A los vecinos de la urbanización de Averroes ya les cuesta trabajo definir su situación actual sin caer en la monotonía. Por tanto, “desesperación, cansancio, rabia y decepción” siguen siendo los términos más empleados por los mismos.
El lunes se cumplió un mes desde el último desprendimiento de una parte de la fachada. Un día más tarde el consejero de Fomento, Francisco González, anunció que las obras de saneamiento iban a empezar ayer, pero una vez más no lo hicieron. “Esta mañana sólo hemos visto a algunos trabajadores de Emvismesa inspeccionando la zona. Lo que necesitamos es que se pongan manos a la obra”, dice Abdelkader, un vecino. Hay que recordar que el inicio estaba previsto para el día 1 de este mes.
Las ansias de toparse con un reguero de trabajadores y de despertarse con el ruido propio de maquinaria de obra crecen con cada día que pasa. “Ya no sabemos qué hacer para que nos hagan caso. Nos han abandonado”, lamenta Abdelasis, otro residente. Abdelkader cree tener una explicación para este abandono: “La gran mayoría de los inquilinos somos de origen musulmán. Si el número de cristianos que viven aquí fuese mayor, seguro que se preocuparían más”, señala.
El primer desprendimiento del revestimiento de la fachada exterior del edificio se produjo el 24 de junio de 2015. Desde entonces, los vecinos afectados están esperando una solución. Pero el saneamiento de la parte exterior del edificio no es su única preocupación.
Precariedad
La precariedad que esconden los pisos encajonados en esta enorme colmena de hormigón es extrema. Las zonas comunes de la parte exterior carecen de iluminación. “Si llegamos por la noche tenemos que alumbrarnos con los móviles”, cuenta Abdelkader. Según indican, la oscuridad lleva a que los mayores y niños se abstengan de salir a determinadas horas.
El mismo problema ocurre en los garajes. No sólo la falta de luz hace que esta zona cobre un aspecto tétrico, sino también los numerosos coches desguazados, las decenas de puertas de trasteros destrozadas y los ladridos de perro que rompen el silencio cuando notan la presencia de algún humano.
Los canes al menos explican la procedencia de los excrementos que los vecinos tienen que esquivar y por qué uno trata de contener la respiración para no inhalar el fuerte olor a heces mezclado con el de orín y de desagües.
Ante este panorama, las cerca de 258 plazas permanecen desiertas. “Los coches están más seguros en la calle que aquí”, subraya otro vecino que también se llama Abdelkader. Igualmente muchos trasteros están en desuso. El temor a que sean saqueados ha llevado a que muchos prefieran guardar sus “trastos” en casa. Abdelkader cuenta que ha buscado una alternativa para aprovechar este espacio de almacenamiento. “He quitado la puerta de chapa galvanizada y he puesto una de hierro. Es más resistente”, subraya. “Me ha costado 200 euros que he tenido que poner de mi bolsillo”, añade.
El recorrido termina en la azotea. Parte del muro de la misma se caía. Varios trozos de tela asfáltica descolgados también ponían en evidencia el estado de abandono que sufre el edificio.
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