Mis padres me inculcaron desde pequeña que siempre que viera una pelea me alejara lo máximo posible, fuera ser que, sin comerlo ni beberlo, como vulgarmente se dice, acabara llevándome un palo por algo que nada tuviera que ver conmigo. Qué ilusos mis queridos padres, tan ajenos por entonces a que su hija, a la postre, no sólo acabaría metida en medio de todo, sino que por esa razón se llevaría más de un palo y más de un vituperio público, por aquello de la primitiva reacción de matar al mensajero, como en los tiempos pretéritos tan en boga hoy en día.
No les cuento esto en tono de victima ni para invocar apoyos que, en muchas ocasiones he recibido y que agradezco sincera y vivamente a quienes me los han hecho llegar. Lo hago para ilustrarles de algo que pasó ayer en el juicio entre la exsocialista Ikram Aanan y la cepemista Nur Al Ouda Hamed, por un enfrentamiento entre ambas que se sucedió el pasado jueves y que, como se sabe, ante la falta de versión de Nur, recogimos de principio dando cuenta de lo relatado en el atestado de la denuncia de Aanan, señalando siempre que se trataba de su particular versión y dando cuenta a la vez de que se nos había impedido acceder a Nur Hamed para obtener la suya.
Lo anterior ya saben que me valió que Mustafa Aberchán, padre de Nur, me tachara de “mafiosa, mercenaria y pirata”. Toda una guinda ilustrativa de la consideración que tiene el cepemista de esta periodista. Un extremo que, como ya dije, no me parece pueda entrar dentro de los gajes del oficio pero que he preferido dejar correr en evitación de nuevas y más extremas tensiones como las que ya predominan sobradamente en nuestra vida pública.
Sin embargo, lo que me chocó ayer sobre manera es que la juez competente en el caso, la magistrada María José Alcázar, hiciera una consideración muy particular, en la sala de juicios y ante mi presencia, de lo que para ella supone la Prensa. Según dijo, resultaba conveniente negociar un posible acuerdo entre las partes a puerta cerrada porque, luego, comentó, “salen gilipolleces en la prensa” y porque “todo lo que sale en la prensa –añadió textualmente- son mentiras”.
Les engañaría si no reconociera que me quedé lívida. Es cierto que el comentario se sucedió en los previos del juicio y que, por lo visto, tal cual se constató, aún no había empezado a grabarse la sesión, pero también que tanto yo como el resto de público que nos encontrábamos en la sala habíamos entrado con autorización de la misma juez, tras anunciarse el aviso formal de audiencia pública.
También es verdad que la juez lo dijo con todos sus “respetos” para los miembros de la prensa allí presentes, en concreto la que suscribe, y que posteriormente reiteró que lo sentía y me pidió expresamente disculpas.
Cuento todo esto porque más allá de mi obligación de relatar lo sucedido, el comentario no sólo me pareció un acto de descortesía, sino también una apreciación indebida que no obstante disculpo porque entiendo que quizás la juez posiblemente lo que pretendía era rebajar la tensión sobre un asunto que, como ella misma dijo, aunque constituye un juicio de faltas técnicamente “en la práctica no lo es”.
Desconozco cuál será la apreciación exacta respecto del mismo asunto por parte de la magistrada, pero en mi opinión el enfrentamiento entre dos examigas, gravemente enfrentadas en la actualidad por motivos políticos, va más allá de la distinta pertenencia partidista para hundir sus raíces en el macroproceso del presunto fraude electoral en las Generales de 2008, en el que tanto Ikram Aanan como Nur Hamed se encuentran imputadas, aunque si bien en el caso de la primera con la consideración de autoinculpada, que con sus testimonios contribuye a fundamentar la acusación judicial contra 27 dirigentes y simpatizantes de CpM y PSOE, entre los que se incluyen los principales líderes y cabezas del lista electorales por ambos partidos en las pasadas elecciones, caso de Musfata Aberchán y Dionisio Muñoz respectivamente.
Precisamente, esa condición entre las dos encausadas en el juicio de ayer fue lo que determinó que el enfrentamiento entre ambas cobrara periodísticamente una notoriedad que no hubiera tenido un simple enfrentamiento entre partidarias de siglas enfrentadas, que en su enemistad actual fueron capaces de llegar a denunciarse mutuamente por presuntas lesiones e injurias.
Como les decía al principio, no le hice caso a mis padres y opté por meterme en medio de todos los fregados. Ahora bien, me pregunto qué parcela de consideración y respeto merece el trabajo del periodista. Está visto que cero por parte de muy amplios sectores a pesar de que la prensa, con sus distintos estilos y líneas de opinión, es el principal baluarte de una sociedad que pretende considerarse a sí misma democrática.
La Prensa no es intocable, está sujeta y expuesta a la opinión pública, abierta en esencia al debate, pero no es permisible que sea vilipendiada por sistema, oportunismo o como recurso fácil frente a las tensiones políticas coyunturales. Si queremos parar la confrontación social en la que vivimos, todos debemos brindarnos más respeto y en este saco también entramos los periodistas, aunque a algunos no les guste.
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