En monopatín, en patinete o en un coche para niños...las técnicas que emplean los porteadores para cruzar la mercancía son cada vez más insólitas. Buscan reducir el esfuerzo físico de su actividad
Faridi se pelea con un trozo de tela rebelde que se niega a servirle como asa para cargar la mercancía de más de 50 kilos que cuelga de su espalda. Ella no se da por vencida, y tras varios minutos de intentos fallidos, consigue su objetivo. Con una sábana y tres trozos de tela ha formado una mochila en cuyo interior guarda numerosos paquetes de galletas y patatas.
Su destino, la frontera de Beni Enzar, parece cerca (unos dos metros), pero la carga que prácticamente equivale a su peso corporal, le impide andar deprisa.
En una mañana, esta joven de 35 años de manos grandes y ojos curiosos, repite el ciclo tantas veces como su condición física le permite. Ella estima que tal vez haya tenido la pelea descrita unas 30 veces en las últimas dos horas. Y es que su mochila improvisada es sólo una de miles de técnicas que los porteadores emplean para transportar mercancía de Melilla a Marruecos o viceversa.
Nadie se sorprende al ver una lavadora encima de una bicicleta, seis paquetes de 10 kilos cada uno sobre un patinete, ocho cartones llenos de alimentos sobre un monopatín u una plataforma con ruedas minúsculas. Los más vanguardistas hacen uso de pequeños vehículos de niños que funcionan con batería.
La necesidad hace la maña. Y las miles de personas que, a diario, se agolpan en la frontera de Beni Enzar muestran que tienen mucha necesidad y mucha maña. “He atado mi carga sobre una plataforma con ruedas para poder arrastrarla y no lastimar mi espalda”, dice Hiatt.
Durante sus declaraciones a El Faro muestra una sonrisa perenne, que únicamente queda deslucida por el pequeño huracán de arrugas que se hacen hueco en su rostro. Cuenta que sólo tiene 58 años, pero que los años de trabajo a la intemperie le han pasado factura. “Todos los días intento buscar una nueva técnica para transportar la mercancía de modo que me resulte menos costoso”, explica. “Esta forma de ganarme la vida me está apagando”, añade.
“Pequeños ingenieros”
“Nos estamos convirtiendo en pequeños ingenieros”, interviene Sahid, de 20 años. “Una tira de tela, una bufanda o hasta los cordones de una zapatillas nos sirven para colgarnos los paquetes a la espalda”, señala. El ingenio va más allá. Explica que su madre le cosió un chaleco del que colgaban varios sacos en los que introducía la mercancía que no venía empaquetada.
Pese a su corta edad tiene la cabeza bien amueblada. Sahid quiere ser comerciante y en ello está. Hace dos años comenzó recorrer el camino para este sueño. En su primer intento, este joven siguió los pasos de sus hermanos mayores y muchos de los adolescentes en su comunidad.
Escapó de su casa en un camión que le llevó hasta Nador, donde tenía la firme convicción de poder trabajar y ahorrar para costearse unos estudios. Tras dormir varios días en la calle, abrumado entre tanta basura, ruidos y personas discutiendo a su alrededor, un hombre le comentó que en la frontera había una forma “fácil” de ganar dinero. “Fácil es, pero nadie puede imaginar el esfuerzo que hay detrás de este trabajo”, relata. “Hay que hacer sobre todo un esfuerzo físico, pero se gana”, dice. “Se gana para vivir”, aclara.
Daños físicos
Las marcas que el peso de la mercancía deja en el cuello y espalda de Faridi muestran que evidentemente se trata de un trabajo de duras condiciones físicas. “Tengo muchos arañazos por todo el cuerpo, ya que las asas que cuelgan a mi espalda se acaban clavando en la piel”, explica. “Cuanto más pese, mejor porque más dinero podrás hacer”, asevera.
Cuenta que ha podido cruzar hasta cinco veces la frontera para reunir al final de la jornada no más de 30 euros. Acto seguido dice con las lágrimas amenazando con salir de sus pupilas : “Tengo una hija de dos años a la que alimentar”. Se detiene y permanece en silencio. Cualquier otra explicación sobra.