Cuando paseamos por los desolados llanos de Rostrogordo, unos agudos silbidos suelen ir marcando el camino. Sus autoras no tardarán en mostrarse e indicar, con vuelos acrobáticos y pitidos más acentuados, que no les gusta nada la intromisión de extraños en los áridos campos donde se alimentan. Son las cogujadas comunes.
De nombre científico Galerida cristata, estas aves son reconocidas por su curiosa cresta de plumas sobre la coronilla, que alzan y repliegan a voluntad, mientras se encuentran sobre el suelo. El apelativo cristata, crestada en latín, hace referencia a esta característica, la más llamativa de esta especie.
Las cogujadas están adaptadas a las llanuras abiertas de la Península y el norte de África. Prefieren las zonas con poca vegetación, donde comen las semillas de las plantas esteparias que crecen en estos llanos.
Durante la primavera y el verano, estas aves cambian su alimentación a insectos terrestres que rebuscan con su pico sobre el terreno. Por ende, en esta época del año, se les puede encontrar en terrenos totalmente desprovistos de vegetación.
De ahí que las llanuras cerealistas y campos de cultivo de secano, que a lo largo de la estación seca muestran grandes calvas de tierra desnuda, son un hábitat idóneo para las cogujadas.
El descampado de Rostrogordo, donde por años los vehículos militares y civiles han contribuido a aumentar la aridez natural por lo compactado del terreno y la erosión, y dejar gran extensión de tierra descubierta, les ofrece un espacio con pocos competidores.
Así, es común observarlas cerca de las urbanizaciones más periféricas de la ciudad, como el Tiro Nacional o el María Cristina, rodeadas por lomas calizas bastante yermas después de décadas de sobrepastoreo.
Mientras, en estas lomas por las noches también se suelen escuchar a los alcaravanes, unas aves cuyas apetencias ecológicas coinciden en muchos aspectos con las de las cogujadas, por lo que conviven con ellas allí. No obstante, estas dos especies no suelen interactuar porque, a diferencia de las cogujadas, los alcaravanes son nocturnos, algo que delatan sus grandes ojos.
Todas las características de las cogujadas evidencian su adaptación a los campos baldíos. Su coloración es parda, color tierra, más clara en el vientre y el pecho, donde muestran manchas oscuras alargadas que refuerzan su mimetismo.
Además, tienen patas fuertes y largas, adaptadas a los pedregales; y su pico es fuerte también, para hurgar en la tierra en busca de insectos y extraerlos de sus galerías. De hecho, después de excarbar para encontrarlos, suelen mostrar el pico e incluso la cara llena de tierra, sobre todo si el terreno es arcilloso, como en los campos de cultivo.
Por otro lado, son bastante audaces y no dudan en incordiar a animales de mayor tamaño cuando se adentran en sus dominios, especialmente en la época de cría.
La cresta es una característica recurrente en las aves con hábitos terrestres, y común entre los miembros de la familia de los Aláudidos, a la que pertenece la cogujada. Por eso, destaca el parecido de esta ave con el correcaminos de los desiertos norteamericanos, que inspiró el famoso dibujo animado.
La similitud entre ambas aves es un ejemplo más de convergencia evolutiva, que hace que animales de distintas especies tengan características comunes, ya que comparten hábitos ecológicos o alimentarios, o viven en hábitats parecidos, si bien en este caso se encuentran a distintos lados del Atlántico.
Aunque la cogujada ha soportado mejor que otras aves de nuestro entorno el grave declive poblacional de las últimas décadas, no se ha librado de esta tendencia. Sin embargo, la protección expresa que le brinda la legislación medioambiental, por ser una especie insectívora que realiza una importante labor contra las plagas, debería revertir el descenso demostrado en los estudios más recientes. El tiempo nos dará la respuesta.
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