Va a costar trabajo, pero la Guardia Civil desaparecerá. El primer cuerpo de seguridad pública de ámbito nacional fundado en 1844 por Francisco Javier Girón y Ezpeleta, II Duque de Ahumada, dejará de existir en la forma que fue ideado en el siglo XIX. Muchos de sus principios, como la moral, la dignidad y el sentido del honor, permanecen inmutables en sus miembros. Forman la estructura que ha permitido que la Benemérita perdure a lo largo de los años y la mayoría de los agentes los llevan incorporados incluso antes de presentar la solicitud de ingreso en la Guardia Civil.
Sin embargo, en otros aspectos el Instituto Armado arroja un irritante olor a naftalina. Hay procedimientos, formas de actuar, decisiones... que si alguna vez tuvieron su razón de ser, en la actualidad no hay ninguna justificación para conservarlas, entre otros motivos porque están en el límite de la Constitución y muchas de ellas quedan al margen de la legislación por la que nos regimos el común de los ciudadanos españoles. Nadie con dos dedos de frente piensa que los guardias civiles sean personas extrañas que necesiten reglamentos especiales. Todos los agentes que actualmente forman parte la Benemérita han nacido en el siglo XX y en unos años se incorporarán los primeros nacidos en el siglo XXI. Sorprende que los ciudadanos que hoy son guardias civiles y los que lo serán mañana tengan que regirse por unos procedimientos conservados con naftalina que emanan de un ‘ayer’ que se remonta al año 1844.
Este sinsentido conduce a contradicciones como las vividas en las últimas semanas en Melilla. Por un lado la Comandancia sanciona a un agente por pedir la sustitución de una silla que suponía un riesgo laboral y por otro los mandos anuncian unos días más tarde la puesta en marcha de una Oficina de Riesgos Laborales para “promover la seguridad y la salud en el trabajo del personal de la Guardia Civil”.
La Guardia Civil, como hoy la conocemos, desaparecerá porque por fin habrá evolucionado o porque no habrá ciudadanos con sentido común que acepten que su vida laboral esté regida por normas y procedimientos del siglo XIX sin posibilidad de reinterpretarlos y adoptarlos a la realidad del siglo XXI. Sin duda, el propio Duque de Ahumada, quien supo diseñar un cuerpo de seguridad que se adaptara a las necesidades de su época, estaría dispuesto hoy a realizar esos tachones, esas correcciones y esos añadidos en su legado que reclaman los guardias civiles a los mandos.