Melilla vuelve a estar en el ojo del huracán, ahora por el escándalo del amaño de partidos de fútbol que tendría en el centro de la trama a Felipe Heredia, ex directivo del Huracán Melilla, que también fue arrestado hace menos de quince días en la operación policial contra una supuesta trama de compra de votos por correo durante las pasadas elecciones autonómicas.
En el último año, la imagen de Melilla ha sufrido un desgaste terrible. Primero con la tragedia de Barrio Chino; después con el escándalo del voto por correo y ahora con el amaño de partidos de fútbol con la intención de ganar dinero en las apuestas online.
Ninguna otra ciudad ha sufrido un desgaste tan fuerte como la nuestra. Y ese desgaste moral se suma al rumbo tambaleante de nuestra economía, con una Administración paralizada no sólo por el proceso electoral sino también por los recursos interpuestos por Coalición por Melilla con el ánimo de invalidar los comicios por presuntas irregularidades en el voto por correo, en el color de los sobres o en el horario del cierre de las mesas electorales.
A eso tenemos que sumarle el hecho de que la aduana sigue sin abrir y de que Marruecos insiste en su propaganda anexionista, reclamando nuestro territorio como propio, cumpliendo de esta forma con la promesa que hizo el anterior primer ministro marroquí cuando dijo en una entrevista que después del Sáhara irían a por Melilla y Ceuta. Pues bien, ya tienen el reconocimiento de Pedro Sánchez a la autonomía marroquí sobre el Sahara y ahora aspiran a lanzarse a por las ciudades autónomas.
En ese contexto, la degradación de la imagen de Melilla juega un papel importante en el conflicto que libramos con nuestros vecinos. Queriéndolo o no, lanzamos al resto de España un mensaje que da a entender que ésta es una ciudad sin ley en la que vale todo. Por tanto, la cesión de nuestro territorio a quien pretende hacerse con nuestra soberanía, podría hasta ser visto como un alivio no sólo para las arcas españolas sino para una opinión pública cansada de los escándalos y desmanes de Melilla.
Hay que poner orden en la ciudad. El Gobierno debe hacer su trabajo. La Policía el suyo y los ciudadanos, el nuestro. Y no es ni más ni menos que cumplir con nuestros deberes; defender la legalidad y la democracia en una tierra que es frontera con territorios que no conocen, ni de lejos, lo que es un Estado de derecho.
Esta labor de limpieza de la imagen de Melilla no la podemos hacer de un día para otro, pero sí podemos colaborar con quienes la hacen. No podemos consentir ni tolerar el delito ni a los delincuentes. Hay que apartar a todo aquel que pretenda trampear las reglas del juego democrático. Tienen que entender que no tienen nada que hacer aquí ni con nosotros.
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