La realidad de dos mundos que coexisten a escasos metros

Desde primera hora de la mañana, miles de porteadores cargan sobre sus espaldas bultos de mercancías de hasta 8o kilos con el objetivo de transportarlos a Marruecos y ganar poco más de ocho euros por trayecto.

La regla de tres está clara. Cuanto más pese el fardo, más dinero se recibirá al otro lado de la frontera. Esta es la ley que rige a diario a miles de porteadores que traspasan el puesto del Barrio Chino para ganar unos euros al día; un pago que normalmente no excede nunca los ocho euros.

La jornada se inicia cerca de la frontera a primera hora de la mañana, a la espera de que comiencen a llegar a sus inmediaciones los primeros vehículos con mercancías. En cuanto aparece el primero, decenas de personas pugnan por hacerse con algún bulto. 

Es la ley del más fuerte, que obliga a los que ceden a los empujones a tener que caminar hasta cerca de la zonas de las naves para conseguir hacerse con algún bulto.

La mercancía es de lo más variada; comida, ropa, enseres para el hogar. Cualquier tipo de objeto con un mínimo de valor es susceptible de ser cargado. La única regla es que la frontera hay que traspasarla con un sólo fardo. 

Una norma que tiene como principal consecuencia que los porteadores no duden ni un momento en echarse sobre las espaldas hasta 80 kilos de mercancía para convertirse por unas horas en una auténtica bestia de carga humana.

“Nos esforzamos al máximo para mantener el orden en la cola y evitar disturbios, pero en numerosas ocasiones es imposible evitar que haya avalanchas en la frontera para intentar pasar antes que nadie”, relata uno de los agentes de la Benemérita que opera en la zona.

Y es que la velocidad con la que se traspase el puesto fronterizo y se regrese a Melilla es otra de las claves para intentar maximizar beneficios, ya que a lo largo de un día un porteador hábil puede dar hasta cuatro viajes.

Es una labor que no entiende de clases sociales, como generalmente se cree. Aunque es una labor que normalmente desarrollan personas de la clase baja o media, entre los que abundan aquellos que carecen de cualquier tipo de escolarización o formación profesional, también hay quienes poseen incluso carreras universitarias y se ven forzados a este tipo de trabajo ante la falta de expectativas para encontrar un empleo en Marruecos.

En este sentido, todo vale para embolsarse unos euros, siendo una estampa habitual la de aquellos que ofrecen una imagen dramática cargando sobre sus frágiles espaldas bultos inmensos con los objetos más variados.

Hay quien incluso finge una minusvalía para intentar pasar antes que nadie, aunque desde la Guardia Civil se insiste en que se procura guardar el máximo orden posible en la cola.

Un orden que en ocasiones se hace imposible de mantener, ya que como ha denunciado la Asociación Unificada de la Guardia Civil (AUGC) de Melilla, al alto tránsito de personas que suele darse desde las 9:00 horas hasta el mediodía, hay que sumar la falta de agentes para operar en la zona.

El duro verano

La situación se hace más dura en verano, pues como han recalcado variasasociaciones humanitarias de la ciudad, encabezadas por Prodein, en los aledaños de la frontera no existe ni siquiera una fuente de agua corriente o toldos en los que refugiarse de los inclementes rayos del sol, que suelen superar los 40 grados.

No obstante, hay otras que reseñan que hay más orden y mejores instalaciones en la frontera a raíz de la trágica muerte de Sáfia Azizi, una porteadora de 41 años que murió aplastada por sus compañeras en el Barrio Chino.

“La situación será siempre complicada”, apunta el máximo dirigente de Pro Derechos Humanos, José Alonso, “pero desde aquel suceso se hace más hincapié en que no haya avalanchas, aunque es una tarea casi imposible”, lamentó.

Es la cara más amarga y dramática de la frontera, la cual también se repite en otros puestos, como en el de Beni - Enzar, aunque en este la gente suele cruzar en coches o cargando los objetos más variopintos en bicicletas.

400 millones

El resultado de todo ello, es que el valor de las mercancías movidas por el contrabando han excedido en ocasiones los 400 millones de euros anuales. Así pues, el tráfico en la frontera se convierte en una actividad inhumana movida por el ánimo de lucro de unos pocos y la necesidad de ganar unos euros para sobrevivir de otros.

Sea como fuere, es el día a día de un frontera que separa dos mundos y dos maneras distintas de entender la vida.

El caso de Sáfia, en el recuerdo

El 17 de noviembre de 2009 fue un día que marcó un antes y un después en la frontera del Barrio Chino y que difícilmente podrán olvidar los familiares y amigos de Sáfia Azizi, una marroquí de 41 años que murió arrollada mientras trabajaba como porteadora

Pasadas las 7:00 horas de aquel día, una avalancha de personas que se apresuraban a entrar en Melilla por dicho puesto fronterizo provocó que siete de ellas cayeran al suelo derribadas.

Seis pudieron salvarse de ser pisoteadas por cientos de sus compatriotas, pero Sáfia no tuvo tanta suerte.

Fue tal el tumulto de personas agolpadas en el paso, que un policía español que se percató de lo que había ocurrido tuvo que realizar dos disparos al aire para que la gente se dispersara.

Al comprobar la gravedad de la situación, las heridas fueron inmediatamente trasladadas al Hospital Comarcal, donde se certificó la muerte de Sáfia. La causa de su fallecimiento; asfixia. Su tórax no pudo soportar la avalancha de gente que le vino encima cuanto cayó al suelo.

Desde ese día, se han doblado los esfuerzos en la frontera para evitar que hechos así vuelvan a repetirse, aunque como señalan ONGs y las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, la miseria y la necesidad de ganar unos euros, provocan que mantener el orden sea una labor casi imposible.

“Por cultura, es un trabajo que normalmente realizan las mujeres”

Así de contundente lo afirmaba José Alonso, el máximo dirigente de Pro Derechos Humanos, que en declaraciones realizadas a ‘El Faro’, ofreció su opinión sobre este fenómeno.

Así, señaló que los porteadores suelen ser generalmente mujeres. Una práctica habitual por razones socioculturales, según reseñó, y que ha provocado que sea una imagen habitual ver a estas personas con el espinazo completamente vencido cargando con decenas y decenas de kilos al pasar la frontera.

“No hay razón para que sean ellas las que lleven los bultos, tan sólo la cultural”, afirmó Alonso, quien también apuntó que suelen ser las grandes perdedoras cuando hay que pugnar por hacerse con una fardo de los vehículos que estacionan a unos escasos 200 metros de la frontera, lo que las obliga a tener que buscar la mercancía más lejos, en la zona del polígono.

En esas ocasiones, no les queda más remedio que hacer rodar los bultos hasta que se aproximan al paso fronterizo, donde con gran esfuerzo los echan sobre sus espaldas. Una vez depositadas las mercancías en suelo marroquí, vuelta a empezar.

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