Los antecedentes de las Hijas de la Caridad en el Marruecos español se remontan al 15 de enero de 1917, cuando se organizaron cinco equipos quirúrgicos: dos de ellos con destino a la zona de Melilla, y los tres restantes, a Ceuta, Tetuán y Larache, respectivamente.
La plantilla de cada equipo la constituían un jefe, que será médico de categoría de comandante o capitán; un ayudante de manos, capitán o teniente, pero siempre más moderno que el jefe; un practicante militar; un sanitario y dos Hermanas de la Caridad.
Para el 31 de agosto de 1921, el Rey disponía que con toda urgencia se implantase el servicio de asistencia de la Hijas de la Caridad de la Congregación Española de San Vicente de Paul en los Hospitales militares establecidos en las tres Comandancias generales de África.
La decisión del monarca fue tomada ante la imposibilidad de fijar el personal que debía ser afecto a los distintos establecimientos porque variaban según lo exigieran las operaciones militares de cada Comandancia y esto dificultaba el establecimiento de convenios, que señala la real orden del 12 de enero de 1898.
Puntualmente, la disposición del Rey concedía (sin perjuicio de que en su día se celebraran los mencionados convenios y cuando las circunstancias lo permitieran) derecho a ración de oficial a las Hijas de la Caridad y Padres Paules, que prestaban servicio en los hospitales de África y en los otros que por motivo de la campaña se establecieran, para evacuación de enfermos y heridos. Además, aclaraba que los gastos que esos servicios originaran, serían compensados con la disminución del personal subalterno sanitario y administrativo.
Así, el 3 de septiembre de 1921 se abre en Melilla un curso para damas enfermeras de la Cruz Roja y, tres días después, llegan a la ciudad 25 religiosas de San Vicente de Paul para prestar sus humanitarios servicios en los hospitales militares. Estas últimas fueron recibidas en el muelle por el teniente de Sanidad González Miranda, en nombre del subinspector de Sanidad, y trasladadas al hospital Docker en varios carruajes.
Ya para el 19 de diciembre de ese año se mandaba a establecer el servicio de Hijas de la Caridad en todos los hospitales militares de la península, Baleares y Canarias, y a que las Capitanías generales se ajustaran para llevar a cabo los convenios. Como consecuencia, se aprobó la Instrucción para el régimen y servicio de las Hijas de la Caridad en los mencionados hospitales.
El servicio humanitario que prestarían sería, en concepto, el de auxiliares de los Cuerpos de Sanidad Militar y de Intendencia. Asimismo, el personal de Hijas de la Caridad afecto a cada hospital constaría de una superiora y de un número de religiosas acorde a la necesidad del servicio.
Las Hijas de la Caridad reconocían como jefe al director del hospital y, en vacante, ausencia o enfermedad, al jefe del Cuerpo de Sanidad Militar. De esta manera, no dependían de los empleados subalternos del hospital; y cada trabajador, así como los enfermos, debía tratarlas con el respeto y la consideración que se merecían por su sexo y por el servicio caritativo que brindaban.
Por otro lado, la superiora estaba autorizada a reprender o reconvenir a todos los empleados subalternos del hospital, por sus acciones o palabras, o por no cumplir bien sus obligaciones.
En tanto, las religiosas se encargaban de inspeccionar o dirigir el arreglo y la limpieza de las salas y demás dependencias del hospital, que debían realizar los respectivos sirvientes, sin excusa a lo que ellas dispusieran. También sin intervención de los empleados, gobernaban por sí mismas la cocina y demás dependencias particulares de la comunidad; y verificaban el reparto de las comidas.
De hecho, al frente de cada una de las cinco dependencias administrativas de despensa, cocina, lavadero, almacén de ropas y almacén de efectos, se ubicaba una Hija de la Caridad como delegada del oficial administrador, único director responsable de los valores del Estado.
Al mismo tiempo, las Hijas tenían que entregar al director del establecimiento todas las limosnas que recibieran para el hospital o para algún enfermo en particular; y encargarse de todo lo perteneciente al oratorio y su sacristía particular, y del cuidado de lo referente a la iglesia y su sacristía, si ésta fuese pública. El jefe del hospital orientaba que se diera una misa diaria en la capilla, a la hora que considerara más apropiada.
