DE acuerdo con la definición del diccionario de la Real Academia Española, entendemos por deconstrucción el desmontaje de un concepto o de una construcción intelectual por medio de su análisis. Cuando acudimos a la definición del verbo del cual procede el término deconstrucción, es decir el verbo deconstruir, se define como deshacer analíticamente algo para darle una nueva estructura.
Aplicado a la cocina, es una nueva tendencia nacida en España y llevada a cabo en las cocinas nacionales e internacionales. Hace referencia a la descomposición de los sabores integrando nuevas texturas a los platos y siempre teniendo en cuenta el respeto a los ingredientes y su armonía.
En lo que a la cocina se refiere, no tengo otra alternativa que aceptar que sobre gustos no hay nada escrito y que aunque hay quien percibe que una tortilla deconstruida, esto es un plato preparado poniendo en una copa de coctel confitura de cebolla, crema de huevo y una espuma de patatas, sabe realmente a tortilla española, a mí me cuesta reconocer el sabor. Puede ser que no sea capaz de disociar el sentido del gusto y del olfato del de la vista, pero debe ser problema mío, no sé.
Cuando trasladamos este concepto a lo social y a lo político, constato con preocupación cómo surgen por doquier iniciativas y plataformas que promueven la desarticulación de España, tal como la conocemos, para acometer la aventura de deconstruirla y “a ver qué pasa”.
España, la gran nación de la que todos formamos parte como ciudadanos, es fruto de un proceso histórico de aproximación continuada de reinos, territorios, culturas y gentes diversas que mediante el nada desdeñable esfuerzo de buscar, encontrar y enfatizar los puntos de encuentro que a todos nos unen, hemos sido capaces de recorrer el camino de nuestra historia de una manera admirable y admirada por todos aquéllos que se aproximan a su estudio de manera honesta.
Ocurre, no obstante, en el presente de nuestra Patria, entendida como “quehacer común de los españoles de ayer, hoy y mañana, que se afirma en la voluntad manifiesta de todos”, que asistimos al nacimiento de organizaciones de carácter local que optan por erigirse en defensoras, exclusivamente, de lo que definen como su entorno inmediato alegando, en algunos casos con sobradas razones, haber sido históricamente víctimas del abandono del conjunto. Asumiendo, como digo, lo justificado de su sentimiento de abandono, no parece razonable ni conveniente, ni para ellos ni para el conjunto, pretender que su progreso local pueda darse sin el colectivo o a expensas de éste.
En este mundo, cada vez más globalizado y de intereses más entrelazados, en el que las grandes naciones buscan asociarse para apoyarse en el principio de que la unión hace la fuerza, estas organizaciones parecen preferir emprender el sentido inverso y defender el principio de que la desunión hace “su” fuerza. Se denominan a sí mismos como localistas, cuando a la vista de sus planteamientos, el calificativo que cabría aplicarles más adecuadamente sería el de aislacionistas. Por sus posicionamientos parecen querer desentenderse del interés general, creyendo que por esa vía accederán a unas mejores condiciones de vida locales.
Afirman los que defienden estos postulados, además sin empacho alguno, que a los que han practicado esta actitud en el pasado y aún la practican, poniendo como ejemplo a los partidos y movimientos secesionistas que han pretendido, en ocasiones lográndolo, anteponer su interés regional o local al interés colectivo, les ha ido bien y es el modelo que ellos quieren para sí. Poco parece importar si el resultado final de todo ello es la ruptura de la solidaridad entre los diferentes territorios de España y la instalación del sálvese quien pueda.
Para oponerse a esta deriva centrífuga, surgen interpretaciones sobre nuestra realidad que responsabilizan de todos nuestros males a la existencia del Estado de las Autonomías, consagrado por nuestra Constitución, sobre la base de la solidaridad entre todas ellas. En mi opinión, es éste principio de solidaridad, tan constitucional como el de la autonomía, y no el de la mera existencia de las autonomías, el que se ha visto cuestionado por la vía de los hechos y al que hay que volver a encauzar, igualmente, por la vía de los hechos. Toda traición a este principio de solidaridad o deslealtad para con el proyecto colectivo ha de ser atajado mediante los mecanismos legales existentes para ello.
En esta época de pandemia en la que, desgraciadamente vivimos, vamos aprendiendo lenta pero implacablemente, que no existen mecanismos de protección que nos permitan garantizar nuestra seguridad si no garantizamos la de todos para eliminar la posibilidad de contagios. En otras palabras, que el principio de sálvese quien pueda, tarde o temprano, nos lleva a la consecuencia de que no se salve nadie. Es, por el contrario, el principio de solidaridad el que garantizará nuestro futuro, el de todos.
Huyamos por ello, de los cantos de sirena que nos invitan a aislarnos en nuestro pequeño recinto de necesidades y de capacidades y continuemos sumando nuestras fuerzas y nuestras energías al gran proyecto colectivo de la nación española asumiendo el cometido de ser todos y cada uno de nosotros piezas humildes pero imprescindibles de ese gran proyecto. Reforcemos, asimismo, el culto al principio de solidaridad interterritorial.
Descartemos, por tanto, de manera radical, de nuestras perspectivas sociales y políticas los riesgos de creer que la supervivencia y el progreso de las partes es posible sin la supervivencia y el progreso del conjunto, evitando promover, por ello, lo que al final se manifiesta ante nuestros ojos como la España deconstruida.
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