La espita del Día de Melilla

El Gobierno local ha empezado a exhibir sus disensiones semana y media después del nombramiento de sus consejeros y viceconsejeros. Así, a escasos días de que su vicepresidenta primera, Gloria Rojas, asegurara que ya no cabe hablar de tres partidos sino de un solo Ejecutivo, las distintas sensibilidades del tripartito han aflorado a la primera de cambio con un tema tan sensible como el 17 de septiembre o Día de Melilla.

Mientras la consejera por CpM, Dunia Almansouri, comentaba públicamente que la efemérides se sometería a revisión de cara a años venideros, la vicepresidenta y portavoz Gloria Rojas se apresuraba a desautorizarla y el Presidente De Castro zanjaba el asunto asegurando que el Día de Melilla es incuestionable e inamovible.

Con independencia de lo que suceda finalmente –no este año, para cuando no se prevén cambios de ningún tipo, sino de cara a anualidades venideras- la polémica abierta no ha hecho más que reflejar las distintas sensibilidades de un Gobierno asentado en un tripartito que ideológicamente tiene hondas diferencias en asuntos de tanta relevancia como el simbolismo común que da cuerpo a las señas de identidad de nuestra ciudad.

Es verdad que el 17 de septiembre es, relativamente, una fiesta de nuevo cuño, que comenzó a festejarse a instancias del ya extinto Partido Nacionalista de Melilla de Amalio Jiménez y que se instituyó inicialmente con Ignacio Velázquez, para acabar solemnizándose como el día de la ciudad y de festejo de sus orígenes españoles durante la larga etapa de Presidencia de Juan José Imbroda.

El propio Aberchán, durante su corto mandato al frente de la Ciudad en el año 1999, mantuvo la fiesta aunque optó por desvincularla de Pedro de Estopiñán, suprimiendo la tradicional ofrenda floral al pie de su monumento en Melilla la Vieja.

CpM, contraria al relato histórico que certifica una ocupación incruenta de la ciudad por parte de las tropas españolas que arribaron a nuestras costas hace más de cinco siglos, no solo ha puesto siempre en tela de juicio la versión sostenida en libros como “Los Alguaciles de Melilla” sino que ha defendido que la españolidad de nuestra tierra se remonta a pocos más de 160 años, situándola prácticamente en la firma del Tratado de Wad-Ras que, entre otros aspectos, estableció los límites de Melilla a partir de los disparos de cañón de ‘El Caminante’.

Aberchán, en aquel año de 1999 en que ejercía como Presidente, no sólo suprimió la ofrenda floral a Pedro de Estopiñán, al que en más de una ocasión ha calificado de “pirata”, sino que construyó un discurso ajeno a la carga nacionalista del día, poniendo el acento en la diversidad de la sociedad melillense y el esfuerzo por avanzar en el clima de convivencia entre comunidades de distintos orígenes culturales y diferentes sensibilidades religiosas.

Su opción de entonces, sin ser contradictoria con la propia esencia de la efemérides, ya demostró la apuesta por una concepción del Día de Melilla que evitara cualquier connotación triunfalista o conmemorativa de antiguas gestas bélicas que, no obstante, poco o nada tienen ya de protagonismo en la misma celebración.

El Día de Melilla, desde hace décadas, no es sólo un día de reafirmación de nuestros orígenes y nuestra realidad y vocación como ciudad española, sino también una oportunidad para encarar un futuro que no sólo pasa por nuestra diversidad y riqueza multicultural, sino por la necesidad de seguir avanzando en nuestros particulares rasgos hasta conseguir la ansiada y necesaria interculturalidad.

Plantear, como pretende CpM, un debate sobre el inicio del origen español de Melilla o los años de españolidad que debemos atribuir a nuestra tierra, además de ser un error supone abrir una espita innecesaria en el curso de un debate público que no promete nada edificante.

Dunia Almansouri, que habló como miembro del Gobierno en sus polémicas declaraciones, exponiendo el sentir de su partido y anunciando que de cara a años venideros deberá plantearse qué hacer con el 17 de septiembre, no hizo más que reflejar la disparidad de un tripartito que a la ardua tarea de gestionar los intereses de Melilla debe sumar la de buscar un clima de entendimiento entre las distintas siglas que sostienen el Gobierno De Castro.

Un clima que, se quiera o no, se someterá a prueba el próximo Día de Melilla, cuando CpM se vea en la tesitura de acudir o, por el contrario, dar la espalda una vez más a una celebración oficial que, en su siguiente convocatoria, estará liderada por el mismo Gobierno que precisamente ha sido y es posible gracias a la mayoría de votos que aportan los cepemistas.

Este año, no acudir al Día de Melilla siendo la formación que más peso tiene en el Ejecutivo de la ciudad, no va a ser una opción fácil ni comprensible en la que CpM pueda situarse con la misma comodidad que podía hacerlo desde su antiguo papel de partido en la oposición.

En cualquier comunidad, la simbología identitaria es de extrema importancia como seña común sobre la que edificar el sentimiento de grupo. En el caso del tripartito, constituye además una asignatura pendiente que deberán saber trabajar tanto por el bien del propio Gobierno De Castro y su necesaria imagen de unidad, como por el bien general de Melilla.

Discutir se podrán discutir multitud de aspectos, pero lo que no es negociable ni discutible es nuestro origen como ciudad española o la propia historia de nuestra españolidad.

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