Los mercados de nuestra ciudad se enfrentan a una situación imposible, acosados por todas partes y con la única expectativa de sobrevivir. Su existencia es una crónica de agonía y sufrimiento. En otro tiempo, como en todas las ciudades importantes de nuestro país, los mercados de abastos eran centros de reunión, de encuentro y de compra diaria. El estilo de vida de hace unas décadas permitía unos hábitos que hoy son casi imposibles. En el caso de las mujeres, entonces recluidas en las labores del hogar, su horario permite acudir cada mañana a los puestos de venta para adquirir los productos necesarios casi en cada momento. Hoy, en cambio, con la incorporación de la mujer al mundo laboral, las obligaciones diarias hacen imposibles esos desplazamientos en horarios ocupados por las responsabilidades en el puesto de trabajo. Actualmente, la opción más viable en Melilla son las tiendas de barrio o la adquisición (siempre con riesgo para la salud) de productos a los vendedores ambulantes ilegales.
Ante esta situación, agudizada por la crisis económica que no acabamos de sacudirnos, los mercados de abastos se enfrentan a la necesidad de reinventarse si quieren sobrevivir como tales. No es suficiente con un cambio de horario, porque las tiendas de barrio de nuestra ciudad están casi permanentemente abiertas y ofrecen una amplia variedad de productos. Tampoco es posible competir en calidad, porque los productos que ofrecen ambos establecimientos están obligados a cumplir con las mismas garantías. La única solución, como siempre que hay que rivalizar en una situación de libre competencia, es ofrecer más por menos precio, complementar la oferta con añadidos que la revaloricen y, sobre todo, innovar. La paradoja es que estos mercados deben modernizarse sin renegar de su pasado.
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