Hace unos días, la dirección de la cooperativa que gestiona el transporte público de Melilla decidió suspender indefinidamente la línea 6, que es la que conecta el centro con la Cañada de Hidum. El motivo, la rotura de una de las lunas como consecuencia de las pedradas lanzadas por personas sin identificar, aunque se sospecha que puedan ser jóvenes del barrio.
Dejar de prestar ese servicio condena a los residentes en la Cañada a no tener la posibilidad de que un autobús público los desplace y eso, como es normal, ha sentado como un tiro entre estos usuarios, muchos de ellos personas ya mayores que no tienen otra forma de desplazarse por la ciudad.
El caso es que el representante de la Cañada, Yunes Bennasar, se ha reunido con los directivos de la COA para tratar de que las aguas vuelvan a su cauce y se restablezca el servicio. La contestación es que el tema se verá en la reunión que los cooperativistas tendrán el próximo lunes.
Y aquí hay que señalar que las dos partes tienen sus razones. Es evidente que no se puede circular por una zona si los autobuses son apedreados, no ya por el hecho de los daños que puedan causar a los vehículos, que también, sino por la posibilidad de que algún pasajero pueda salir herido. La postura de los vecinos también es comprensible cuando apuntan a que pagan justos por pecadores.
Está el hecho también de que la COA no es el único servicio público que sufre los apedreamientos. Los bomberos suelen ser víctimas de estos comportamientos incívicos y se podría decir que incluso delictivos cuando acuden a zonas del extrarradio melillense para cumplir con sus labores, como alguna vez también le ha pasado a la propia Policía Local.
Está claro que nos situamos ante un problema de educación básica, de unos jóvenes que campan por sus respetos sin tener el más mínimo sentido de la responsabilidad, de los valores y de lo que debe ser una sociedad del siglo XXI. Por eso las familias tienen también mucho que ver con todo esto.
Es muy probable que los vecinos sepan quiénes son los apedreadores, que conozcan a sus familiares y no estaría de más que colaboraran en la seguridad del barrio porque, de lo contrario, son ellos los que salen perjudicados. De ahí que la iniciativa de Yunes Bennasar de avisar por carta a los padres de la necesidad de tener control sobre sus hijos e impedir que realicen esas salvajadas que nada bueno dicen de un barrio que quiere reivindicarse como un lugar pacífico, en el que se puede vivir como en cualquier otra zona de la ciudad.
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