Mientras, los gastos de las Hijas de la Caridad de primera fundación serían costeados por el hospital. Para el equipo de cada una de estas Hijas y de las que en lo sucesivo se aumentaran en cada hospital, éste abonaría al Real Noviciado 125 pesetas.
Para la alimentación de las religiosas se proveía a la superiora de los víveres del almacén o despensa, según lo que necesitaran; y, para el vestido y el calzado y demás gastos particulares, se le entregaban 25 pesetas mensuales por cada Hija, de cuya inversión debía dar cuenta solo al director.
A la vez, el hospital costeaba el lavado y el planchado de ropas, el alumbrado y el carbón para las Hijas, así como delantales, fueran blancos o azules, para el servicio. Toda ropa, mobiliario y efectos que se adquirieran para uso de ellas formaría parte del material del hospital.
Si alguna Hija se inutilizaba en el servicio del hospital, tenía los mismos devengos en metálico y especie que las que lo prestaban. Para reconocer este derecho, era preciso un certificado facultativo del reconocimiento, autorizado por dos oficiales médicos de Sanidad Militar y visado por el director del hospital.
El hospital costeaba igualmente el importe de las sepulturas y todos los gastos que originara el entierro de las Hijas que falleciesen en el mismo, en el que se celebraba el oficio de sepultura, con su misa cantada y otras dos rezadas en sufragio del alma de la difunta.
Del mismo modo, en cada hospital había una habitación decente para las Hijas, separada del resto del edificio y con puertas cuyas llaves estaban a disposición sólo de la superiora. Sin su permiso, nadie podía entrar en la habitación, que contaba con lo necesario para su reposo, aseo, rezos y recogimiento.
La superiora era la encargada también de distribuir el servicio que las Hijas prestarían en el hospital, y de recibir de los jefes facultativos y administrativos las órdenes que tuviera que comunicar, por escrito o de palabra.
Entre los servicios de las Hijas, estaba el de velar a los enfermos durante la noche y, las encargadas de las clínicas, tenían libros para registrar lo relacionado con los alimentos y la curación de los enfermos, al igual que sus entradas, salidas y fallecimientos. No brindaban servicio a los enfermos de la clínica de venéreo, por prohibirlo sus reglas, pero velaban por que los sirvientes cumplieran con sus deberes allí.
El plan de alimentación para las Hijas al servicio de los hospitales militares incluía para el desayuno 10 gramos de café tostado, 30 de azúcar, 125 de pan y 10 de manteca, así como 200 mililitros de leche.
Para la comida, recibían 25 gramos de pasta para sopa, 50 de garbanzos, 100 de verdura, 100 carne de vaca sin hueso, 90 de hueso, 40 de tocino, 50 de aceite, 200 de patatas y 250 de pan. A eso se sumaban 100 mililitros de vino y un principio variado, a elección de la superiora, de los designados en el plan de alimentación de hospitales.
Los postres comprendían 50 gramos de dulce, o 200 de fruta, o 40 de queso; y para la cena, había un plato de sopa o legumbres; un principio, como en la comida; pan, vino y postre, en igual cantidad que la determinada anteriormente.
El 22 de junio de 1922 se estableció que los hospitales militares nuevos o reformados de los que ya existían, se ajustaran en lo posible al número de religiosas (además de la superiora), independientemente a lo preceptuado en la orden de 15 de octubre de 1900.
Los locales se distribuirían entonces en dormitorio general para todas las religiosas (incluso la superiora), con disposiciones que permitieran la separación de los espacios correspondientes a cada una por medio de cortinas; cuarto de aseo y baño; retrete; local para la superiora (Administración); sala de visitas; sala de costura o local de reposo; comedor; cocina, despensa, lavadero y secadero; enfermería y local para los rezos o comunicación directa con la capilla o con una tribuna de la misma.
