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La pobreza, una lacra a extinguir

Normalmente, cuando hablamos de pobreza nos abruman las cifras y las estadísticas. Pero hay algunas que resultan del todo relevantes y que nos permiten fijar en qué estadio nos encontramos al enfrentarnos a una de las lacras mayores que recorre el conjunto de nuestro mundo, tanto el Primero como el Tercero, hasta el punto de fabricar también un Cuarto Mundo que convive en la miseria junto a la opulencia de nuestra sociedad actual.
Según estudios de distintas organizaciones de promoción del desarrollo humano, recopilados por el director de la Sección Española de Amnistía Internacional, Esteban Beltrán, 3.000 millones de personas malviven con menos de dos dólares diarios; 1.198 millones no tienen acceso a agua potable; 2.747 millones no cuentan con hospitales cerca de sus lugares de residencia a los que poder acudir; más de 1.000 millones no disponen de vivienda; 2.000 millones no se benefician aún de la electricidad; 876 millones son analfabetos; y 250 millones de niños, de entre 5 y 14 años, sufren la explotación laboral infantil y trabajan fuera de casa. En suma, 50.000 personas mueren cada día por falta de agua potable, leche, proteínas, vacunas, antibióticos, vivienda donde resguardarse y médicos a los que acudir.
La pobreza es la madre de todas las lacras, origen y causa de hambrunas y catástrofes falsamente naturales, de enfermedades y pandemias, de guerras, fanatismos y matanzas, de intolerancia, racismo y xenofobia. La destrucción de las fuentes de vida y ecosistemas del planeta está estrechamente vinculada a esta misma lacra que el ser humano aún no ha sabido dominar o no quiere dominar, porque como sostiene Esteban Beltrán es posible prohibir la pobreza y acabar con el hambre.
Los líderes mundiales en la última Cumbre sobre los Objetivos del Milenio, celebrada en septiembre pasado, acordaron un programa de acción para intensificar la lucha contra la pobreza. Pero la realidad nos enseña que los intereses económicos, en este mundo cada vez más totalizante y totalitario, se imponen a los objetivos de un poder político debilitado y con menos capacidad de actuación a medida que avanza la globalización.
En este Día Internacional por la Erradicación de la Pobreza, las reivindicaciones se centran en la necesidad de establecer fórmulas por procurar un trabajo decente. «El trabajo decente y productivo es uno de los medios más eficaces para luchar contra la pobreza y promover la autosuficiencia», dice Ban Ki-moon, actual secretario general de las Naciones Unidas.
El lema de tan señalada fecha no es casual. El propio Banco Mundial, en un documento remitido al G-8, sostiene que la megacrisis que ha asolado el mundo y que se está cebando especialmente con países como España ha extendido la pobreza a unos cien millones de personas y calcula que el descenso en las tasas de crecimiento económico atraparán a otros 46 millones en el grupo de personas que ingresan menos de 1,25 dólares al día, mientras que otros 53 millones se verán obligados a vivir con ingresos inferiores a dos dólares diarios.
Los datos son estremecedores pero no deben parecernos lejanos en una ciudad como Melilla donde, según el último informe realizado por encargo de la Ciudad Autónoma, 19.875 melillenses viven por debajo del umbral de pobreza, en un 32,3% de los casos en condiciones de pobreza extrema, en un 35,7% de pobreza grave, y en un 45,3% en situación de pobreza moderada.
Nuestra Ciudad Autónoma, con presupuestos que superan los 250 millones de euros anuales, no puede permitirse estas cifras, aunque sea cierto que en quince años el porcentaje de pobres en Melilla haya pasado del 42,7% al 27,8%.
Aun así hay que reorientar las políticas y afinar medidas sociales que, como la política lineal de gratuidad de becas universitarias para todos los universitarios melillenses que superen sus estudios, resultan impropias cuando también se destinan a familias muy acomodadas.
Hay que redistribuir nuestros ingresos para paliar en mayor medida la situación de indigencia en la que viven muchos melillenses. Fomentar el empleo, con políticas propias que vayan más allá de las exclusivas y concretas iniciativas de un Estado que se limita a unos Planes de Empleo periódicos y escasos, constituye otra obligación impostergable para los actuales gobernantes de nuestra Ciudad Autónoma.
Como dice en su mensaje para un día tan señalado como el de hoy el secretario general de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, “escuchemos a los pobres y procuremos ampliar las oportunidades de empleo y las condiciones de trabajo seguras en todas partes”.

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