La Asociación Española contra el Cáncer se despide de una de sus fundadoras. Los voluntarios recordarán siempre a esta mujer vital, jovial y llena de optimismo.
Jovial, positiva, luchadora, cariñosa, sensible y solidaria. Era un rayo de luz y esperanza que andaba por los pasillos del Comarcal repartiendo sonrisas y amor. Una persona pequeña, que se engrandecía con sus acciones y que siempre estaba presente cuando se la necesitaba. Y cuando se dice siempre es siempre. Incluso cuando le tocaba hacer un gorrito para una mujer que se quedaba sin cabellos por la quimioterapia y debía levantarse de mala manera de la cama para hacer trabajar un poco más a su castigado corazón. Son pocos los adjetivos positivos que hay en el diccionario para describir a este alma pura que agarraba las manos temblorosas de mujeres que se morían del miedo y las tranquilizaba con las palabras exactas de ánimo y fuerza. Sin ella, no hubieran podido salir adelante muchos melillenses. María no sólo era madre de sus hijos, sino de muchas otras personas enfermas que confiaron en sus sabias palabras y que encontraron en ella el amor incondicional de quien es pura generosidad. María Carvajal se ha ido en silencio, sin sufrir. Dormida es como la veía su hija sentada a su lado en la cama del hospital, en el que ella ha estado durante años de voluntaria. Una muerte dulce para una de las personas más amables y desinteresadas que Melilla tendrá. Una madre que deja huérfana a la Asociación Española contra el Cáncer de Melilla (AECC).
Tres mujeres que habían superado el cáncer y el médico de Medicina Interna, Antonio García Castillo, se juntaron un día para constituir la AECC en Melilla. Una de ellas, Lely Muñoz, que más tarde sería elegida como presidenta de esta entidad, conoció a los voluntarios de Málaga y le pareció buena idea que también Melilla contara con algo así. Pero la que realmente empujó y peleó con todos para que se constituyera fue María Carvajal. Era la mayor del grupo, pero vamos, que eso no se notaba, porque su arrojo y sus ganas de luchar y de sacar adelante este proyectos solidario le quitaban años.
María había superado un cáncer de mama y ella creía firmemente que su experiencia podía servir para que otras mujeres no sintieran miedo y se enfrentaran a esta enfermedad con energía y optimismo.
Sin ella AECC no existiría en Melilla. Sin el amor que ella entregó, muchas mujeres se hubieran sentido solas y desgraciadas. Sin sus esfuerzos, los voluntarios de esta entidad no tendrían el valor de enfrentarse a esta enfermedad cada día.
Su legado es su generosidad. Es un ejemplo, asegura Lely, para todos los que están en el voluntariado. Cuando faltaban las fuerzas era de las que mencionaba una promesa, la de que nunca se iban a rendir, por lo menos, hasta que el cuerpo no pudiera más.
AECC Melilla ya le dedicó un homenaje por sus años de servicio y su solidaridad sin límites y en unos días le darán una misa en su honor. Aunque es pronto aún para ver que se puede hacer en el futuro, quizás esta entidad ponga su nombre a un festival que tienen en mente y que desean emprender para recaudar fondos.
María es insustituible, pero al menos queda la imagen de vitalidad y de optimismo en la retina de los que la conocieron.
Ha sido su delicado corazón el que ha dejado de latir. Claro, tanto querer, tanto querer que al final ha pedido un descanso. Además, quería irse de este mundo sin dolor y así fue. Dormida en la cama, su castigado corazón dejó de emitir latidos. Aunque ella no esté, sus compañeros del voluntariado la mencionarán durante años y todos hablarán de esa María, la voluntaria de AECC que daba vida con sólo entrar por la puerta de la habitación del hospital.
La esperanza de superar al cáncer por todos lados
Lely Muñoz, compañera de María Carvajal en la AECC de Melilla, cuenta cómo le hacía de conducir por calles inhóspitas y barrios donde a muchos melillenses les angustia entrar. Lely cuenta que María hablaba con los niños que estaban en la calles para que les vigilaran el coche y así iban a visitar a enfermos de cáncer a las casas. Ella tenía que compartir su alegría y su esperanza allá donde se la necesitase y le daba igual si el barrio era de ricos, de pobres, de gente humilde o de personas que tenían cuentas que ajustar con la Policía. Ella sólo pensaba en que el enfermo tuviera ánimos y pudiera luchar contra el cáncer.
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