El 14 de junio de 1923 se publicó la relación de las Hijas de la Caridad que habían terminado con aprovechamiento en el primer grupo de hospitales de Melilla donde tenían destino:
Sor Luisa García Martínez
Sor Carmen Culí Sanglas
Sor Liduvina Conde González
Sor Concepción Rosado García de la Vega
Sor Josefa Martínez de la Pera
Sor Eulalia Chicot Badiola
Sor Rosa Villaleva Morena
Sor Ricarda Erice Arraiza
Sor Gabriela Martínez de la Fuente
Sor Milagros Moltó Pérez
Sor Unsula Zabalegui Enaso
Sor Francisca Santisteban Iturmendi
Sor María Pesquera Fernández
Sor Inocencia García Iglesias
Sor Asunción Novoa Sas
Sor Desideria Pindado López
Sor Consuelo González Ganzabal
Sor Joaquina Otegui Otegui
Sor Maurina Burgos Cuadrado
Sor Arcadia Bragarlo Temprano
Sor Pilar Aguirrebalzategui Azcarneta
Sor Manuela Calvo de la Fuente
Sor María Santos Zapatero Sáinz
Sor Josefa Soret Arza
Sor Petra González Tovar
Sor Josefa Romero Velis
Sor Guadalupe Muñoz Delgado
Sor Luisa Graiño Cranvent
Sor Iluminada Zoco Leoz
Sor Ramona Badía Cortit
Sor Fructuosa Ipiña Laburu
Dos días antes se había dado a conocer la lista de las Hijas de la Caridad que habían terminado con aprovechamiento, en el hospital Docker perteneciente al segundo Grupo de hospitales de Melilla, el curso de Enfermería:
Sor Justa Lostán y Páramo
Sor María Rodríguez Teledua
Sor Rosa Pérez García
Sor Emilia Alfaro Segura
Sor Josefa Otaegui Aramendi
Sor Ana Antón Ruiz
Sor Amparo Álvarez Mauleón
Sor María López López
Sor Cesárea Huarte Esaín
Sor Pilar Rivero Herrera
Sor María Saladríguez Oller
Sor Manuela Labrador Vázquez
Sor Vicenta Azalza Urra
Sor Julia Hernández Hierro
Sor Celestina Piña Calvo
Sor Teresa Sierra Calle
Sor Urbana Lezana Irigaray
Sor Máxima Ribero Montalvo
Sor Eulogia Vicente Martín
Sor Tomasa Araumendi Imar
Sor María Luengo Varca
Sor Josefa Chopitea Suinaga
Sor Ana Rodríguez Jiménez
Sor Hipólita Boitia Arriar
Sor Guadalupe Domingo García
Sor Silveria Bustince Marín
Sor Juliana Cuesta González
Sor Vicenta Leceta Uriarte
Sor Celsa Roldán Cortés
Sor Carmen Espinas Magariña
Sor Carmen Payá Abad
El 8 de agosto de 1923 se puso oficialmente a cargo de las capillas de los hospitales militares a las Hijas de la Caridad, así como de todo su material. La superiora percibiría 15 pesetas mensuales para funciones religiosas y entretenimiento del material.
La Superiora de cada hospital recibiría del capellán, mediante inventario formulado por el administrador, todo el material de capillas y oratorios públicos o semipúblicos. Del inventario se entregarían dos ejemplares al capellán, uno de ellos para el Vicariato general castrense.
El 26 de septiembre de 1926 las 14 Hijas de la Caridad terminaron con aprovechamiento, en el segundo grupo de Hospitales de Melilla:
Sor Margarita Canto Castellanos
Sor Florencia Casanova El Busto
Sor Luisa Ruiz de Gama Balardi
Sor Antonia López Ruiz
Sor Teresa Hons Dadia
Sor Jerónima Arroyo Delgado
Sor Antonia Abadin Abadin
Sor María Alonso Abad
Sor Valentina Trigueros Fernández
Sor Amalia García Verdugo
Sor Joaquina Blázquez Durán
Sor Rufina Romero
Sor Concepción Prieto Pérez
Sor Pilar González Molina
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