante movimientos teledirigidos como los que hace dos veranos permitieron una sucesión de cortes y cierres en el mismo paso fronterizo.

Realmente qué ventajas obtendría Marruecos de una anexión de nuestras dos ciudades cuando sus frentes son muchos, su reto por modernizar mínimamente el país sigue siendo una cuestión pendiente y su relación con la Unión Europea no le aconseja precisamente devaluar sus buenas relaciones con España.

Tras la proclama de El Fassi se esconden claves que hoy por hoy no se revelan de forma clara pero que, posiblemente, poco tengan que ver con lo que dicen pretender, sino más bien otro tipo de exigencias al Gobierno español o quien sabe si una advertencia al Partido Popular, ante su más que posible vuelta al Gobierno de la Nación. No olvidemos que el PP, quizás con falta de tacto pero con evidente decisión, siempre ha gestionado los conflictos diplomáticos con Marruecos de manera más clara y expedita que el Partido Socialista. Lo sucedido con el islote de Perejil fue sólo un ejemplo en el que, verdaderamente, quien terció y apaciguó fue el Gobierno de Estados Unidos, gran y principal aliado del reino alauita en la misma o mayor medida que Europa.

Quizás Obama, más que la UE, pueda frenar ahora el inesperado apetito marroquí o su renovada fijación innecesaria en nuestras dos ciudades. Al fin y al cabo, si es por intereses geoestratégicos, a Europa y Estados Unidos también les debe interesar más que Ceuta y Melilla sigan siendo españolas.

De modo que la fórmula de los oídos sordos por mucho que apetezca no parece la más inteligente. Mejor será activar la diplomacia para hacer ver al vecino que el progreso  no pasa precisamente por entregarle nuestras dos ciudades.

 

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