La máquina Enigma, es una máquina de cifrado y descifrado, con una tecnología muy avanzada para su época, se utilizó durante la II Guerra Mundial. Actualmente, se expone de forma temporal en el Museo de Arqueología e Historia de Melilla, cedida por el Museo Histórico Militar de la ciudad, con el fin de divulgar y dar a conocer hechos históricos relacionado con Melilla y la Milicia.
Parte de la historia de la Enigma
Mayo de 1941, Fritz-Julius Lemp, Comandante del submarino alemán U-110, se encuentra nadando en las gélidas aguas de Groenlandia intentando, como el resto de su tripulación, llegar hasta los buques enemigos antes de ser víctimas de la hipotermia. Tras hundir dos buques de escolta de un convoy, el HMS Bengore Head y el HMS Esmond, las cargas de profundidad de la corbeta HMS Aubretia le dañan seriamente soplando los tanques para emerger.
Al salir a superficie es cañoneado por tres buques de escolta y decide poner cargas explosivas temporizadas en el submarino para que se hunda de popa, ordenando abandonarlo. Pero al mirar para atrás ve que el submarino permanece a flote y deshace su camino nadando otra vez hacia su buque. Una dotación de presa del HMS Aubretia ha desactivado las cargas apoderándose de la máquina enigma de dotación y lo más importante: el cuaderno de claves de la misma. El capitán desapareció en el mar.
Los británicos estaban de suerte. La información se llevó inmediatamente a un barracón ubicado en la mansión de Bletchley Park, edificio victoriano, ochenta kilómetros al sur de Londres. En dichas instalaciones se encontraban ubicadas las llamadas bombas. Enormes máquinas ideadas como réplicas de enigma con la misión de descifrar los códigos con la que los alemanes encriptaban todos sus mensajes.
En ese momento disponían de unas seis bombas en Bletchley y otras veinticuatro en las proximidades. Todas ellas mejoradas de la que en origen fabricaron los matemáticos polacos Rejewski, Rozycki y Zygalski, y que la inteligencia polaca transfirió instruyendo en su manejo a la inteligencia francesa y británica en los momentos previos a la invasión nazi de Polonia.
Saltándose la cadena de mando, el equipo inglés dirigido entre otros por Alan Turing, Gordon Welchman y un montón de matemáticos, criptógrafos, jugadores de bridge y de ajedrez y hasta fanáticos de los crucigramas, envió una carta directamente al Primer Ministro Winston Churchill. La epístola surgió efecto y en 1943 ya se contaban con ochenta y siete bombas.
El alto número de bombas se debía en gran parte a que el Alto Mando alemán ordenó que se añadiera un cuarto rotor a las máquinas en servicio.
La instalación del cuarto rotor produjo un apagón informativo pero lo que no pudo la máquina lo dedujo la inteligencia humana. Con mucha atención encontraron las claves para descifrar los mensajes. Por ejemplo estudiando los mensajes meteorológicos alemanes extrajeron muchas palabras clave, o sabiendo que todos los mensajes alemanes terminaban con las palabras “Heil Hitler”.
El impacto en la guerra fue tremendo, en 1943 los decodificadores descifraban hasta ochenta y cuatro mil mensajes al mes. En muchos casos para no alertar a los alemanes del descubrimiento de sus claves era necesario sacrificar elementos propios omitiendo pasarles la información.
Aun así el éxito fue indiscutible, se pudieron conocer los planes de Rommel en el desierto norteafricano, el seguimiento del acorazado alemán Bismark o evaluar las defensas enemigas antes del día D de desembarco en Normandía. No cabe duda de que esta hazaña acortó la guerra en uno o dos años.
Esta máquina enigma se encuentra en la actualidad expuesta como fondo del mes en el Museo Municipal y posteriormente podrán verla en el Museo Militar del Baluarte de la Concepción pudiendo observar videos sobre su funcionamiento.
La primera vez que la vi en el museo militar en 2010, estaba escondida en una esquina, pasando sin pena ni gloria, pues entonces no era famosa. Una vez salió la película, la pusieron en el centro del museo en un altar con un montón de explicaciones y referencias a la película.