LA polémica sobre la concertina no deja ver a los inmigrantes. Todo el mundo tiene una opinión sobre su instalación o retirada en la valla fronteriza de Melilla, una ciudad que no todos los que se pronuncian a cerca de este asunto sabrían situar con exactitud en el mapa. En realidad, no necesitan demostrar sus conocimientos geográficos para hablar de este asunto, pero tampoco demuestran mayor interés por continuar hablando de la inmigración más allá de la polémica de estos días. Con concertina o sin ella, la inmigración continuará siendo un problema en Melilla en medio de la más absoluta indiferencia de quienes estos días opinan enfervorecidos en uno u otro sentido. Uno de estos ‘opinadores’, el fiscal general del Estado, Eduardo Torres-Dulce, ‘descubrió’ ayer que la concertina de Melilla y la que está instalada desde hace años en Ceuta “no es un proceder ajustado a derecho ni tampoco en términos de estricta humanidad”. Ésa fue su aportación al asunto de la inmigración, cuando un diputado de ERC le reprochó su voluntariosa ayuda a la Casa Real al mismo tiempo que le afeaba su falta de sensibilidad en el asunto de los inmigrantes y “las cuchillas instaladas en la verja de Melilla”.
A ninguno de estos ‘opinadores’ parece preocuparles la saturación que sufre el CETI, habitado por 950 personas a pesar de que sólo cuenta con 480 plazas. Pocos entre los opositores o defensores de la concertina saben de la situación en nuestra ciudad de los menores extranjeros no acompañados (MENAS). A no muchos les preocupa la explotación que amenaza a algunos niños inmigrantes que llegan a Melilla con adultos que aparentan ser sus padres, pero que en realidad no lo son. A nadie parece preocuparle la situación de los agentes de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, especialmente, de la Guardia Civil, cuyos miembros son los responsables en mayor medida en la lucha contra la inmigración ilegal. A penas causa inquietud el continuo goteo de subsaharianos que llegan a nuestra ciudad arriesgando la vida a bordo de peligrosas embarcaciones o de aquéllos más valientes o desesperados que emprenden una travesía más peligrosa aún hacia la península. Nadie de los que hoy opinan alzó hace unas semanas la voz para lamentar la muerte de un inmigrante en suelo marroquí al precipitarse contra el suelo cuando trataba de escalar la valla.
Hay mucha hipocresía en el asunto de la inmigración. La polémica de la concertina es una prueba más de ello; lo comprobaremos dentro de unos años, cuando echemos la vista atrás y no podamos más que avergonzarnos de esta clase de polémicas con las que hoy tratamos de apaciguar nuestra conciencia sin tener que entrar con sinceridad en el asunto de la inmigración. Son tan humanos quienes pueden morir en la concertina como los que fallecen periódicamente en su intento de alcanzar la península. Unos pueden ser víctimas de nuestra indiferencia; otros ya lo están siendo.