Todos nosotros -o casi todos- aceptamos que la mayoría de los problemas y de los conflictos familiares, políticos, sociales y económicos sólo pueden ser planteados y resueltos a través del diálogo. Damos por supuesto que el diálogo exige que, además de explicar las propias razones, escuchemos, interpretemos y valoremos las propuestas de nuestros interlocutores. Esta consideración nos resulta más clara y más importante si nos referimos al ámbito de las relaciones religiosas y, más concretamente, a las reflexiones sobre las conexiones y las diferencias entre los creyentes judíos y los seguidores de Jesucristo, entre sus respectivas concepciones de la fe en un Dios común que nos ha hablado y que nos orienta y alienta –que nos urge- para que construyamos juntos un mundo nuevo.
En mi opinión, este libro que, titulado Judíos y cristianos, reúne el diálogo de Benedicto XVI con el rabino Arie Folger, nos proporciona una amplia serie de ideas, de principios y de pautas que orientan los pasos convergentes que todos hemos de dar para lograr un acercamiento de posturas enfrentadas que, en muchos casos, están determinadas por prejuicios históricos recíprocos. Como declara Arie Folger en el prólogo, la correspondencia epistolar con el Papa teólogo ha suscitado un inusitado interés en diversas publicaciones teológicas poniendo de manifiesto la necesidad y la urgencia de apoyar un diálogo sincero sobre unas bases teológicas profundas.
Reconociendo las dificultades que supone permanecer fiel a la propia tradición y abrirse al diálogo a través de diferentes reflexiones, ambos interlocutores conciben la esperanza de encontrar unas sendas diáfanas para fundamentar y reforzar teológicamente la recíproca fraternidad, y para crear unos espacios comunes que propicien la reflexión y la convivencia.
A mi juicio, es importante que, por un lado el judaísmo, a pesar de reconocerse como una religión misionera, acepte que la humanidad no debe hacerse necesariamente judía para alcanzar la salvación, y, por otro lado, es orientador y estimulante que Benedicto XVI trace una vía clara para explicar cómo es posible que los cristianos renuncien a una misión dirigida a convertir a los judíos.
Si tenemos en cuenta la doctrina de la declaración Nostra aetate -aquel importante documento de Concilio Vaticano II, que trata sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas- las reflexiones de esta obra orientan los cambios de mentalidad que se han de generar para realizar ese diálogo entre los diferentes creyentes en el Dios de la Revelación. Recordemos que el Documento de la Comisión para las Relaciones Religiosas con el Judaísmo, titulado Los dones y la llamada de Dios son irrevocables, afirma de manera rotunda que “El diálogo con el judaísmo ocupa para los cristianos una posición única; porque el cristianismo, desde sus raíces, está conectado con el judaísmo como con ninguna otra religión”. No perdamos de vista tampoco que, en la actualidad, el pensamiento judío como, por ejemplo, en Rosenzweig, Levinas, Jonas, Cohen y Buber, el camino hacia la presencia de Dios se realiza en el encuentro, en el diálogo con el otro.
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