La mezquita blanca de La Cañada vuelve a verse envuelta en una operación policial antiyihadista y por el despliegue de equipos de Europol, Policía Nacional y CNI, los ciudadanos podemos hacernos una idea más o menos clara de la envergadura de esta investigación, que comenzó en 2020 aunque Marruecos la relaciona con otra actuación que se saldó con arrestos en las afueras de Madrid y en la zona de Nador, en diciembre de 2019.
Es preocupante que una mezquita que en 2014 estuvo considerada como punto de reunión de radicales, en 2022 vuelva a ser noticia por lo mismo. Sólo que en esta ocasión, parece ser peor aún ya que uno de los imanes ha sido detenido por ser considerado el supuesto cabecilla de una red que distribuía propaganda a favor del Daesh a través de internet y las redes sociales.
La Policía cree que también distribuían su material y se reunían en persona. La red a la que supuestamente pertenecía el imán llegó a adoctrinar a menores de edad.
Es sorprendente, además, que haya mujeres detenidas en la operación de Melilla y que todos los arrestados tengan en torno a 30 años. Son jóvenes y han sido investigados por su labor propagandística o incluso por autoadoctrinamiento y pertenencia a un grupo terrorista.
Es terrible que manejaran incluso, manuales de explosivos, tal y como recoge el auto judicial. Eso explica, en gran medida, la gravedad del asunto.
Melilla necesita plantearse en serio cómo evitar la radicalización de algunos de nuestros jóvenes. No sabemos si la mejor opción es plantearse alternativas para solucionar el problema del paro endémico que sufre nuestra ciudad o trabajar a fondo en crear opciones de ocio saludable. Hay que acabar con la espiral de pobreza que deriva en ocasiones en radicalismos y extremismos o en entradas y salidas constantes de la cárcel.
Estamos en un punto de difícil ubicación en el planeta y garantizar la seguridad requiere hacer una labor preventiva seria y constante. Por eso es preocupante que esta red desarticulada con la operación Talikodos haya empezado a ser investigada en 2020 y no se haya desarticulado hasta dos años después.
No sabemos a cuántas personas pueden haber adoctrinado los detenidos en caso de que lo hayan hecho ni en cuántas conciencias han sembrado la semilla del odio y del extremismo. Y eso es aterrador.
Como también lo es la magnitud de la operación, nuevamente con ramificaciones en Nador y en la península, además de en Melilla.
Y mientras todo eso sucede, seguimos deshojando la margarita del Plan Estratégico de Melilla, sin que tengamos noticias de una sola inversión en camino. Por eso nos preocupa.
Melilla tiene que emplearse a fondo en educación en la diversidad; en programas de inclusión y formativos; pero debe pensar también en reinserción laboral y sobre todo, social, ya que dos de los detenidos habían sido condenados anteriormente por terrorismo. La reincidencia es un fracaso de nuestro sistema penitenciario y, además, es peligrosísima.
La ignorancia se combate con inversiones en Educación que ayuden a desarrollar una ciudad que se ha quedado anclada en los años 90. Melilla necesita despertar, avanzar y resurgir de sus cenizas. Pero no puede hacerlo sola. Necesita ayuda.
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