El caso de la niña melillense de 15 años, vecina de Reina Regente, que ha abandonado sus estudios en el IES Rusadir porque no admite acudir al Instituto sin el ‘burka’, nos ha sorprendido a todos, puesto que es el primero que trasciende a la Prensa aunque no parece ser el único en nuestra ciudad. Según publicaba ‘El País’, que el pasado domingo editó un extenso reportaje al respecto, al parecer otras adolescentes, menores de edad también pero con algo más de 16 años, han abandonado igualmente sus estudios por no doblegarse a acudir a los centros de enseñanza sin el burka o el niqab. Ambas prendas no son iguales pero sí similares. Cubren por completo a la mujer que las porta, aunque en el caso del niqab, tras una rejilla, al menos es posible entrever los ojos.
Las nuevas tendencias más fundamentalistas en la práctica del Islam están cambiando la fisonomía del paisaje melillense y nos someten a un intenso debate en torno al futuro de esta ciudad.
En nuestra sociedad se respeta la libertad religiosa y se ha cultivado la tolerancia. Sin embargo, es también un fracaso desde nuestra escala de valores occidentales que las mujeres se ‘encierren’ tras un burka o un niqab, en el convencimiento de que así serán más libres o felices.
Para quienes creemos, como decía José Martí, que sólo la cultura nos hará libres, la negación de la formación, del cultivo de la mente, del enriquecimiento personal y espiritual a través del conocimiento, resulta algo tan retrogrado como terrible. Y además supone un hecho especialmente peligroso cuando las ‘víctimas’ de tendencias tan involucionistas, y a mi juicio claramente machistas, son especialmente las mujeres.
Nuestra sociedad, en crisis de valores, no sirve de ejemplo para esas jóvenes que ven en el burka una forma de liberación. Su opción en pro de su propia invisibilidad nos obliga a reflexionar sobre el porqué de una elección tan contraria a la oportunidad de ser cultas e independientes.
Respeto a quienes optan y eligen en virtud de sus creencias religiosas, pero no puedo compartirlo. Las mujeres logramos con el siglo XX subir decisorios peldaños para conseguir una mayor igualdad entre sexos y tenemos, en este nuevo siglo, el reto definitivo para hacer de la igualdad una realidad incontestable.
Siempre me educaron para poder valerme por mi misma, para buscarme el sustento sin necesidad de depender de ningún marido ni de terceras personas. Mis padres no tuvieron otro afán que el de darme formación y seguridad en mi misma para hacerme fuerte en esta vida.
El burka o el niqab anula a las mujeres, no es comparable al hiyab o velo islámico que, en mi opinión, no es paradigma de nada para quienes pensamos que la mujer no debe esconder ninguna parte de su fisonomía en señal de respeto a creencias que abogan por taparnos para evitar provocaciones al sexo masculino o, en su defecto, como sometimiento al mal llamado sexo fuerte. Sin embargo, es una prenda asumible porque no tiene ninguna incidencia en la vida social, lo que, por el contrario, no ocurre con el burka o el niqab, que al esconder a sus portadoras y volverlas invisibles les impone infinitas limitaciones para desenvolverse plenamente en sociedad.
El tema es peliagudo porque enfrentamos la libertad de opción y de religión a ideas cruciales en nuestro ámbito cultural, como es la necesaria igualdad entre sexos.
Como escribía hace unos días en estas mismas páginas nuestra colaboradora Amelia Tortosa, aunque respetemos a las mujeres que libremente optan por ‘encerrarse’ tras un burka, hay que ser del todo intolerantes con aquellos casos que no son fruto de una opción libre sino de una imposición machista y trasgresora incluso de nuestra legalidad vigente.
No olvidemos que nuestra Constitución impide toda clase de discriminación y que someter a cualquier mujer, menor o mayor de edad, a taparse con un burka o un niqab, es una expresión clara de sometimiento y discriminación femenina.
Sé que no resulta nada fácil desentrañar hasta qué extremo actúa libremente quien porta un burka o un niqab, pero de algún modo tendremos que estar ojo avizor para impedir toda clase de intimidación, imposición o amedrentamiento en contra de la libertad femenina. Nuestra sociedad se basa en la igualdad y en el progreso, y taparse de pies a cabeza por el simple hecho de ser mujer no es más que una manifestación retrógrada de una sociedad desigual y degradante en su conjunto, pero en especial para las mujeres.
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