El acto de constitución de la nueva Asamblea de Melilla representa el inicio de la normalización de nuestra vida política y de nuestra principal institución pública. Las elecciones han resultado demasiado largas y en gran medida costosas para una ciudad que está sacudiéndose con esfuerzo de la resaca electoral. Es tiempo ya de iniciar una nueva etapa en todos los sentidos, donde la política no esté reñida con el respeto entre los distintos cargos públicos.
La crítica pierde fuerza cuando peca de malas formas y las relaciones personales se enconan malamente cuando las acusaciones transgreden la línea de lo admisible para entrar en el terreno de la especulación injuriosa o calumniosa.
Nuestra clase política en general debe dar chance a sus oponentes. El Gobierno, por su mayor responsabilidad, está llamado a hacerlo en mayor medida. Su mayoría absoluta no es un cheque en blanco ni pude ser un rodillo contra una oposición más dividida en esta nueva Asamblea pero no por ello menos representativa de un amplio número de melillenses que optaron por otorgarle su voto.
Las nuevas formas deben imponerse de una vez hasta dar paso a una nueva etapa política. La regeneración no pasa sólo por cambiar a las personas, exige sobre todo convicción, generosidad y comprensión por todas las partes. Melilla requiere de este ejercicio común que esperemos sean capaces de llevar a cabo todos los grupos políticos en coherencia con su compromiso coincidente de intentar mejorar la vida de los melillenses.